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No es culpa del petróleo

El país está saliendo de una posición cómoda, basada en exportaciones e inversiones petroleras, y enfrenta el reto de recuperar la confianza inversionista para fortalecer la industria y recuperar la capacidad exportadora.

Luis Carlos Bravo Perdomo*
24 de marzo de 2015 - 01:08 a. m.
Si el país logra que su industria se recupere, se elevarán las tasas de empleo y la inyección de recursos a la economía llegará de forma directa. / Archivo - El Espectador
Si el país logra que su industria se recupere, se elevarán las tasas de empleo y la inyección de recursos a la economía llegará de forma directa. / Archivo - El Espectador

Comenzó marzo con una devaluación acumulada de 30% en seis meses. En opinión del gobierno y distintos analistas, esta dinámica guarda relación directa con la drástica reducción de los precios internacionales del petróleo.

Esta explicación, sin embargo, parece ocultar algunas debilidades estructurales que la economía colombiana ha venido evidenciando con anterioridad a la caída de los precios internacionales del crudo, relacionadas principalmente con el déficit de la balanza comercial y con la forma en que se ha venido financiando dicho déficit.
La realidad comercial de Colombia es que los ingresos por exportaciones de bienes y servicios no son suficientes para pagar el valor de las importaciones. Hoy tenemos un déficit comercial importante que tiende a ser cada vez mayor.

Según cifras del Banco de la República, en los primeros nueve meses de 2014, las importaciones de bienes y servicios superaron por US$6.004 millones al valor total de las exportaciones. Un año antes, este déficit había sido de US$2.000 millones.

Por supuesto, la situación es susceptible de empeorar como consecuencia de la disminución vertiginosa de los precios del crudo, pues más de la mitad de las exportaciones colombianas corresponden a petróleo y derivados.

Al difícil panorama comercial debemos adicionar las crecientes dificultades que tiene el país para financiar este déficit de manera estable. Si no ha habido suficientes ingresos por exportaciones, ¿de dónde han salido los dólares para pagar las crecientes importaciones? No de inversión extranjera directa. A septiembre de 2014, la inversión extranjera directa mostraba signos de estancamiento, con una disminución de US$591 millones.

El déficit comercial se ha financiado con inversión extranjera de portafolio, principalmente mediante la colocación de títulos de deuda del Gobierno. El problema es que estos flujos son volátiles, por lo cual la situación cambiaria colombiana es hoy más incierta que antes.

La presión adicional que ejercerá la crisis petrolera actual sobre la balanza de pagos de Colombia hará aún más evidente la necesidad de atraer inversión extranjera directa para otros sectores y desarrollar, con base en ella, un aparato industrial competitivo que esté en condiciones de insertarse exitosamente en cadenas de valor internacionales y aprovechar así las oportunidades de exportación que ofrecen los diversos tratados de libre comercio suscritos en los últimos años.

El país está saliendo de una posición cómoda, basada en exportaciones e inversiones petroleras, y enfrenta el reto de recuperar la confianza inversionista para fortalecer la industria y recuperar la capacidad exportadora.

“Estructural”… esa palabrita

En el marco de esta dinámica, la reforma tributaria estructural que ha propuesto el Gobierno Nacional jugará un papel primordial. Si una de las prioridades es lograr una transformación productiva para competir en los mercados internacionales, es fundamental que la inversión no se espante.

Al respecto, diversos analistas han planteando temas que, sin duda, son de la mayor importancia. La tasa total de tributación en el país supera el 70%, se requiere un estatuto tributario más simple, hay que atacar la evasión y conviene ampliar la base del IVA, entre otros.

Por supuesto que estos asuntos y otros más serán centrales en el debate. Pero un aspecto fundamental ha permanecido aún inexplorado: ¿es esta nueva reforma tributaria realmente “estructural”?

A través de la perspectiva de un inversionista, nacional o extranjero, la respuesta a esta pregunta puede ser incluso más importante que cualquier otro aspecto relacionado con el contenido mismo de la reforma.

Desde 1990, son trece las reformas tributarias que el país ha experimentado. ¿Por qué debería un inversionista confiar en que esta vez es diferente? ¿No es más sensato suponer que la reforma tributaria “estructural” es simplemente una reforma más que permitirá financiar el hueco fiscal del año 2016?

Los antecedentes recientes desafortunadamente no ayudan a generar confianza en que esta sea realmente una reforma estructural. En Colombia ha sido muy amplia la libertad de cada gobierno para modificar las normas tributarias, creando nuevos impuestos, modificando tarifas y hasta esquivando compromisos de estabilidad jurídica.

La inseguridad jurídica en temas tributarios y la inestabilidad en las reglas de juego han sido la constante. Existen impuestos zombies que mueren y reviven periódicamente, como el gravamen a los movimientos financieros y el impuesto al patrimonio. Existen también impuestos de relevo como el CREE, que es un impuesto sobre la renta que hace lo mismo que el impuesto sobre la renta pero es distinto, porque permite esquivar legalmente compromisos de estabilidad jurídica adquiridos previamente con inversionistas.

Solo el tiempo dirá si “estructural” es un calificativo adecuado para una reforma tributaria que podría generar confianza inversionista, o si por el contrario era simplemente una estrategia de marca para vender mejor un cambio en la normatividad tributaria que era necesario para financiar el déficit fiscal.

 

*Profesor del Área de Dirección Financiera de Inalde Business School.

Por Luis Carlos Bravo Perdomo*

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