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México sale de la sombra de Brasil

Aunque la economía brasileña dobló a la mexicana, ahora esta última parece estar repuntando de la mano con la recuperación de EE. UU.

John Paul Rathbone / Financial Times
14 de abril de 2012 - 06:00 p. m.

Ionce le preguntó a Carlos Slim por qué los mexicanos eran tan pesimistas hacia su país, mientras que los brasileños eran tan eufóricos hacia el suyo. El hombre más rico del mundo, que tiene inversiones en ambos países, respondió: “Es simple. Ellos son brasileños, nosotros mexicanos”.

Fue un comentario perceptivo. Muchos mexicanos se sienten deprimidos hacia su país y el mundo comparte su melancolía. Entretanto, la confianza del boom brasileño ha tomado por asalto la imaginación popular. La última manifestación es la inminente colocación en la bolsa de BTG Pactual, el banco de inversión de Brasil que quiere ser, entre todas las cosas, “un Goldman Sachs tropical”. Esto es suficiente para motivar una mirada más cuidadosa al tema, en especial cuando los ánimos nacionales eran tan distintos hace diez años.

En ese entonces hubo un fuerte debate sobre quién era el verdadero líder económico de América Latina. Para muchos mexicanos la respuesta era obvia. El país acababa de cerrar una transición hacia la democracia, su economía era más grande que la de Brasil y tenía un sistema bancario robusto. Brasil, por su parte, emergía de una crisis monetaria y los inversionistas estaban aterrorizados de que fuera a elegir a un peligroso izquierdista: Luiz Inácio Lula da Silva.

Los roles se invirtieron bastante pronto. Brasil se convirtió en una de las envidiadas naciones BRIC, grupo en el que tan sólo China le lleva la delantera. México quedó atrás y su economía es tan sólo la mitad del monstruo brasileño de US$2,6 billones. ¿Qué pasó?

La respuesta, en gran parte, es China. Su ingreso a la Organización Mundial de Comercio golpeó las manufactureras mexicanas, que perdieron la competencia contra rivales que ofrecían precios mucho más bajos. El liderazgo político también era débil. La economía doméstica de México sigue ahogada por los monopolios, en especial el de la petrolera estatal Pemex. El ánimo nacional, además, se amargó por una guerra contra el crimen organizado en la que han muerto 50.000 personas durante los últimos seis años.

Por otro lado, Brasil ha construido fortaleza sobre fortaleza. Su economía se ha beneficiado de la voraz demanda de commodities por parte de China, su socio comercial más importante. Lula da Silva resultó ser muy distinto al “coco” que todos temían. Brasil también atacó los oligopolios en su propio mercado mejor que México y liberó a su campeón estatal, Petrobras, al permitirle entrar a la bolsa y asociarse con compañías extranjeras para explotar enormes reservas petroleras.

Mientras que el socio comercial más grande de México, los Estados Unidos, pasó de la crisis puntocom a la crisis subprime, Brasil gozó de una lucrativa carrera. Realmente parecía ser “o melhor país do mundo”. Ciertamente fue uno de los más afortunados.

Ahora esta suerte parece estar cambiando. Por primera vez en una década hay buenas razones para ser menos optimistas hacia China, y por lo tanto hacia Brasil. También hay menos razones para tener pesimismo hacia Estados Unidos y por lo tanto hacia México. China ha perdido competitividad por el aumento en los costos de salarios y transporte, y las cadenas de suministros de Norteamérica ya padecen de escasez. Si la economía de los Estados Unidos se recupera, las manufactureras mexicanas podrían tener un buen desempeño.

México también se ha convertido en un productor global de automóviles. La industria generó US$23.000 millones en exportaciones el año pasado: más que el petróleo o el turismo. En cuanto a las “guerras de la droga” de México, el otrora incremento vertiginoso de la violencia se ha desacelerado y en algunos lugares ha caído. Un aumento del 74% en el presupuesto de seguridad tenía que arrojar algún resultado.

Brasil, sin embargo, ha dado contra un reductor de velocidad. Ya no puede confiar en que los precios de los commodities aumentarán para siempre. Pero algo más crucial es que el país ha desarrollado un grave problema de costos. Incluso en los términos monetarios locales, que no sufren de los efectos que ha tenido la emisión de dinero en Occidente (la llamada “guerra de monedas”), los costos de la mano de obra brasileña han aumentado 25% en términos reales durante la última década. Esto amenaza a las manufactureras de Brasil y generó una pugna comercial proteccionista con México, lo cual ha retrasado la agenda de integración regional.

Esta inversión parcial del destino ha disminuido el brillo de Brasil y en México existe el impulso para reformar la relación del Estado con el capital extranjero. Aunque el último presidente que demostró liderazgo genuino en México fue Carlos Salinas, que tuvo una caída controversial en 1994, y aunque puede ser demasiado esperar que Enrique Peña Nieto, el candidato del PRI, provea la visión estratégica que demostró Brasil si gana las elecciones del 1 de julio (como pronostican las encuestas), Peña ha dicho que abrirá a Pemex hacia el capital extranjero y la economía hacia la competencia. También es cierto, por otra parte, que el PRI ha pasado los últimos 12 años aplastando iniciativas como estas.

El tamaño de Brasil implica que difícilmente cederá el primer lugar en América Latina. No obstante, si usted quiere tomar la perspectiva del largo plazo, los prospectos de México pueden ser mejores de lo que se cree.

Por John Paul Rathbone / Financial Times

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