Con un hijo, sin esposo, sin padre, sin trabajo y en condiciones de indigencia, sobrevivía con préstamos de amigos que nunca lograba pagar. Sin embargo, la gran revolución económica que emprendió el país asiático en la última década terminaría por dar un giro sorprendente a su calidad de vida.
A finales del siglo pasado, Bangladesh acogió a industrias extranjeras, principalmente de textiles, que emplearon a las mujeres del campo. A su vez, el Gobierno y algunas organizaciones sociales las dotaron de capital para asumir un rol en la sociedad como microempresarias, maestras, comerciantes y líderes.
De esta forma, Mussamat se vinculó como operaria a una multinacional, pudo ahorrar todas las semanas y en dos años tenía suficiente dinero para comprar un pedazo de tierra, una vaca y una cabra e instalar una tienda de alimentos en su aldea.
Mientras tanto, Bangladesh le demostraba al mundo que con su estrategia sí era posible salir del hoyo negro en el que se encontraba. El último informe sobre los avances de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) indica, por ejemplo, que menos de un tercio de las personas en este país viven por debajo de la línea nacional de pobreza. Los cambios coinciden también con un aumento del doble en la renta per cápita desde la independencia, un ascenso en la esperanza de vida de 44 a 62 años y una disminución en la tasa de mortalidad de madres lactantes de 145 en 1970 a 48 en 2002.
Jeffrey Sachs, economista y director del Instituto de la Tierra en la Universidad de Columbia, dice en su libro El fin de la pobreza que la revolución de Bangladesh va mucho más allá de lo meramente económico: “Con los cambios, las mujeres podían ahorrar una pequeña cantidad de sus exiguos salarios, gestionar sus ingresos, tener alojamiento propio, elegir cuándo y con quién salir y casarse, decidir tener hijos cuando se sintieran preparadas y emplear los ahorros para mejorar sus condiciones de vida y, especialmente, para regresar a la escuela con el fin de ampliar su capacidad de leer y escribir y sus aptitudes con vistas al mercado laboral”.
Investigaciones recientes, como la del economista bangladesí Qazi Kholiquzzaman Ahmad, han demostrado que las mujeres han sido la pieza central de este viraje radical de desarrollo, ya que a medida que ellas superan la pobreza endémica, priorizan la educación y nutrición de sus hijos por encima de cualquier otro gasto. Es decir, aseguran calidad de vida para el presente y el futuro.