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La vileza y la seducción en la literatura

Argentino radicado en Madrid, Patricio Pron es uno de los jóvenes autores latinoamericanos con mayor proyección en el Viejo Continente.

Ángel Castaño Guzmán
08 de febrero de 2016 - 01:49 a. m.

La reciente novela de Patricio Pron, No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles, aborda de lleno las complejas relaciones del arte con el poder en medio de los estertores de la caída del régimen fascista.

En una columna publicada hace casi un año en “El País”, de España, usted considera una tragedia que los autores contemporáneos no aborden en sus obras la vida ni ayuden en su transformación. ¿Parte de esa realidad se debe a la despolitización de la literatura como antídoto a la literatura comprometida de los sesenta? Parafraseando el título del famoso libro de Sartre, en su caso, ¿para qué sirve la literatura?

Es posible que, efectivamente, la aparente despolitización de la literatura haya sido una respuesta a las contradicciones y a los excesos en los que incurrió la visión del escritor “comprometido” durante esa década. Pero también es el resultado de un retroceso de lo político en América Latina (y no sólo en ella), producto de la persecución de los opositores políticos, la represión del disenso y la imposición del proyecto cultural y económico del neoliberalismo. Ese retroceso contribuyó al surgimiento de una literatura aparentemente despolitizada, pero la contradicción en todo ello (y la demostración de que el retroceso de lo político fue también un retroceso de lo intelectual) es que ningún texto es apolítico: toda literatura produce efectos que, por la naturaleza de la producción de sentido en literatura, son sociales y políticos; de tal forma que una literatura que se dice apolítica es, esencialmente, una literatura tan política como la que fue producida en el marco de la escritura “comprometida” de la década de 1970, aunque de signo diametralmente opuesto: la fantasía de que se puede salir de lo político se paga al precio de que la obra literaria produzca efectos políticos indeseados por su autor y, en general, con la producción de unos textos que no son literatura ni se le parecen.

En cuanto a para qué sirve la literatura, la respuesta es múltiple y no necesariamente sencilla. Por el momento, prefiero decir que la literatura sirve para todo aquello para lo que no sirve lo que no es literatura, como ponen de manifiesto cientos de libros.

En “No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles” (2016) hay una suerte de radiografía de las relaciones del arte con el poder. ¿Qué motivó que escogiese ese período de la historia reciente de Italia para narrarlo? ¿Fueron tan singulares los futuristas y sus relaciones con el fascismo?

En mi opinión, lo fueron. El futurismo fue la primera vanguardia y la que más lejos llegó en sus aspiraciones de integrar arte y vida, así como en su asalto al poder, ya que el fascismo italiano de Benito Mussolini adoptó como política de Estado muchas de sus ideas. Sin embargo, el futurismo era demasiado revolucionario para ser una estética oficial y las relaciones entre los futuristas y los fascistas (siendo muchos de ellos fascistas también, por supuesto) nunca fueron muy fáciles, en lo que también fueron pioneros. El arte y el poder han tenido una relación compleja a lo largo de su historia, y No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles se inspira en un episodio de esa historia para poner de manifiesto que las preguntas sobre esa relación todavía son pertinentes.

Los cuatro futuristas entrevistados por Linden se alternan para contar la historia de una generación en crisis. ¿Cómo construyó personajes a ratos tan entrañables, a ratos tan viles?

Acabo de cumplir cuarenta años y escribo desde hace unos veinticinco: los últimos ocho años de mi vida he estado rodeado de escritores, y, cuando eso sucede, es fácil comprobar que vileza y seducción no están muy lejos una de otra en la literatura.

En su opinión, ¿qué tipo de relaciones existen entre la literatura y las demás artes?

No veo demasiada diferencia entre una disciplina y otra, excepto en la cantidad de texto que una y otra utilizan: una observación bastante pueril, por lo demás. Los futuristas tendieron un puente entre la literatura y las otras disciplinas artísticas, y desde entonces el abismo entre ellas no ha hecho más que reducirse.

El capítulo final de la novela recuerda la propuesta narrativa de “La literatura nazi en América”, de Roberto Bolaño. Háblenos de sus filias y fobias frente a la tradición novelística latinoamericana.

A diferencia de una cantidad importante de mis colegas, yo nunca he tenido la intención o el deseo de matar al “padre” literario, y es evidente que Roberto Bolaño es uno de ellos: el último capítulo de la novela se vincula con el libro que mencionas, pero también con las enciclopedias imaginarias de Jorge Luis Borges y las listas de Georges Perec y los escritores conceptualistas.

Los Linden: el abuelo partisano; el padre comunista y el nieto desencantado, son víctimas del fracaso de los sueños de un mundo distinto. ¿Qué tanto lo modeló a usted y a su generación el fin de las ideologías?

Hubiese sido fundamental, absolutamente modelador, de haber sucedido, pero el “fin de las ideologías” no se ha producido todavía, hasta donde yo puedo ver. Por el contrario: éstas se han vuelto más y más necesarias desde el momento en que alguien determinó que habían terminado.

Por Ángel Castaño Guzmán

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