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Oligarca ruso que murió al borde de la bancarrota víctima de la arrogancia

El polémico Boris Berezovsky, quien fuera uno de los hombres más ricos de Moscú, murió al parecer por un ahorcamiento.

David Mayorga
26 de marzo de 2013 - 06:50 p. m.
La policía británica acordonó la zona para buscar nuevas evidencias. La teoría inicial apunta a suicidio por ahorcamiento. / AFP
La policía británica acordonó la zona para buscar nuevas evidencias. La teoría inicial apunta a suicidio por ahorcamiento. / AFP

La vida de Boris Berezovsky es el mejor ejemplo del amplio poder que el dinero puede ejercer sobre una persona. La suya, muy acostumbrada a los lujos, los excesos y las trampas en los negocios, terminó abruptamente este fin de semana en su mansión londinense de Berkshire, donde su cuerpo fue hallado. La policía respalda la tesis del suicidio: murió ahorcado, agobiado por sus deudas. Pero los suspicaces señalan que hay gato encerrado: ése no era su estilo.

Aún no se comprueba la participación de un tercero en el incidente, pero por lo poco que se conoce se podría decir que el polémico oligarca ruso murió en su ley. Las leyendas en torno a su figura lo muestran como un hombre vengativo, que no dudaba en contratar a un asesino para sacar del camino a cualquiera que impidiera la multiplicación de su fortuna; sin escrúpulos, por las numerosas veces que tuvo que defenderse de las acusaciones de fraude ante los tribunales; derrochador, por el caro estilo de vida que lo caracterizó tras huir de su natal Rusia para asilarse en los distritos más caros de Londres.

Pero hay que destacar que BorisBerezovsky era, ante todo, un calculador. Era su naturaleza: determinar las variables que podrían beneficiarlo, un arte que aprendió a dominar en su juventud cuando estudiaba matemáticas aplicadas en Moscú. Su título de ingeniero le permitió, mientras tanto, desempeñarse como profesor universitario y analista de sistemas, en donde se convirtió en el hombre que manejaba información industrial privilegiada. Esto le permitió adquirir un gran prestigio académico que lo llevó a ser un hombre de peso en la Academia Soviética de Ciencias. Como testimonio de esta faceta quedan los 16 libros que escribió entre 1975 y 1989.

Su legado comenzó a forjarse precisamente a finales de los años 90, cuando, junto a Badri Patarkatsishvili, quien sería su mano derecha en los negocios, fundó la consultora informática LogoVAZ, encargada de proveer de software a la fabricante soviética de autos AvtoVAZ, dueña de la marca Lada. Aquí pueden apreciarse dos de las características que lo llevaron a la cima. La primera: sacar provecho de las dificultades. Debido al mal estado de las arcas estatales y a la hiperinflación, su firma se quedó primero con una parte de la producción cuando la automotora no pudo honrar sus pagos, estrategia que le permitiría, con el paso del tiempo, adueñarse de ella.

La segunda: sus relaciones con el poder. Por esa misma época abrió el fondo de capital AVVA, el cual le permitió reunir US$50 millones de la época con la consigna de invertir e influir en el sector automotriz de la naciente Rusia post soviética. Sus principales socios eran Vladimir Kadannikov, presidente de AvtoVAZ, y Alexander Voloshin, quien con el paso del tiempo se convertiría en una pieza clave del gabinete del presidente Boris Yeltsin y, cómo no, de la fortuna de Berezovsky. Por si fuera poco, se convirtió en amigo íntimo de Tatyana Dyachenko, hija y asesora privada de Yeltsin.

Su papel en los años siguientes fue consignado con maestría en el obituario que escribió el diario británico The Telegraph: “Mientras el presidente y sus asesores trataban de sacar a flote una economía en bancarrota, Berezovsky mostró grandiosas habilidades financieras al igual que una gran capacidad para encantar y manipular. Fue así que se convirtió en el rey de la intriga del Kremlin, reconocido por sus múltiples enemigos como un nuevo Rasputín”.

Todo esto le permitió convertirse en uno de los siete hombres más ricos de Rusia, aquellos que se aprovecharon de la política privatizadora de Moscú para erigir grandes fortunas. Los mismos a quienes la prensa y los críticos se referían como “oligarcas” por ejercer el poder a través de sus millones al tiempo que generaban la mitad del PIB de su país. Su portafolio de inversiones incluía la aerolínea Aroflot, la petrolera siberiana Sibneft y el canal de televisión ORT, que pasó a llamarse Channel One y se convirtió en un efectivo vehículo para sellar la reelección de Yeltsin. Aquel profesor universitario que ganaba poco más de US$18 a la semana, se había convertido en 1997 en un prominente hombre de negocios cuya fortuna era estimada por la revista Forbes en US$3.000 millones.

Para la época, su nombre ya tenía visos de ilegalidad. Había salido ileso de un atentado con bomba (se dijo que el autor era un antiguo mando soviético que quería eliminarlo debido a la influencia que acumuló en la industria automotriz) y fue acusado de ordenar el asesinato de Vladislav Listyev, presidente de su canal, por una supuesta disputa por las ganancias de publicidad (nunca se halló al autor material). Además, Berezovsky era ya una figura política: se había convertido en un miembro fiel del ordenamiento político, con pasos por algunos entes estatales e, incluso, en el parlamento.

Pero su suerte comenzó a cambiar con la muerte de Yeltsin. A pesar de fundar el partido político Unidad y de convertirse en uno de los patrocinadores de la campaña política de Vladimir Putin, su arrogancia lo terminó enfrentando con el nuevo presidente. Tras un espectacular debate público, en el que acusó al gobernante de ser partícipe en atentados terroristas, y después de ser el protagonista de diversas investigaciones judiciales, salió de Moscú en 1999 para refugiarse en Londres. Su solicitud de asilo fue aceptada en 2003.

Así dio inicio a la última parte de una vida en la que los lujos fueron un denominador común. Sus viajes por la capital británica los realizaba en una limosina Maybach, se reunía con otros empresarios en los hoteles del exclusivo sector de Hyde Park, mandó a construir un yate de 110 metros para opacar al de su compatriota Roman Abramovich (dueño del club de fútbol Chelsea FC) y pasaba largas temporadas en sus propiedades de Inglaterra, Francia y el Caribe. Mientras, en Rusia, era procesado en ausencia por la malversación de US$13 millones al banco SBS-Agro y diversas estafas millonarias a Aeroflot y AvtoVAZ.

Los tribunales también jugaron un papel importante en su aventura londinense. En ellos dirimió las acusaciones de la prensa rusa por sugerir que había participado en el asesinato de un exagente de la televisión rusa, también presentó una querella contra Forbes por publicar información en su contra, demandó a antiguos socios y fue demandado por irregularidades, firmó un divorcio en el que perdió US$152 millones y otro tanto en una pelea con su exnovia Helena Gorbunova. Pero la peor derrota se la propinó Avramovich, quien le ganó una disputa por difamación en el negocio que los hizo propietaries de Sibneft. Eso le costó US$7.200 millones.

La prensa señala que, entre los motivos que lo llevaron al suicidio, destacan la altas deudas que acumuló en el Reino Unido. Para evitar especulaciones, la Policía restringió el paso alrededor de su casa en busca de nuevas evidencias. Sin embargo, sigue pesando en el aire la afirmación que el juez George Mann, quien falló en su pelea con Gorbunova, realizó días después de dictar sentencia: “Según las pruebas, el señor Berezovsky es un hombre bajo presión financiera.

Por David Mayorga

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