El Magazín Cultural

X500: Aprendiendo a encontrarnos

La cinta, dirigida por Juan Andrés Arango, es la historia paralela de tres jóvenes que viven en Buenaventura, Ciudad de México y Montreal.

Edith Sofia Florez Mendoza
10 de marzo de 2017 - 02:52 p. m.
X500: Aprendiendo a encontrarnos

Sin duda alguna, es en la búsqueda de la aceptación donde nace el arte de reinventar nuestra identidad; lo cual se hace comúnmente notorio en situaciones que nos desplazan de nuestra zona de confort, como es el hecho, por ejemplo, de migrar hacia lugares desconocidos.

Sin embargo, ¿hasta qué punto ese lugar nos define? Esta parece ser la consigna del director Juan Andrés Arango, quien a través de historias paralelas de tres jóvenes en contextos disimiles, tanto geográficamente - pues se desarrolla entre Buenaventura, Ciudad de México y Montreal - como circunstancialmente, es capaz de lograr, bajo una mirada inmersiva en la cotidianidad de los personajes, un punto de equilibrio entre ellas, apelando a nuestro instinto de supervivencia y capacidad para mimetizarnos, como algo inherente a nuestra condición de humanos, que sale a flote con el fin de permitirnos sobrevivir al rechazo y hacernos sentir que realmente pertenecemos a algo.

Siguiendo fielmente la narrativa apegada al realismo que desarrolló en su anterior largometraje (La Playa D.C.), y que lo hizo merecedor de premios nacionales e internacionales,  Arango muestra luces de una línea de trabajo inclinada a retratar comportamientos sociales y los efectos que un espacio geográfico puede acarrear en la vida de las personas.

X500 se desenvuelve en la misma estética. Sus planos cerrados materializan el vértigo y la energía de cada situación, permitiendo al espectador conectarse con los personajes y sus diferentes contextos. Por momentos, roza con el falso documental, sobre todo por la naturalidad y la calidad actoral, particularmente con los niños, lo cual no da lugar para pensar en un guion demasiado estructurado. Por el contrario, deja ver un aislamiento de parafernalias, y más bien indica un trabajo consensuado entre la producción y los actores. Aunque esto no la exime de que en ocasiones tienda a caer en un letargo narrativo, con un ritmo demasiado lento.

El filme alcanza a conectarnos con nosotros mismos, entendiendo las  historias como algo que trasciende el plano de la geografía (pues cualquier pudiera vivirlas sin tener que emigrar), haciéndonos comprender que nuestra identidad se adapta o más bien se construye a través de las distintas situaciones, que somos el resultado de múltiples experiencias. En definitiva, somos un hibrido. No obstante, nuestras raíces siempre marcarán nuestro camino, pues solo al reconocerlas y ser conscientes de ellas somos capaces de hallar o crear nuestro lugar en el mundo.

 

 

 

Por Edith Sofia Florez Mendoza

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