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La tasa de cambio y otros demonios

Gracias a la bonanza vivida desde 2007, el sector privado ha comprado más divisas que el público, llevando a su depreciación.

Daniel Niño*
27 de enero de 2013 - 09:00 p. m.
La tasa de cambio y otros demonios

El comienzo de 2013 no ha sido muy diferente al de los últimos años en materia de discusiones económicas centradas en la bonanza que vivimos, con las advertencias de que si no somos prudentes podríamos indigestarnos y donde aprendemos que al cometer excesos no hay alivios rápidos. Lo diferente radica en que desde 1998 la tasa cambio no cerraba un año por debajo de $1.800. Si a ello le sumamos que la industria tuvo un año muy flojo en 2012 para un país donde el consumo creció por encima de 4%, es entendible que nuestro fetichismo con la tasa de cambio esté exacerbado.

La tasa de cambio es el tema que más interés despierta y el preferido de los colombianos para consultar el oráculo económico. Muchas veces resulta una diva sobre la que se presentan análisis, conjeturas e ideas llenas de pasión, sobre las que se defienden puntos de vista parcializados porque, al final, termina siendo un tema complejo y lleno de vínculos con muchos otros aspectos de la vida económica y financiera de un país. La tasa de cambio se presta para todo tipo de interpretaciones, tiene sus mitos urbanos, generando no pocas veces desinformación o confusión.

Yo pertenezco a una generación donde los abuelos solían recomendar ahorrar en dólares, pero incluso donde las manifestaciones culturales reconocían nuestra capacidad de reír en medio de la adversidad económica. Un ejemplo muy bonito en mi infancia fue cuando por primera vez, en una visita al sur del departamento del Huila, vi en diferentes tamaños las chivas artesanales que rememoraban a los típicos camiones donde la población transportaba todo tipo de variedades de frutas, animales y alimentos, donde replicando la picardía popular eran visibles frases de nuestra cotidianidad como aquella “Subo más que el dólar”.

Pero los tiempos han cambiado y muchos indicadores, entre ellos la importancia de las exportaciones mineras y de hidrocarburos en relación con el tamaño de la economía, sugieren que desde 2007 Colombia ha estado en bonanza y, con ella, la tasa de cambio se ha arraigado en un nivel cada vez más bajo. Con excepción de la crisis externa entre 2008 y 2009, la tasa de cambio refleja desde entonces un patrón del peso colombiano hasta sostenerse por debajo de $1.900 por dólar en promedio durante los últimos años.

Son múltiples los meses que llevamos preguntándonos cuáles son las causas de la apreciación para saber si se puede hacer algo. Y las respuestas apuntan a muchas causas, entre las que hay, a su vez, muchas en las que nada se puede hacer.

También hay causas en las que sí se puede hacer algo, pero no sin afectar otras variables económicas, y cuyo análisis costo-beneficio sugiere que la cura podría resultar peor que la enfermedad. Es el caso de medidas donde, para subir la tasa de cambio, afectaríamos severamente la capacidad adquisitiva de los hogares, perjudicando las ventas internas de la propia industria o aquellas que, como en el pasado, nos llevarían a altísimas tasas de interés para las empresas y los colombianos.

Siendo realistas, las cifras nos dicen que si analizamos la cantidad de dólares que compró y vendió el sector privado en los últimos años, la tasa de cambio debería haber aumentado. Incluso, el sector privado ha sido cada vez más deficitario, así hablemos de remesas, inversión extranjera y préstamos desde el exterior.

No podemos decir que en 2012 el Gobierno no hizo su aporte al no traer dólares por endeudamiento externo o que no compró dólares para ayudar a estabilizar la tasa de cambio por encima de $1.800, pero el sector público no terminó bien la tarea. Al final, ha incrementado por otras vías más rápidamente la oferta de divisas y ha resultado cada vez más superavitario.

