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Europa, una moneda al aire

Si Grecia se va del euro, puede ser el comienzo de una nueva era de divisas.

Samuel Brittan/ Financial Times
26 de mayo de 2012 - 09:00 p. m.

Supongan que Grecia saliera de la zona euro. Lo más probable es que el país sobrelleve uno o dos años infernales; luego tendrá un prospecto razonable de expansión y prosperidad. Sea lo que se decrete durante una transición de emergencia, es poco probable que el euro desaparezca del país. Tendría sentido que los exportadores y los operadores turísticos obtuvieran alguna ventaja competitiva empleando el devaluado dracma, pero muchas organizaciones, por ejemplo en transporte, podrían hallar conveniente seguir usando euros.

La principal diferencia es que el gobierno de Grecia tendría que financiar su propio presupuesto, pero no tendría que seguir tolerando instrucciones lideradas por Alemania sobre cómo conducir sus asuntos.

No obstante, esto tiene consecuencias más allá de Grecia. Podría ser un primer paso hacia una nueva Europa, en la que las empresas y otros agentes económicos tengan la oportunidad y la responsabilidad de decidir qué monedas denominan sus transacciones y en cuáles acumulan su efectivo.

Esto no tendría nada de nuevo. En la Edad Media el ducado de Venecia y el florín de Florencia circulaban bastante lejos de sus lugares de origen, y la libra esterlina estaba en la periferia. Estas monedas en principio consistían de oro u otros metales preciosos, pero con el peligro permanente de monedas recortadas muchos comerciantes de monedas podrían sacar provecho de su astucia. Durante los últimos pocos cientos de años hubo episodios de la llamada “banca libre” en los Estados Unidos y en el Reino Unido, pero durante esta época las monedas tenían un valor oro explícito o implícito, y su éxito se medía según la ventaja que ofrecía su descuento en relación con su valor metálico.

En tiempos modernos, el Reino Unido presentó a finales del siglo pasado una propuesta a favor de la competencia monetaria. Esto como una alternativa a la moneda única, que estaba en planeación. Un problema era que nada en la ley británica les impedía a los agentes realizar un contrato en cualquier moneda que fuera acordada mutuamente, así fueran dólares, libras esterlinas o conchas. La ley se ocupaba del asunto tan sólo si la moneda no se especificaba, así que no había mucho que proponer.

Pero el problema más grande era que los países centrales de la Unión Europea ya habían decidido apostarle a la unión monetaria y no había discusión. El mismo destino le aguardaba a otra propuesta que Gran Bretaña hizo más adelante: el “ecu fuerte”, una idea compleja que quizá media docena de personas realmente comprendían.

La competencia monetaria está reapareciendo a causa del rumbo que toman los eventos. Una razón para creerlo seriamente es que resulta ser una extensión de lo que ya está sucediendo. Vayan a cualquier almacén por departamentos grande o a casi cualquier hotel en casi cualquier gran ciudad europea, y podrán pagar en francos suizos, esterlinas o dólares, así como euros. Las preguntas más frecuentes se refieren a la posición crediticia del cliente, no a la moneda que ofrece. Los taxistas son una ley aparte, pero generalmente se les puede convencer de que acepten varios tipos de monedas.

Estamos lejos de la situación que presencié en una estación de tren de Salzburgo, cuando el presidente Richard Nixon dijo que había flotado el dólar (por la sugerencia de alguien llamado Paul Volcker). Algunos turistas estadounidenses estaban furiosos porque el superintendente de un vagón (que por casualidad era francés), se rehusó a aceptar dólares. Consideraban que cualquier cobro adicional al tiquete era un robo. Tuve que realizar la tarea de ser abogado del diablo para los dos partes: persuadir al superintendente de que los dólares aún tenían valor, y a los estadounidenses de que valía la pena pagar un poco más para no tener que dormir en el piso. Estas escenas no acontecerían hoy, pues las monedas en flotación son el pan de cada día.

También podrían comenzar a existir las monedas de empresas privadas. Los individuos y las compañías podrían finalmente aceptar e intercambiar denominaciones sustentadas sobre los estados de cuenta de una autoridad de transportes o de telecomunicaciones. Dudo que la gente acepte indefinidamente una situación en la que haya necesidades insatisfechas y trabajo desperdiciado a causa de un decreto nacional de austeridad. No es difícil imaginar los intercambios de letras de crédito que implicarían un aumento de facto en la oferta monetaria.

Muchas personas consideran que un mundo de monedas convencionales en competencia que tengan tasas de cambio variables es la última salida. ¿Pero en realidad tiene que serlo? De implementar algo así, los gobiernos podrían tener la libertad de tomar sus propias decisiones políticas, sin que las instituciones internacionales se las dicten para preservar paridades artificiales o uniones monetarias. Quizás una moneda mundial sería lo mejor para todos, pues no hay ninguna otra unidad que pudiera devaluarla. Pero incluso eso es incierto, pues si los guardianes de la moneda mundial se equivocaran, todos sufriríamos consecuencias.

No obstante, con varias monedas en competencia, habría una mayor probabilidad de que los administradores de algunas logren acertar en algo. Un famoso psicoanalista estadounidense escribió alguna vez un libro llamado El temor de la libertad. No hay ningún lugar donde este temor sea más evidente que en el mundo de la economía.

Por Samuel Brittan/ Financial Times

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