El Magazín Cultural

“Que viva el vallenato”

Este género para ser cantado y tocado en su esencia, tiene que ser hilado a través de algo tan fundamental como ser del hábitat, del entronque, de la savia y de la sangre. "Yo canto, canto vallenato que me llenan de emoción, me quita o me da tristeza cuando escucho un acordeón". Emiro Zuleta Calderón

Félix Carrillo Hinojosa*
11 de diciembre de 2016 - 07:01 p. m.
El acordeón, la caja y la guacharaca son los protagonistas del vallenato. / Cortesía
El acordeón, la caja y la guacharaca son los protagonistas del vallenato. / Cortesía

Nadie imaginó, mucho menos nuestros campesinos creadores del son, paseo, merengue y puya y los ejecutantes de la guacharaca, caja y acordeón, que esa música rechazada pero contestataria a la vez iba a llegar hasta donde hoy día se encuentra.

Ese posicionamiento tiene varios fundamentos que es bueno hacerlos evidentes, entre ellos, “la fuerza de lo creado por nuestros gestores musicales”, que logró construir un lenguaje, una nueva forma de comunicarnos y una identidad de estilos en cada uno de ellos, hechos que contrastaron con todos los problemas sociales que sus creadores vivieron.

Es verdad que ellos pese a su condición social, que no fue óbice para construir esa muestra musical, buscaron el equilibrio que debe existir en toda actividad social. Al tiempo que los reprimían, ellos creaban una respuesta musical que le cerraba el paso a tanta inequidad por parte de los nuevos dueños de la tierra.

Ese enfrentamiento sacó del anonimato a los hombres estacionados en tantos puntos estratégicos, que sin conocerse se retaban y producto del más puro sentido común, mantenían activa su doble función de trabajo: macheteros en el día y músicos en la noche. La que la segunda actividad termina sometiendo a la primera, por la fuerza misma de sus melodías y textos. “La labor trashumante del músico” que los convirtió en unos narradores que le cantan a lo que ven, viven y sienten, pero que también se ponen al servicio de los nuevos centros de poder, que en la mayoría de los casos, se convierten en mecenas.

“El crecimiento de la audiencia”, que sin lugar a dudas, pone en evidencia que nuestra música vallenata, pese a los constantes rechazos por cierta elite del Magdalena Grande, tuvo público siempre y eso lo demuestra los seguidores de “Pacho” Rada, Abel Antonio Villa, Emiliano Zuleta Baquero, Lorenzo Morales, Alejandro Durán y Luis Enrique Martínez,  por citar algunos que como retos constantes hacían sus músicas a manera de mensajes virulentos que buscan siempre una respuesta.

Pero si lo planteamos mucho más atrás en el tiempo, encontramos a Francisco Moscote Guerra “el de la Leyenda”, quien arrastra entre pecho y espalda toda la edificación del movimiento de la música vallenata. Sus logros y derrotas, su ascenso y declive, lo vuelven un ser de carne y hueso que escenificó dos hechos vitales en la construcción de nuestra música: “la leyenda” y “la píqueria”. Una música, por muy bonita que esta sea, tiene que tener como asidero la primera, que hace diversificar los comentarios y que pone en el real contexto a los hechos con sus protagonistas.

Si a esto le suman, que “su acción contestataria” sea evidente, la fortaleza de la misma se hará cada vez más fuerte. En nuestra música vallenata con muy contadas excepciones, se dio el hecho que los primeros cantos no tuvieran respuesta. Ese lenguaje directo convertido en “pique” nutrió el espíritu creador de nuestros primeros músicos.

“La creación del Festival de la Leyenda Vallenata” que originó una cita obligada de quienes eran portadores de esa música con sus variados estilos. Este evento pone una marcación territorial que hasta la presente está vigente. Cada quien carga en su maletín musical, un estilo, un repertorio, una forma de decirlo y hasta quienes le siguen. Esas diferencias son evidentes pero se juntan, se enfrentan y se confrontan de tal manera que termina primando lo que más se acerca a lo raizal, porque si algo tiene de pasado, es ese evento, que está hecho para escuchar, tocar y refrendar lo construido con base en las raíces. Si no es así, la ausencia del vallenato se hace evidente y termina siendo un mal remedo.

Valledupar se ha convertido en un gran punto de encuentro, lo que le ha permito ser una cita obligada. Sin lugar a dudas, “Valledupar es el vaticano del Vallenato” y ha servido el mismo evento como el verdadero reordenamiento de la música vallenata.

“La industrialización de la música vallenata”, que permite que niños, jóvenes, mujeres y hombres dinamicen las diversas muestras que se conjugan en el pasado, presente y lo que puede ser en el  futuro, esta música que no se estacionó pese a que se resguarda ella misma, por su naturaleza de estirarse y encogerse al mismo tiempo, unos raros comportamientos que solo quienes nacen en ella pueden entenderlos y ante todo, construirlos.

El vallenato para ser cantado y tocado en su esencia, tiene que ser hilado a través de algo tan fundamental como ser del hábitat, del entronque, de la savia, de la sangre, de la madre tierra que como La Guajira, que es sin lugar a dudas, el imaginario del vallenato.

Puede que alguien, por cualquier razón, cante o ejecuta el vallenato, pero jamás lo hará con la propiedad cómo lo hacen los nativos de la gran provincia vallenata y esa es una razón de peso, que termina dándole una categoría al portador del mensaje vallenato, donde quiera que vaya. Sumado  a “la libertaria acción que toma la dancística del vallenato al ser abordado por la pareja que decide bailar nuestra música”.

El temor, que en un momento dado aborda la pareja de bailadores, termina sucumbiendo ante la manera cómo nuestra música, de manera generosa acepta, sin imposición de quien decide hacerlo. Su coreografía no limita, muchos menos coarta la acción de querer hacerlo, porque su música invita, no pone trabas al danzar, en torno a sus cuatros ritmos: son, paseo, merengue y puya. Y, “la masificación de sus intérpretes” que la hace mirar de frente y a los lados para conocer como desde la infancia, tenemos una visible reserva musical que nos hace prever que el futuro tiene una solidez mucho más visible y fuerte que otras músicas en Colombia.

Estas razones, que pueden ser más, en la medida en que el lector quiera ayudarnos a fortalecer su dinámica, afincan una realidad cultural que nos hace privilegiados en el contexto nacional, porque el vallenato, por la razón fundamental de su espíritu, logró sobreponerse a tantas expresiones de rechazo.

El vallenato está vivo, pese a que ha servido de conejillo de indias, ante muchas raras invenciones de directores artísticos, músicos, gestores culturales, casas disqueras y en donde no ha faltado quien traicione sus sueños, para tratar de mostrar a un vallenato descolorido, sin sabor, forma ni contenido, que por la generosidad del mismo, ha aguantado ese embate que termina sacrificando la naturaleza misma de nuestra música.

Parece mentiras pero no hay en Colombia una música que tenga más dolientes que el vallenato. Nuestros sones, paseos, merengues y puyas y los sonidos sonoros de sus acordeones, cajas y guacharacas, que lograron metérsele a la intimidad de las diversas provincias de la Patria, en donde ella respira, huele y muestra orgullosa, a nuestra música como una identidad de la Nación.

*Escritor, periodista, compositor, productor Musical y gestor cultural.

Por Félix Carrillo Hinojosa*

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