Las tasas de delincuencia entre la gente mayor están en aumento en Gran Bretaña y otros países europeos y asiáticos. Corea del Sur informó este mes que los delitos sometidos por personas de 65 años o más aumentaron 12,2% entre 2011 y 2013. En Japón se duplicaron. Hay más personas mayores que roban en tiendas que adolescentes. En Holanda, un estudio de 2010 determinó un marcado incremento en los arrestos y encarcelaciones de gente mayor. Y en Londres, la Policía dice que las aprehensiones de personas de 65 años o más aumentaron 10% entre marzo de 2009 y marzo de 2014, al tiempo que los arrestos de personas de menos de 65 años cayeron 24%. La cantidad de presos británicos de edad avanzada ha venido aumentando a una tasa tres veces superior a la población carcelaria general durante gran parte de los últimos diez años.
La gente mayor en los países desarrollados tiende a ser “más resuelta, menos sumisa y más centrada en las necesidades económicas individuales” que generaciones anteriores, dice Bas van Alphen, profesor de psicología en la Free University de Bruselas y que estudia el comportamiento criminal entre la gente mayor.
En algunos países se les echa la culpa a los crecientes niveles de pobreza entre la gente de edad avanzada. En Corea del Sur, el 45% de las personas de más de 65 años vive por debajo de la línea de pobreza, la tasa más elevada entre los 30 países desarrollados que pertenecen a la OCDE.
La “Opa Bande” (la “Banda de los Abuelos”), tres hombres alemanes de más de 60 y 70 años que fueron condenados en 2005 por el robo de más de un millón de euros a 12 bancos, atestiguó en su juicio que intentaban complementar sus beneficios de pensión.Un acusado, Wilfried Ackermann, dijo que utilizó su parte para comprar una granja donde poder vivir, porque tenía miedo de que lo echaran del hogar para jubilados donde vivía.
Quienes perpetraron el robo de joyas de Londres, sin embargo, no eran ni personas solitarias ni pobres. Los fiscales dicen que los ladrones inhabilitaron un ascensor y bajaron por el hueco, luego utilizaron un taladro de alta potencia para entrar en la bóveda. Una vez adentro, retiraron los objetos de valor de 72 cajas de seguridad, se los llevaron en bolsos y los cargaron en una camioneta que los esperaba. Si bien llevaban puestos cascos y gorros para cubrirse el rostro, los diarios le pusieron a cada ladrón un sobrenombre con base en las características distintivas que se veían en la cámara. Dos de ellos, apodados el Alto y el Viejo, “hace esfuerzos para mover un tacho antes de arrastrarlo afuera”, informó el diario Mirror en su análisis de las filmaciones de las cámaras de seguridad. “El Viejo se recuesta sobre el tacho, con dificultades para respirar”.
Parecían normales. El hombre de 74 años con dificultades de audición fue descrito por sus vecinos como un jubilado afable que ama a los perros; el de 59 años con una cojera pronunciada había sido chofer de camiones. Otro maneja un negocio de plomería. Los nueve están en custodia acusados de conspiración por robo.
Richard Hobbs, un sociólogo en la Universidad de Essex que estudia el crimen en Gran Bretaña, dice que el submundo criminal del país ha cambiado dramáticamente. En lugar de reunirse en pubs, muchos delincuentes hoy llevan vidas aparentemente normales, crían familias y tienen negocios legítimos. Siguen participando en delitos, pero sólo con socios confiables. “No se ven como delincuentes, se ven como empresarios”, dice Hobbs. Eso hace que a los delincuentes de edad avanzada les resulte más fácil permanecer en el juego. Suelen tener redes amplias adonde recurrir en busca de la experiencia necesaria, dice Hobbs. Y algunas habilidades esenciales, como el lavado de dinero, no requieren vigor físico.
Aun así, la delincuencia geriátrica plantea desafíos especiales. Durante el juicio de la “Banda de los Abuelos” de Alemania, los integrantes describieron cómo su compañero de 74 años, Rudolf Richter, casi echó a perder un robo a un banco en 2003 al resbalarse en el hielo, lo que los obligó a demorar más tiempo para ayudarlo a subir al auto en el que iban a escapar. Y el hombre de 74 años tenía otro problema, le dijo Ackermann a la Corte: “Teníamos que parar constantemente para que pudiera hacer pis”.