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De los “billetes sucios”, la inflación y el narcotráfico

Justo ahora, cuando en Colombia el costo de vida está disparado, los billetes de $100.000 empiezan a circular y el flagelo del tráfico de drogas está más vigente que nunca, recordamos este texto de Carlos Lleras Restrepo, publicado en la revista “Nueva Frontera”, donde relata, desde la voz del usuario y el político, el drama de lo que resulta de esa ecuación.

Carlos Lleras Restrepo *
10 de abril de 2016 - 02:00 a. m.

En una amena y crítica nota editorial, el expresidente Carlos Lleras Restrepo alude en su revista Nueva Frontera a los “billetes sucios”. Relaciona aquellos que, como muestra de una vertiginosa disminución de su poder adquisitivo, pasan de mano en mano y terminan “arrugados” y vueltos una “porquería” y los que se utilizan no para comprar pequeñas cosas “sino conciencias”, como es el caso de los del narcotráfico. “Ellos están justificando, más que nunca, el nombre tradicional del ‘estiércol del diablo’”, afirma en su columna que tiene el siguiente texto:

Hace pocos días di el encargo de que me compraran uno de los muchos medicamentos que tomo diariamente. El precio de todos, o de casi todos ellos, ha venido subiendo, de semana en semana, y para que mi enviado llevara fondos más que suficientes (eso pensé yo) le entregué un billete de dos mil pesos. Se trataba de adquirir un producto que hasta hace poco tiempo venía pagando, primero a setecientos y luego a novecientos pesos. En esta ocasión mi empleado me trajo de vueltas un billete de mil pesos. Mi mujer, que es quien administra los recursos de mi familia, me indicó, recibos en mano, que el alza en esta ocasión había sido del 10 %, ligeramente inferior a las alzas de compras anteriores. No era mucho consuelo, porque en tres meses se había duplicado el costo. Resignado, aunque curioso, pedí que se me dieran algunos datos concretos. Sólo voy a comunicar a mis lectores los correspondientes a dos artículos: el Cordarone, que debo utilizar por mis dolencias cardíacas, y las Hermesetas, que utilizo preventivamente contra la gordura y la diabetes.

Pues bien, hace menos de un año la cajita de Cordarone me costaba $1.665; ahora debo pagarla a $2.700, con la advertencia de que la compra la hago en las cajas de compensación, pues en las droguerías particulares, a las cuales hay que acudir en casos de urgencia, el precio es de $3.700. El alza en el precio de las Hermesetas es vertiginosa: de $120 que costaba la cajita de 500 pastillitas, se ha pasado a $800. Endulzar un pocillo de café o una taza de té, con dos pastillas, cuesta hoy tres pesos con veinte centavos. Continuaba mi mujer consultando sus papeles y leyendo cifras que me alarmaban. ¿Qué hará la gente pobre? Dudo mucho de que en los seguros sociales les suministren a sus afiliados Cordarone o Hermesetas y, en todo caso, hay una gran cantidad de colombianos que no están cobijados por el Seguro. Si me refiero a esos dos artículos es porque al cubrir su valor no puedo menos de pensar en esa inmensa mayoría de compatriotas que están padeciendo el alza continuada de los precios. Los de las drogas y los de todo lo demás. Por ejemplo, un bombillo de 100 vatios vale ahora doscientos pesos y “no dura nada”. Falta un control de calidad que deberían estar aplicando escrupulosamente tanto la fábrica como el Ministerio de Desarrollo.

