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La voz solista de un poema dramático

Nuria Espert, actriz española de reconocida trayectoria en las tablas, el cine y la ópera, participa en el Festival Iberoamericano de Teatro con “La violación de Lucrecia”, original de William Shakespeare, bajo la dirección de Miguel del Arco.

Juan Carlos Piedrahíta B.
18 de marzo de 2016 - 03:49 a. m.

La violación de Lucrecia es un toro que Nuria Espert debe lidiar sola. Con una trayectoria que supera las seis décadas sobre el escenario, la actriz española se echa encima varias toneladas de peso dramático en un monólogo escrito por William Shakespeare, con traducción al castellano de José Luis Rivas Vélez. Para ella, toda responsabilidad actoral es un argumento adicional para conectarse con el público y hacer que después de 90 minutos en escena la vida de cualquier espectador no vuelva a ser la misma.

El monólogo es una expresión de soledad artística. Durante la exhibición de La violación de Lucrecia, Espert se siente realmente indefensa ante cualquier eventualidad que se pueda presentar sobre las tablas. El formato le exige estar mucho más concentrada, pero su retribución es que el contacto con el público es exclusivo, y ese privilegio no lo pueden tener todos los actores.

“Se trata de una puesta en escena muy compleja que cuenta con la dirección de Miguel del Arco, quien tiene a su cargo la compañía Kamikaze Producciones, y él me ayudó a convertir en realidad este poema dramático de Shakespeare, que aunque fue escrito durante sus años de juventud, tiene toda su maestría. Esta obra relata ese acto terrible de violencia contra una mujer y con ella intento llegar a la raíz de los sentimientos”, cuenta Espert, quien se presenta por primera vez en un escenario nacional y lo hace con una propuesta que le permite sentirse muy orgullosa.

Antes de vestirse con los atuendos de Lucrecia, esta actriz protagonizó El rey Lear, también de Shakespeare, y en ese montaje evidenció la montaña rusa de los sentimientos humanos. En los ensayos, los actos y los aplausos, siempre estuvo acompañada de colegas con los que compartió los impasses, pero también los triunfos y las ovaciones. En un monólogo no existe la oportunidad del colectivo y el triunfo o el fracaso son singulares, tienen un nombre y un apellido.

“Desde El rey Lear hasta La violación de Lucrecia, mi sentimiento por el teatro se ha ido modificando, como han cambiado las sociedades y los distintos medios de expresión artística. Lo que se conserva es la comunicación única que hace del teatro un instrumento diferente al libro, al cine y la televisión. En escena hay un contacto directo y los mensajes sacuden las personalidades y se establecen en la memoria”.

Nuria Espert encontró a Medea durante sus años juventud y se la volvió a topar medio siglo después. Lo que vio en el personaje es que envejeció a la par con ella, pero, a la vez, multiplicó su inteligencia y potencializó sus capacidades. Cuando la actriz no llegaba a los 20, Medea era algo así como un animal rabioso impulsado por los celos; después la interpretó de nuevo a los 40, más adelante a los 65, y comprobó que los motivos que la llevaban a la autodestrucción cambiaban con la misma facilidad con la que se mueven los días del calendario.

“Cuando uno se apropia de un personaje diseñado por alguno de los grandes dramaturgos internacionales, se crea un milagro, porque se establece un nudo que supera los límites de la inteligencia humana. Es ahí cuando el actor consigue llenar las líneas que están escritas y traducirlas en un ser humano creíble. Eso es una obra divina que no tiene comparación”, dice Espert, quien, además de figurar sobre las tablas, ha sido directora.

La española fue la primera sorprendida cuando la invitaron a guiar un colectivo teatral. En un momento de su vida le dijeron uno de los parlamentos de El padrino: “Le vamos a hacer ahora un ofrecimiento que no podrá rechazar”. En la película fue una oferta criminal. Lo que le hizo el Lyric Theatre de Londres a Nuria Espert fue un guiño artístico, porque le encomendó la dirección de un espectáculo basado en La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca, protagonizado por Glenda Jackson. No hablaba inglés y viajó a Inglaterra exclusivamente para dar las gracias y regresar de inmediato a su casa. Sin embargo, se traicionó a sí misma y al otro día estaba en frente de los actores comandando el ensayo. Con esa puesta en escena consiguió todos los reconocimientos de la crítica europea.

“Asumir montajes líricos y operáticos fue otra locura similar a la de convertirme en directora de teatro sin tener el fundamento para hacerlo. Pero lo recuerdo como una gran aventura. La Royal Opera House de Glasgow me propuso dirigir nada menos que Madame Butterfly, de Giacomo Puccini. En ese entonces dije que la dirigía siempre y cuando mi montaje en Londres resultara exitoso, y como logré grandes cosas, pues di un paso adelante y guié en escena a Irene Papas, a Plácido Domingo y muchas otras estrellas en diez o doce óperas”.

Luego de ese paso por los montajes líricos, Nuria Espert volvió al teatro, porque se sentía muy sola y los hoteles de Europa se convirtieron en su primer hogar. Elektra, de Richard Strauss, y Carmen, de Georges Bizet, viajaron por todo los rincones del Viejo Continente. Realizó muchos montajes de Puccini y Verdi, pero también se enfrentó a compositores contemporáneos, como el argentino Osvaldo Golijov, y siempre salió aplaudida.

“Además de la ópera hice un tránsito por el cine. Fue corto y poco memorable. Al participar en esas cintas nunca he sentido lo que se respira sobre el escenario, que es absoluta plenitud, y eso me hace trabajar con mucha pasión. En el cine soy un eslabón más de una cadena interminable; en el teatro soy piel y alma”, cuenta Nuria Espert, quien está acostumbrada a pasar por salas que llevan su nombre. Hay un recinto en Cataluña y otro más en las Islas Canarias. Al entrar a esos teatros la invade la falsa humildad, pero por fortuna pronto se despoja de esos sentimientos para recibir los aplausos.

 

Hasta el 21 de marzo. Teatro Nacional Fanny Mikey, calle 71 Nº 10-25 (Bogotá). Boletería en: www.primerafila.com.co.

Por Juan Carlos Piedrahíta B.

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