El Magazín Cultural
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¡A volar se dijo!

Hoy, quizás, no nos sorprende volar. Sin embargo, es un acto que es pura magia, como nos lo demuestra la compañía de danza contemporánea italiana NoGravity. Una invitación para que nos volvamos a maravillar.

Teatropedia*
08 de julio de 2016 - 02:00 a. m.
La compañía de danza italiana NoGravity invita a la reflexión, pero no con la cabeza sino con las emociones transmitidas a través de la desnudez de los bailarines. /Fotos: Cortesía Teatro Mayor
La compañía de danza italiana NoGravity invita a la reflexión, pero no con la cabeza sino con las emociones transmitidas a través de la desnudez de los bailarines. /Fotos: Cortesía Teatro Mayor

“Una vez hayas probado el vuelo, siempre caminarás por la Tierra con la vista mirando al Cielo, porque ya has estado allí y allí siempre desearás volver”. Leonardo Da Vinci (1452-1519)

Llegamos a ese punto. Ese en el cual nada nos maravilla, todo lo damos por sentado, como si hubiéramos nacido aprendidos. Todo está a un clic de distancia. La pregunta sobre cómo fue el origen del universo, qué pasó en las Cruzadas, cómo es que fue pintada bajo la cúpula de la Capilla Sixtina una obra donde se alcanza la mano de Dios, quién inventó la penicilina, cómo se mató media humanidad durante un siglo de guerras atroces y quién cantó We are the champions, o escribió El tambor de hojalata. Todo lo sabemos, y nada también. Llegamos a ese punto en el que la suma de historia está allí para ser consultada y usada por quien lo quiera, como lo quiera, en la enciclopedia Británica, en Wikipedia, narrada por sus entusiastas en las TED Talks o en los catálogos para Dummies.

¿Pero, qué pasa si nos detenemos por un momento y pensamos que eso, que todo eso que hoy tenemos el privilegio de conocer, alguna vez fue novedad, alguna vez hubo alguien que lo soñó y que por eso posiblemente haya sido tildado de loco? Es como si nos detuviéramos a ver a un niño descubriendo el mundo. Solo así se entiende que todo, todo, todo en la vida se aprende. A caminar, a amarrarse los zapatos, a probar a qué sabe la guayaba o el melón, a llorar para reclamar atención.

Si hacemos ese ejercicio, que no es otra cosa que maravillarnos, entrar al universo de la danza será una experiencia inolvidable. Fue así como entramos en él, guiados por Lina Gaviria, bailarina, exgerente de Danza del Distrito y gestora cultural, pero sobre todo, enamorada de lo que es capaz de hacer el ser humano con su cuerpo. Así que hagamos el mismo recorrido, porque eso que veremos en estos días, esos cuerpos volando mágicamente en un escenario convertido en el Infierno de Dante, son la historia misma de la danza.

Nada de haditas o reinitas

Hubo un tiempo en el que quienes bailaban quisieron hacer algo radicalmente distinto y empezaron a preguntárselo todo. Era plena Belle Époque, cambio de siglo del XIX al XX. “¿Por qué la danza clásica es el puntas? ¿Por qué solo se habla de príncipes y princesas? ¿Por qué a la bailarina se le presenta como una persona vulnerable? ¿Por qué siempre se habla de la realeza, del imperio, del poder, de reyes, reinas, princesas y cisnes?”, enumera nuestra experta para ponernos en contexto y así entender que lo que seguiría era un resultado natural.

La bailarina Loie Fuller se vistió de transparencias y velos y los usó como extensiones de sus brazos. Participó en la Exposición Universal de París en 1900 y produjo una conmoción inmensa porque todos preguntaban qué era eso que tenía tanto de danza oriental, de chinesco, de egipcio… no era nada que se hubiera visto antes y que retomó la famosa Isadora Duncan, quien también se fascinó por ese exotismo, pero se lo llevó con todo su estilo a su natal Estados Unidos y allí sería una de las pioneras de la danza moderna.

Sin embargo, hay un hito imposible de pasar de largo: Nijinski, el bailarín y coreógrafo ruso, transgredió el orden también en 1912 cuando en La siesta del fauno mira con deseo a unas ninfas. Ya no era un príncipe encantado, sino un hombre. Fue chocante y la obra fue censurada, pero abrió la puerta a una nueva era de la danza.

Esa nueva era no pudo dejar de ver todo lo que a su alrededor ocurría. Era un mundo capaz de mandar a sus hombres a matarse a las trincheras en la Gran Guerra, era un mundo que se desmoronaba financieramente en 1929 y que estaba abonando el terreno del odio para que un hombre como Hitler volviera posible su horrible sueño de exterminar a una porción de la humanidad. Allí, ya no cabían sólo los tutús y era necesario, como lo hicieron todas las artes, gritar.

