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El día en que el mundo colapsó

La quiebra de Lehman Brothers causó, en 2008, un contagio profundo en la banca mundial. Aun así, los multimillonarios recuperaron sus pérdidas y aumentaron sus ingresos.

David Mayorga
29 de septiembre de 2013 - 09:00 p. m.
El día en que el mundo colapsó
Foto: AFP - PORNCHAI KITTIWONGSAKUL

Los hombres se miraron, torcieron los labios y se restregaron los ojos. No podían hacer más. Después de tres días intensos de negociaciones, llamadas a sus más altos ejecutivos y proyecciones sobre deudas, depósitos y reservas, no había otra salida: Lehman Brothers, por entonces el cuarto banco más grande de EE. UU., debía declararse en bancarrota.

La enorme dimensión de sus deudas (US$613 millones del negocio bancario y US$155 millones en bonos) y la renuencia de sus competidores por hacer una compra de último minuto, abrieron la caja de Pandora que el sistema financiero mundial había mantenido bajo llave con recelo.

El mundo comenzó a conocer el trasfondo de la historia poco antes de la 1:00 a.m. del 15 de septiembre de 2008. Porque la quiebra de Lehman Brothers dejó en evidencia que todo el sistema bancario había agotado la vieja fórmula de endeudarse a cualquier costo para crecer. La Casa Blanca tuvo que salir al auxilio de Fannie Mae y Fredie Mac, las principales agencias de crédito hipotecario, y de la aseguradora AIG, para evitar que el mal se propagara a todo su sistema. Además, el entonces presidente George W. Bush tuvo que inyectarle al mercado alrededor de US$700.000 millones para mantener la economía a flote.

Al otro lado del Atlántico, el gobierno británico analizaba todas las opciones en su poder para evitar que el derrumbe del Royal Bank of Scotland, el más grande de su economía, generara el mismo efecto dominó (tuvo que adquirir el 81% de sus acciones).

No hubo que ir muy lejos para encontrar el detonante del desastre: la gigantesca deuda se había soportado en préstamos de alto riesgo, concedidos a deudores con escasa capacidad de pago debido a flojos controles por parte de la banca comercial. Además, los departamentos de inversiones se dieron cuenta de que, al transarlos en los mercados financieros en forma de derivados (productos complejos formados, en este caso, por la unión de varios activos), se obtenían mayores retornos.

La bomba estalló cuando los créditos sin pagar comenzaron a acumularse, los derivados se quedaron sin respaldo y las pérdidas se acumularon en los balances del sistema. La ruptura de la burbuja hipotecaria en Estados Unidos a finales de 2008 se propagó por el mercado europeo en los próximos meses, acumulando pérdidas en los balances del sector bancario, en los retornos de sus inversionistas y en las propias familias, que ante la imposibilidad de pagar las elevadas cuentas de sus hipotecas, tuvieron que entregar sus hogares.

Pero en medio del desastre también surgieron grandes negocios. “Con el paso de los días se hizo claro que había unos mercados emergentes con fortalezas estructurales importantes, como Colombia. Adicional, los commodities vivieron un incremento en sus precios, permitiendo la llegada de nuevas inversiones al país”, explica Juan Pablo Córdoba, presidente de la Bolsa de Valores de Colombia. La inversión extranjera pasó de un promedio de US$8.070 millones entre 2006 y 2008 a US$15.600 millones en 2013, mientras la plaza bursátil suma hoy más de un millón de familias como accionistas y la presencia de inversionistas extranjeros, a julio, fue del 20%.

En los últimos cinco años el mundo se ha reacomodado. Según la revista Forbes, los millonarios ya recuperaron sus pérdidas durante la crisis, mientras que en EE. UU., entre 2009 y 2012, las ganancias de los más ricos (el 1% de la población) crecieron 31,4 frente al 0,4% de los más pobres.

Las lecciones, sin embargo, no se aprendieron por igual. El gobierno británico decidió darle confianza al sector inmobiliario para impulsar el crecimiento económico al apalancar nuevas hipotecas; hoy la preocupación ha regresado: hay 562.000 agentes inmobiliarios hoy, una cifra nunca antes vista que hace despertar temores de una nueva burbuja en el horizonte.

 

Por David Mayorga

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