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El efecto de la deuda en China

Ser el mayor tenedor de deuda estadounidense convierte al gigante asiático en el principal afectado de la crisis. La Casa Blanca aprovecharía esta situación para mermar su poderío mundial a través del comercio preferencial.

Philip Stephens
12 de octubre de 2013 - 09:00 p. m.
A julio pasado, Beijing tenía invertidos alrededor de US$13 billones en bonos del Tesoro de EE.UU. / AFP
A julio pasado, Beijing tenía invertidos alrededor de US$13 billones en bonos del Tesoro de EE.UU. / AFP

El surgimiento de China se hizo en Estados Unidos. Si no tenemos en cuenta el ingenio y la actitud industriosa de su gente, el rápido ascenso de China como la segunda economía más grande del mundo fue posible gracias a un sistema económico internacional abierto, diseñado y construido por Estados Unidos. Ahora Beijing tiene serios motivos para preocuparse: el país del norte también puede destruir aquello que ha creado.

El impasse fiscal en Washington ha generado duras palabras por parte de la República Popular de China. El presidente Barack Obama y los republicanos en el Congreso han sido advertidos de que China espera el cumplimiento de sus responsabilidades mundiales. Tras estas palabras hay una profunda preocupación. La tasa de crecimiento del gigante asiático ya se desaceleró. Si hay otro golpe podría sumergirse por debajo del 6 o 7% que se considera necesario por el Partido Comunista para mantener el orden político y social.

No son los mejores momentos para el poder y el prestigio estadounidenses. Después de la torpeza de Obama con Siria, el cierre del gobierno lo forzó a cancelar su aparición en el foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico en Bali, y en la Cumbre de Asia Oriental, en Brunei. Su ausencia y la farsa fiscal que se desarrolla en Washington escasamente generan confianza en el supuesto “giro hacia el Asia”. La presencia física importa en esta parte del mundo y Obama le dejó el escenario a su homólogo chino: Xi Jinping.

Por su parte, Jinping tiene tres preocupaciones con respecto a la dirección de la economía norteamericana. Las primeras dos son serias pero cíclicas. La tercera es peligrosa, y es un cambio estructural que amenaza los prospectos económicos a mediano y largo plazo de su país.

La encrucijada más inmediata para Beijing es que un impasse extendido en Washington lanzaría a Estados Unidos de nuevo a la recesión y arrojaría a los mercados hacia una caída.

La segunda es que la continua debilidad del dólar está devaluando la enorme cantidad de deuda estadounidense en poder de China, que en julio ascendía a casi US$1,3 billones en títulos del Tesoro y lo ubica como primer afectado en el contexto mundial. Los funcionarios chinos han dicho varias veces que Estados Unidos están eliminando sus deudas aumentando la inflación y trasladando el peso del ajuste económico a quienes tienen grandes posiciones en dólares. Hay poco que puedan hacer al respecto. La respuesta de la Casa Blanca a quejas de ese tipo es encogerse de hombros y decir que nadie le está pidiendo a Beijing que compre su deuda.

Pero la gran amenaza proviene de la tercera dimensión de la política estadounidense: un cambio que está transformándolo de un país que apoya las reglas multilaterales con una base amplia a preferir las pequeñas coaliciones con un grupo de amigos. Washington se está apartando del orden liberal que creó luego de la Segunda Guerra Mundial.

Pero con lo que no contaba la Casa Blanca es que los poderes emergentes, y en particular China, también se beneficiarían de ese sistema. El surgimiento de otros ha confundido los intereses de norteamericanos. Ahora China parece encaminada a ser la economía más grande del mundo. En el plan de la posguerra no estaba empoderar a un país que luego retara la hegemonía propia.

Así que Washington está cambiando el multilateralismo por el comercio preferencial y los acuerdos de inversión con países similares. Esto implica aplazar acuerdos comprehensivos de comercio a favor de acuerdos bilaterales y regionales en los que tenga más probabilidad de identificar sus intereses.

Beijing debería estar preocupado. Sin importar cuán desestabilizante sea el desorden en Washington durante el corto plazo, la prosperidad china descansa sobre todo en el acceso a un campo internacional equilibrado. Si no hay un fuerte apoyo de Estados Unidos, el orden multilateral caería en una peor situación y la globalización le daría paso a la fragmentación. China, el jugador que más puede ganar de un orden liberal, será el gran perdedor una vez que el orden liberal fracase.

Por Philip Stephens

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