Así se entiende el baile de duelo que es Lamentación (1930) en una mujer como Martha Graham y que tiene su réplica europea en Mary Wigman, expresionismo alemán puro. Con Graham se materializa una técnica que lleva su nombre y que conecta a la bailarina con la tierra, con su ser. En lugar de elevarse en puntas, como lo hacía el ballet clásico, pone el pie descalzo sobre el frío piso, hace que sus bailarinas lo hagan desde las entrañas, sientan el poder del cuerpo y les exige que lo expresen todo. Es decir, hace un cambio radical en la línea corporal de los bailarines, en un intento de expresión moderna de temas como la sexualidad, la fuerza o el dolor.

Alvin Ailey tocaría también algo nuevo: el bailarín negro en escena. Bailó una historia cargada de violencia y discriminación. Pero lo hizo desde la belleza del cuerpo negro, con toda su fuerza, donde no era necesario hablar para expresar ese poder que salía por otro lado en palabras del reverendo Martin Luther King, en plena lucha por los derechos civiles en Estados Unidos en 1960.

Todo se dice una primera vez y luego lo volvemos parte de nuestro discurso cotidiano. También se dijo: “La danza es, en su quintaesencia, gente moviéndose; no tiene que tener necesariamente una conexión con la música, o con las historias, o con los sentimientos”. Fue Merce Cunningham quien lo pronunció, uno de los bailarines que hizo una apuesta por el cuerpo y el movimiento, que no necesitaba de ayudas argumentales de ningún tipo y que inauguró la danza contemporánea. Una frase que, al ver las obras de la alemana Pina Bausch, se entiende plenamente, pero a la que es imposible no conectar con la emoción.

Y luego llegaron finalmente, desde 1970 y para iniciar la década de los 80, las compañías Pilobolus y el Circo del Sol, que le añadieron a la danza la acrobacia y el circo, sumándolo ya todo. Un circo sin animales, “el lugar donde íbamos a buscar el entretenimiento; es la memoria familiar, allí donde se desafía la gravedad y la muerte, es donde alguien podía hacer lo que yo no, es el lugar de la sorpresa”, termina Lina Gaviria en esta pequeñísima historia donde política, movimientos sociales, guerra, sexualidad y cultura del espectáculo están presentes para que entendamos el camino del que se ha alimentado NoGravity.

Capas y más capas… o anillos

En efecto, NoGravity echa mano de la historia, literalmente. No sólo recoge uno de los textos base de la cultura italiana, de donde es esta compañía, cuando decide ponerle como marco a su espectáculo La divina comedia de Dante Allighieri, sino que recorre toda la técnica arriba descrita y tan desarrollada a lo largo del siglo XX. Y como hace la contemporaneidad, usa lo que le sirve.

Y así vemos cómo, con una magia que sigue siéndolo pero que resulta admirable por su inmenso trabajo físico, todos esos cuerpos luchan fervorosamente por no caer en el Infierno, en las garras de Lucifer, por no sucumbir en los anillos de la lujuria, la glotonería, la avaricia, la rabia o la ira, la herejía, la violencia o el fraude. Nos da Emiliano Pellisari, director de la compañía, una oportunidad para revisar este relato vívido. Para él: “Es la magia del vuelo, el truco que no se ve, el magnífico trompe d´oeil (la trampa del ojo) del Renacimiento”. Dante, en su Divina Comedia, nos escribe: “¡Oh, insensatos afanes de los mortales! ¡Qué débiles son las razones que nos inducen a no levantar nuestro vuelo de la Tierra!”. Por eso, la reflexión no es con la cabeza, sino con las emociones, porque cada bailarín lleva la magnífica y hermosa desnudez que expuso Graham, la fuerza corporal que cultivó Ailey, el milagro de retar la gravedad que provocó el Circo del Sol y la maravillosa sensación de soñar con los ojos abiertos que producen los bailes de Pina Bausch.

Y todo parece tan sencillo cuando vemos esos cuerpos suspendidos, flotando, volando, como si fueran un sueño. Ese es el estado al que nos quiere llevar Pellisari. Y lo logra, logra sorprendernos. Sólo que ahora sabemos que para llegar a ese sueño, fueron necesarios siglos de historia para tejerlo.

“¡Oh gente humana, para volar nacida! ¿Por qué al menor soplo caes vencida?”.

Dante Allighieri, “La divina comedia”.

* Teatropedia es un proyecto educativo del Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo en pro de la formación de públicos en temas culturales. Más información en www.teatromayor.org.

Por Teatropedia*

 

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