Al final, el balance es claro: entre el déficit en dólares del sector privado y el superávit del sector público, se mantiene un exceso de dólares en la economía a lo largo de los años.

El Banco de la República ha procedido entonces a realizar compras diarias, las cuales han absorbido el exceso de dólares. En 2012, incluso el Emisor compró casi US$4.850 millones, 1.100 millones más que en 2011.

Muchos señalan que el banco central no ha realizado bien la tarea. Las cifras indican una realidad bien diferente. A él no le corresponde apuntar a un nivel de la tasa de cambio y sería imposible que lo hiciera sin sacrificar su credibilidad en el frente inflacionario. Al aumentar las reservas internacionales manteniendo su credibilidad en la inflación, el Banco de la República es uno de los grandes artífices de que Colombia haya reducido sustancialmente el riesgo país con los beneficios que la estabilidad macroeconómica, la solidez del sistema financiero, las mejoras en la calificación y el retorno de la confianza inversionista significan para todos los colombianos.

Personas muy serias y autorizadas han pedido que el Banco de la República siga el ejemplo del Banco Central de Perú. Lo primero que se debe recordar es que las actuaciones de dicha institución están soportadas en el hecho de que el gobierno genera un alto nivel de ahorro que permite un mayor nivel de compra de dólares. Estas adquisiciones hay que pagarlas, por lo que se requieren recursos propios o caja en moneda local evitando la necesidad de estar imprimiendo grandes sumas de nuevo dinero.

Lo segundo es que Perú requiere tener montos de reservas internacionales más altos que Colombia, Brasil y Chile al estar semidolarizada. Tercero y último, desde finales de 2010 el sol peruano se ha apreciado más que el peso colombiano, el mexicano o el chileno. Los resultados no cambian mucho, por más que allí compren muchos más dólares.

Luego, la creencia de que el problema se resuelve comprando muchos más dólares diarios por parte del Banco de la República desconoce los límites en su capacidad de compra y que, de elevar la suma diaria, reduciría la cantidad de días totales en que podría comprar divisas, incentivando mucha más especulación y ataques por esta vía.

En conclusión, la forma de lidiar con una bonanza es ahorrando parte de los ingresos en dólares y reduciendo el déficit en pesos del gobierno. A eso es a lo que nos referimos cuando se pide prudencia. El Gobierno, tras la aprobación de la regla fiscal, al fin está ahorrando, solo que al redactar la legislación se decidió hacerlo en relación con los ingresos de 2011, cuando la bonanza comenzó mucho antes, en 2007.

El ahorro programado con la regla fiscal se queda corto cuando la inversión para exploración y explotación de hidrocarburos en 2012 supuso la llegada al país de cerca de US$27.000 millones, una cifra muy superior a los casi US$13.000 millones que hubo en 2010.

Opiniones

Leonardo Villar Gómez
Director de Fedesarrollo
“Todo lo que pueda hacerse para mitigar la apreciación cambiaria ayudaría por lo tanto a apoyar la industria nacional, pero el margen para actuar en este frente es limitado”.

Luis Genaro Muñoz Ortega
Gerente de la Federación de Cafeteros
“El dólar debe tener un piso. Por ejemplo, los suizos protegieron su economía y acá seguimos pensando en cuándo vamos a hacerlo. Hay que tener una meta piso de la tasa de cambio”.

Juan Camilo Restrepo
Ministro de Agricultura y Desarrollo Rural
“Sería bueno tomar medidas audaces y más aguerridas que las que se vienen tomando. Lo cierto es que pasan y pasan los meses y la revaluación se sigue acentuando en Colombia”.

Augusto Solano Mejía
Presidente de Asocolflores
“La gran preocupación acá es la tasa de cambio, porque es un problema generalizado de la economía. Cada $100 de revaluación a lo largo del año, le cuestan al sector $120.000 millones”. 

*Director de la firma consultora Pyxis Económica.

Por Daniel Niño*

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