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Pequeñas grandes ideas

El ‘crowdfunding’ es una alternativa para el emprendimiento social y proyectos de valor compartido sin intermediarios que se está consolidando en el país y de la que se han beneficiado incluso víctimas del conflicto armado.

María Alejandra Medina Cartagena
24 de agosto de 2014 - 02:00 a. m.
Tomás Cubillos Ospina es el menor de los cuatro hijos que tiene Yamile Ospina, una de las beneficiadas del ‘crowdfunding’. Su microempresa se dedica a hacer cocadas y bocadillos de plátano. / Cortesía
Tomás Cubillos Ospina es el menor de los cuatro hijos que tiene Yamile Ospina, una de las beneficiadas del ‘crowdfunding’. Su microempresa se dedica a hacer cocadas y bocadillos de plátano. / Cortesía

“Este es mi producto, quiero que lo consuma mucha más gente y que viaje a otros países. ¡Es superdelicioso!”, le decía Yamile Ospina a cualquiera que la estuviera viendo en internet para que la ayudara a reunir los $3 millones que necesitaba para costear el registro sanitario de sus bocadillos de plátano.

Yamile es solo una de los cerca de cinco millones de personas desplazadas que tiene el país. Hace ocho años tuvo que salir del Caquetá y empezar una nueva vida en Anserma, Caldas, donde formó una microempresa llamada Las Delicias del Plátano, que la beneficia a ella y a otras tres madres que son cabeza de hogar. “Este producto me dio la oportunidad de tener un nuevo plan de vida”, cuenta.

Ella también es una de las personas que, ante el insuficiente o exigente apoyo financiero para pequeños emprendedores en el campo colombiano, decidieron montar un video para convocar aportantes a su causa de crowdfunding o financiación colectiva por internet. “Desgraciadamente hay un vacío para emprendedores, sobre todo de las áreas rurales. No hay casi créditos. Tiene que haber constancia, porque uno necesita apoyo”, dice Yamile.

Luego de ser escogida por la iniciativa de la Fundación Capital Little Big Money (LBM), una de las plataformas de crowdfunding social que existen en el país, la microempresa tuvo que hacer un video que sería su carta de presentación en las redes para atraer aportes de capital. “Teníamos que decir para qué queríamos el dinero y el monto. Muy corto, pero muy concreto”. De hecho, en eso se diferencia la financiación colectiva social de una donación: el aportante sabe exactamente para quién y para qué va a ser destinado el dinero.

LBM es financiada por la Fundación Ford y está enfocada en apoyar pequeños proyectos que por su magnitud no necesariamente requieren de un crédito para prosperar. El objetivo es brindar “intermediación cero en el acceso a financiamiento”, dice Paula Rodríguez, coordinadora de la plataforma. La idea surgió al ver precursores en financiación en masa como Kickstarter o microcrédito de persona a persona como Kiva.

En Colombia, la financiación colectiva es una modalidad relativamente nueva, por lo que aún no hay una regulación definida. Además, hay crowdfunding financiero y no financiero. LBM se incluye en el último, pues el crowdfunder (quien da dinero) no espera la devolución del monto ni una participación en el negocio.

Por otro lado, se han visto las primeras iniciativas de crowdfunding financiero en el país enfocadas a inversión inmobiliaria, con el modelo de fiducia. Al respecto, la Superfinanciera le ha recordado a la ciudadanía que “en Colombia, el negocio fiduciario es un producto financiero que sólo puede ser realizado por entidades autorizadas por esta Superintendencia”. Y, en vista de que puede haber flujo de capital desde y hacia el exterior porque las plataformas de crowdfunding funcionan en línea, la entidad advierte que “proyectos inmobiliarios que se desarrollan en el exterior no son vigilados por la Superfinanciera”. Con la legislación de inclusión financiera que se está construyendo, se espera que esta Superintendencia quede con la facultad de regular las formas emergentes de transar en línea.