Dije arriba que para una compra modesta había entregado a mi empleado un billete de dos mil pesos. Entre las vueltas venía uno de mil, pero casi no puedo reconocer su valor por lo arrugado y sucio que estaba. Antes un billete de esa denominación no se utilizaba sino en grandes transacciones, de manera casi excepcional. Ahora circula como antes los de cien o cincuenta pesos y, claro está, al igual que ocurre a éstos, al pasar de mano en mano se arrugan y ensucian. Los billetes de a mil se vuelven puercos a los pocos días de haber salido del Banco Emisor. Y esa suciedad, esa porquería, es el síntoma más claro de la disminución vertiginosa en el valor adquisitivo del peso. Como lo es la desaparición de la moneda fraccionaria. Ya los billetes de quinientos pesos comienzan a estar “sucios” y uno vacila mucho antes de entregarlos como propina a los porteros de los restaurantes que los reciben con un gesto de repugnancia y, desde luego, a sabiendas de que será muy poco lo que con ellos podrán adquirir. En cuanto a la moneda fraccionaria, antes tan útil y de uso tan generalizado, no hay para qué hablar. En pasando de una pequeña suma las monedas deforman los bolsillos del chaleco y son muchos quienes se resisten a recibirlas en pago de bienes o servicios. Eran antes las que servían para ahorrar pequeñas sumas que en las alcancías iban formando un pequeñito capital. Hoy sólo por tontería o descuido podemos guardar unas monedas con las cuales cada día se puede comprar menos y que aún los gamines pedigüeños reciben con cierto desprecio.

¿Hay una política gubernamental antiinflacionaria? No podría afirmarlo porque la Ley 38 del pasado año, sobre la cual alcancé a formular algunos comentarios en el número 738 de Nueva Frontera, no puede, en rigor, calificarse como instrumento enderezado a implantar una política de esa clase. Claro está que la utilización del crédito Challenger, si se le acompaña de un aumento importante en el valor de las licencias de importación, restringirá el volumen de los medios de pago. Lo restringirá también el pago de la deuda externa si para adquirir las divisas correspondientes la Nación y las otras entidades públicas no demandan recursos al Banco de la República, sino, antes bien, hacen el esfuerzo de cubrir a éste los cuantiosos avances que les hizo en años anteriores. Sin duda, parte del empréstito se utilizará en el adelanto de las campañas de desarrollo, que son indispensables, pero cuyo influjo sobre el volumen de medios de pago en circulación debería compensarse con la disminución del crédito neto de las entidades oficiales en el Banco de la República, como acabo de indicarlo. No me hago muchas ilusiones sobre ésto; pero al menos debe seguirse una política firme de no utilización de recursos nuevos por operaciones con el Banco Emisor. Creo oportuno también volver sobre mi recomendación concerniente a la utilización de los créditos de fomento.

Arriba cité, por vía de ejemplo, lo que ocurre con el precio de las drogas. Pero sería conveniente adelantar una encuesta que nos muestre los cambios en el valor del arrendamiento de bienes raíces y en el costo por metro de construcción en las edificaciones nuevas. A veces llegan a mis oídos cifras que causan vértigo.

También sería conveniente que el país recibiera una clara información acerca del plan que haya trazado o esté trazando el Consejo Nacional de Política Económica y Social (Conpes) y de sus relaciones con el Consejo Superior de la Política Fiscal, ya que se aproxima el momento en que el Gobierno debe presentar al Congreso el proyecto de presupuesto preparado por ese Consejo Superior. El presupuesto nos permitirá formarnos una idea sobre la política monetaria que hoy nos perturba cuando llegan a nuestras manos los “billetes sucios” y cuando tenemos que desembolsar cantidades crecientes de éstos por bienes sobre cuya calidad no se está ejerciendo un control adecuado.

“Los billetes sucios'”. Es un título que bien podría servir para una dramática indagación sobre los que ha distribuido el narcotráfico y que son sucios por su origen, pero no por su frecuente pasar de mano en mano, ya que en esa clase de operaciones los billetes de alta denominación no se utilizan para comprar pequeñas cosas sino para comprar conciencias. En todo caso, los billetes materialmente sucios son un síntoma inquietante. Ellos están justificando, más que nunca, el nombre tradicional del “estiércol del diablo”. En su aspecto material y en su valor de cambio.

* Publicado en El Espectador el 2 de julio de 1989.

Por Carlos Lleras Restrepo *

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