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El poder de los peluqueros

Como en un cambio de imagen, este sector se ha transformado en los últimos 50 años, pasando de unos contados establecimientos tradicionales a 18.811 salones de belleza registrados en el país.

Laura Villamil Barrera
16 de marzo de 2013 - 09:00 p. m.
Martín Vidal, dueño de la red de peluquerías con el mismo nombre. / Archivo
Martín Vidal, dueño de la red de peluquerías con el mismo nombre. / Archivo

Si no fuera por una revista SoHo y un televisor LCD, los antiguos clientes de la Barbería Colonial pensarían que el tiempo se detuvo, o más bien que algo los transportó al pasado, cuando acudían allí para mantener sus peinados clásicos inspirados por astros del cine como Clint Eastwood.

Hace 47 años empezó la historia de este lugar que ha sobrevivido a los cambios drásticos del oficio, esos que Reinel González, un estilista de 75 años, ha experimentado entre los asombros y las preocupaciones. Los primeros a causa de las modas pasajeras que lo han vuelto recursivo, como cuando se inventó una especie de tenedor que resistiera al alborotar los afros de los clientes entre los años 60 y 70. Y las segundas por cuenta del surgimiento de una competencia excesiva que ha dejado una guerra de precios y una informalidad incalculable.

Según un estudio realizado por la Universidad Nacional y la Universidad de los Andes, con el propósito de medir el impacto económico y social de este sector en Bogotá, hay 47.194 empleados registrados en los salones de belleza (a los que asisten 7 millones de clientes anualmente). Mientras tanto, cifras de Infocomercio -censo de establecimientos comerciales- muestran que en 2011 existían 18.811 establecimientos de este tipo en el país y 9.734 en la capital; convirtiéndose en la segunda forma de negocio más común después de las tiendas de barrio.

“El problema es que ahora todos quieren ser estilistas. Antes, ir a una peluquería era un plan familiar porque había muy pocas, pero hoy en día esa costumbre se perdió porque las academias están sacando a miles de personas que montan su propio salón”, explica González, con más de 40 años de experiencia en el oficio y unas manos responsables de mantener el estilo de políticos y artistas.

Con él coincide Martín Vidal, dueño de la red de peluquerías con el mismo nombre, asegurando que todos los días se abren este tipo de negocios como soluciones económicas para el futuro de cientos de familias, “pero luego cierran por la falta de buenas prácticas administrativas que los hagan rentables”. Explica que hay muy poca calidad en los contenidos académicos que brindan los institutos o escuelas de belleza: “se quedan sólo con la técnica y es necesario que proporcionen herramientas financieras para que los estilistas aprendan cómo hacer sostenibles sus establecimientos”.

El estilista, que luego de hacer seis semestres de Administración en la U. Javeriana decidió continuar con el legado de sus padres peluqueros, recuerda que viajó a París para estudiar lo que defiende como una carrera seria, porque “aunque actualmente ser estilista no es una alternativa para ningún joven con oportunidades, debido a que se entiende como una salida de la pobreza, yo creo que esto sí es una profesión y debería ser un programa en algunas instituciones de educación superior”.

Bajo su óptica, una de las situaciones más preocupantes del sector es el desconocimiento sobre el número de centros de educación y de estudiantes del oficio en el país, “porque no hay censos oficiales. Uno de los pocos que existe fue el que hicimos en Pivot Point”. Se refiere a una academia internacional de capacitación en belleza que hace presencia en Colombia, y de la cual es representante. Según ese análisis, hasta 2011 se preparaban en el país 12.500 estudiantes en 180 instituciones; pero es imposible esclarecer cifras exactas porque la informalidad que afecta al oficio va desde el aprendizaje hasta su ejercicio.

Por su parte, Javier Pineda, investigador de la Universidad de los Andes y uno de los autores del estudio sobre peluquerías en Bogotá, asegura que este es un empleo precario pero en crecimiento y muy significativo dentro del sector servicios. “Se vincula a una industria transnacional de la belleza porque son los principales consumidores de una cantidad de productos de las cadenas internacionales, como Wella. Es muy dinámico, tiene unas dimensiones globales y por supuesto locales difíciles de calcular”.

El estudio de las universidades Nacional y de los Andes confirma que este oficio, además de generar movimientos importantes de dinero en el país y ser una alternativa importante de empleo, ha representado la legitimación de una población con preferencias sexuales distintas a las heterosexuales, y aunque el 20% de los hombres peluqueros no son homosexuales, los clientes los prefieren porque relacionan su género con la calidad de sus servicios. Por eso, el 50% de sus ganancias representan el ingreso promedio de una estilista.

Pero más allá de las cifras y los censos, la calidad es la obsesión de empresarios como Vidal, quien se ha pasado años viajando y aliándose con academias que ofrecen programas de peluquería en el país con el propósito de instalar cursos que cumplan con los estándares de calidad de su “profesión”. Tarea en la que se apoya en Pivot Point.

Con esto ha logrado que instituciones de educación superior como el Politécnico Grancolombiano, que a partir de junio ofrecerá preparación en este sentido, crean que es posible abrir espacios que garanticen un futuro sostenible del sector: con garantías de seguridad social para los empleados, con esfuerzos gubernamentales por reducir la informalidad hasta hacerla imperceptible, un interés por la agremiación de sus actores y la rectificación de la peluquería, es decir, algo que le devuelva su sentido de profesión.

Por Laura Villamil Barrera

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