LBM, mientras se formaliza la figura de crowdfunding en el país, acata la regulación que aplica para fundaciones sin ánimo de lucro y recepción de donaciones.

Para acoger una campaña, LBM estudia la propuesta y verifica su veracidad y viabilidad. Lo que sigue es una intensa cruzada de difusión. “Fuimos a las emisoras, a los canales de televisión de la región, hablamos con nuestros conocidos y repartimos volantes”, recuerda Yamile. Según Paula Rodríguez, el proyecto trae consigo cerca del 30% de los aportes a través de las personas cercanas a los beneficiarios.

Lo clave para el éxito de un proyecto de crowdfunding es la autogestión, promocionar la idea y llamar el capital, nada de sentarse a esperar. “Es una herramienta, no un fin”, dice Rodríguez. Los aportes, el contacto y la auditoría del gasto son directos y en tiempo real. Los beneficiarios tienen la obligación de ir reportando en línea a qué se está destinando el dinero. Eso y retribuciones simbólicas es lo único que un aportante a la financiación colectiva de carácter social puede esperar.

Yamile efectivamente entregó reconocimientos alegóricos a quienes le ayudaban. Por cada millón de pesos que recibía, Las Delicias del Plátano entregaba bocadillos y cocadas en la escuela de la vereda.

En ese sentido, el crowdfunding social ofrece un servicio. “Se obtiene algo a cambio. Por eso no es captación de dinero”, dice Dan Gertsacov, presidente para las Américas de Lenddo, una plataforma en línea que facilita el acceso a servicios financieros para los usuarios, aprovechando su reputación en las redes sociales.
Ahora bien, la meta de recaudo tiene que mantener los pies en la tierra. “(En LBM) nos dijeron que no nos hiciéramos ilusiones”, recuerda Yamile. “La gente en Colombia no tiene mucha cultura de donación ni de pagar por internet”, dice Paula Rodríguez. El dinero en crowdfunding se mueve por servicios como Paypal, PayU o en puntos Baloto o Efecty.

Las ambiciones de Yamile y su microempresa tuvieron que reducirse un poco. La meta inicial era reunir $6 millones para pagar el registro sanitario y el código de barras, pero luego de transcurrido parte del tiempo límite y estar aún lejos del ideal de recaudo, la cifra se redujo a la mitad. “Mientras más alto sea el monto, menor será la probabilidad de éxito”, señala Rodríguez.

Otro de los puntos para tener en cuenta es el plazo de los proyectos. Lo ideal es que oscile entre los 30 y 60 días. “Nunca se sugiere más de 90 días. Después de eso es muy poco probable que el proyecto sea exitoso”.
Al final, Las Delicias del Plátano recibió el dinero de más de 20 aportantes durante dos meses, el registro sanitario se pudo pagar, el comprobante de la transacción se publicó y ahora los bocadillos y cocadas a base de plátano se comercializan en varios puntos del país, a través de tiendas naturistas, restaurantes y sitios turísticos como el Parque del Café y los termales de Santa Rosa de Cabal. “Fue algo espectacular”, dice Yamile.

Las Delicias del Plátano comenzó vendiendo 45 cajas al mes. Hoy la cifra es de 2.000 y, ahora que tiene el registro, la proyección para 2015 es de 15.000 cajas. Los beneficiados, según Yamile, son también los campesinos de la región, pues mientras el plátano se les compra en la cabecera municipal a cerca de $150 por kilo, Las Delicias del Plátano paga $300 por la misma cantidad.

LBM, por su parte, cobra 6% de comisión sobre lo reunido, que, dice Rodríguez, se advierte antes para que en la meta de recaudo se incluya el valor adicional. En los ocho meses que lleva en funcionamiento, la plataforma ha recogido cerca de US$20.000 para 20 proyectos.

mmedina@elespectador.com
@alejandra_mdn

Por María Alejandra Medina Cartagena

 

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