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Diálogo con una nómada

Saskia Sassen, una de las pensadoras en materia de globalización más importantes, estuvo de paso por Colombia para hablar del lugar que ocupan las ciudades en la economía global.

Juan Camilo Maldonado T.
13 de noviembre de 2011 - 09:00 p. m.

Mira por la ventana de la oficina de la decanatura. En primer plano, decenas de estudiantes caminan por los senderos de la Universidad de los Andes. Al fondo, el corazón de Bogotá emerge con la fuerza gris de siempre. La profesora Saskia Sassen observa la ciudad con una mirada gris y profunda, luego se da vuelta y declara: “Yo soy nómada, no soy turista. A donde llego pongo mi carpa y vivo mi vida”.

Sassen ha sido nómada de cuna. Nacida en La Haya de la posguerra, en dos ocasiones tomó un barco trasatlántico: a los dos años, con sus padres, rumbo a Buenos Aires, y a los 18, huyendo de la vida sedentaria y con una urgencia enorme por tragarse el mundo. Desde entonces, comenzó una larga carrera que la llevó a convertirse en la más aguda pensadora en temas urbanos de las últimas décadas, especialmente en aquellos que exploran el papel jugado por las ciudades en los acelerados procesos de globalización.

Todo comenzó en Nueva York. Cuando llegué a Manhattan, a comienzos de los ochenta, a realizar mis estudios doctorales, todos estaban diciendo que la ciudad se estaba acabando. Comenzaba el boom de las telecomunicaciones y, con él, todos los sectores dominantes y estratégicos de la ciudad —las finanzas, los servicios especializados— estaban migrando. El rumor era incesante: “New York’, decía la gente, ‘is finished”.

El acento de Sassen es de un porteño inmaculado. De sus estudios escolares en la Buenos Aires de los sesenta dice que heredó la dialéctica: la capacidad de ver la realidad desde lugares opuestos y críticos. Luego, en la Universidad de Poitiers, Francia, descubriría a Hegel, y su “imaginación dialéctica” terminaría de formarse. De tal manera que cuando llegó a Nueva York, pese a un inglés perfecto y la nacionalidad holandesa, la gente se le acercaba y le decía sorprendida: “You think like a Latin American!”.

En medio de la crisis de Nueva York, me interesé por Wall Street. ¿Qué estaba pasando en Manhattan? Y un día me fui a intentar hablar con esos hombres elegantes, expertos en finanzas, y les pedí que me permitieran entrar. Quería ver lo que estaba pasando. Los recuerdo claramente: estaban hablando entre ellos, se voltearon y me dijeron: “No, during the day Wall Street is ours”. ¡Y me mandaron a visitar Wall Street de noche!

El desplante de los banqueros fue la semilla de La ciudad global, el libro que la convertiría en figura fundamental de la sociología, la economía y la globalización en la década de los noventa.

Me fui para Wall Street de noche. Y me encontré a una escuadra de dominicanos que limpiaban los vidrios de los grandes edificios. Y entonces les pregunté: “Si toda la gente se está yendo de Nueva York, si en cuestión de tres años se han acabado 40.000 puestos de trabajo, ¿ustedes para quién están limpiando?”. Y ellos me enseñaron lo que estaba ocurriendo allí: un nuevo mundo económico emergía en los viejos edificios de Wall Street. Donde antes estaban las grandes casas de seguros y bancas comerciales, había numerosas boutiques de lujo, muy internacionales, que me señalaban un orden económico invisible.

La ciudad global

En 1991, Princeton University Press publicó por primera vez The Global City: New York, London, Tokyo. En él, Sassen concluyó varios años de análisis alrededor de los efectos de la globalización en las ciudades del mundo y el papel que éstas ocupaban en la vertiginosa aceleración de la interconexión global.

Sassen describió cómo las empresas habían dejado de producir sus bienes y servicios de manera centralizada y, en cambio, se habían dispersado por el mundo, despiezándose entre diversas ciudades. Este procedimiento hizo más compleja la labor de las empresas y las obligó a subcontratar numerosos servicios (contabilidad, fiscalidad, relaciones públicas, telecomunicaciones), transformando las estructuras económicas de esta nueva red urbana. Adaptados a la aceleración, obligados a especializarse, los ciudadanos de estas urbes se convirtieron en un nuevo tipo de trabajador, cuyo producto no es la manufactura sino el conocimiento. Este conocimiento, a su vez, circula entre una red de ciudades, altamente estratégicas, que en su interior sufren la profundización de sus desigualdades sociales. En la ciudad global, emergen dos tipos de trabajadores: los rápidos y talentosos obreros del conocimiento y aquellos que no tienen la capacidad para hacerlo y pasan al territorio de la informalidad.

De este proceso no se salva ninguna gran ciudad. Por eso resulta inevitable preguntarle a Sassen qué lugar ocupa la capital de Colombia en este nuevo y vertiginoso mapa económico.

Hoy en día, el sector más dinámico de nuestra economía es el de los servicios firm to firm. Las 100 más grandes empresas de servicios especializados están dispersas en 175 ciudades del mundo, configurando una geografía muy específica. Frente a este panorama, Bogotá debería preguntarse cuáles son los circuitos transnacionales sobre las cuáles está ubicada.

Aunque no es una experta en Bogotá, Sassen lanza varias hipótesis.

Bogotá, como Estambul, tiene un alto nivel de sofisticación. Ambas han negociado para estar en el centro de varias movilidades; en el caso de Estambul ha sido, por milenios, la relación Este-Oeste. Eso le ha permitido convertirse hoy en un núcleo de lo que se denomina global policy exchange.

Y Bogotá, ¿cómo podría ser un núcleo que exporte “políticas públicas”?

Ha tenido que enfrentar una situación de guerra, mientras juega un papel importante, estratégico para los Estados Unidos. Sin embargo, Bogotá ha desarrollado una capacidad compleja para mejorar, mantener su autonomía. Así que acá debe haber clases cívicas de diversos sectores (económico, cultural, derechos humanos) que han desarrollado una capacidad enorme para enfrentar el conflicto. Hoy el mundo está lleno de ciudades que pasan por eso. Puedo imaginar que una ciudad como Bogotá va a ir desarrollando la posibilidad de asistir a muchísimas ciudades que tienen como prioridad enfrentar la supervivencia de la civilización en medio de guerras asimétricas.

También compara a Bogotá con Zúrich (Suiza) y con Copenhague (Dinamarca). Asegura que son ciudades intermedias, desde las cuales las empresas prestan servicios a los grandes centros del poder europeo.

Es necesario ver las particularidades de la ciudad. Hacer un análisis económico y político donde se valoren las diferencias estratégicas que tiene con otras ciudades. Nuestras economías urbanas son complejas y tienen capacidades especializadas que hay que reconocer. El mundo económico avanzado tiene toda una serie de necesidades desde el punto de vista de los servicios, algo que con seguridad Bogotá podría suplir.

¿Mejor no imitar a otras ciudades?

Exactamente: nada de mirarle el ombligo al vecino. Hay que recuperar la historia económica y profunda de la ciudad.

Conócete a ti mismo. Un comando milenario que Bogotá, con sus ocho millones de habitantes, la mayoría en la informalidad, está en mora de aplicar con rigor, en un momento en que las velocidades económicas del mundo se aceleran, los centros se dispersan y las sociedades se integran en el nuevo mercado de las ideas.

Por Juan Camilo Maldonado T.

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