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Tras el rastro de los falsos ilusionistas

Su trabajo es reconstruir, paso a paso, la compleja red de operaciones con la que se esfumaron sumas impensables de dinero. Se trata de un oficio que en Colombia se encuentra en auge.

David Mayorga
11 de noviembre de 2012 - 12:10 a. m.
El inversionista Bernard Madoff fue condenado a pagar 150 años de prisión tras idear el fraude con el que se esfumaron más de US$82.000 millones.  / EFE
El inversionista Bernard Madoff fue condenado a pagar 150 años de prisión tras idear el fraude con el que se esfumaron más de US$82.000 millones. / EFE

Los libros suelen acompañar su nueva vida. Recostado sobre su catre, apoyado en una fría pared pintada de blanco y con sus lentes bien puestos: así gasta el tiempo Bernard Madoff, sumergido entre las novelas de John Grisham y otros autores de misterio, entre las noticias que encuentra en el periódico y mirando ocasionalmente los escasos rayos de luz que se cuelan entre los barrotes de su celda en la prisión federal de Butner, Carolina del Norte.

En las noches, el otrora gran inversionista hace fila frente a la enfermería para que midan su presión sanguínea y chequeen su estado de salud. Sus nuevos amigos son como él, personas que también merecieron la atención de la prensa: Carmine Persico, el jefe mafioso que impuso su ley al costo de mucha sangre en la Nueva York de los años 70; al igual que Jonathan Pollard, el espía que vendió secretos militares al gobierno de Israel. Después de repasar los sucesos más impactantes de sus vidas, Madoff regresa a la soledad de su celda, a sus libros.

La rutina tendrá que repetirse cada uno de los 150 años en prisión a los que fue condenado, después de ser hallado culpable de cometer 11 delitos, entre los que sobresalen perjurio, robo, lavado de dinero y fraude. Es el costo de haber ideado una de las más grandes estafas en la historia, en la cual sus víctimas perdieron US$64.800 millones en títulos y otros US$18.000 millones en efectivo, todos ellos tradicionales inversionistas de Wall Street.

Una vida muy parecida es la que vive en estos momentos Allen Stanford, el hombre que tan sólo seis años atrás patrocinaba torneos internacionales de cricket y ocupaba el puesto número 605 en la lista de los hombres más ricos del mundo de la revista Forbes. El mismo que fue proclamado caballero en 2009 por la Corona Británica, un honor que perdió tan pronto se descubrió que los miles de millones de dólares con los que construyó su fama fueron producto de una estafa generalizada a inversionistas en 113 países, desde América Latina hasta Libia.

Las investigaciones revelaron que el otrora multimillonario había utilizado a Stanford Financial Group, su propio grupo financiero localizado en la pequeña isla caribeña de Antigua, para construir una mascarada que les costó US$7.000 millones a sus clientes, que según algunos cálculos sobrepasarían los 3.000. Por ello fue condenado a pagar 110 años en una prisión de Houston, Texas.

Ambos personajes siguen un mismo patrón: reconocidos hombres de negocios que se codeaban en las más altas esferas del mundo financiero, que captaban dineros de personas enceguecidas por los altos retornos que prometían, que montaron una compleja operación financiera lejos de los entes de control para multiplicar sus fondos, que un día entendieron el error que habían cometido al sentir el frío acero de unas esposas en sus muñecas.

Es el mismo patrón que han seguido muchos otros: Jérôme Kerviel, el corredor del banco francés Société Générale, a quien —según él— sus jefes ordenaron ejecutar operaciones fraudulentas que terminaron costándole a la entidad más de US$6.200 millones; o Kweku Adoboli, el comisionista de 31 años que desvió más de US$1.800 millones del banco UBS por medio de compraventas irregulares; o Nicholas Levene, el hombre que captó alrededor de US$153 millones al ofrecer falsas acciones de empresas como los bancos HSBC y Royal Bank of Scotland o la minera Rio Tinto.

Y todos ellos pasan (o están a punto de hacerlo) sus días tras los barrotes de una celda gracias al trabajo coordinado de un grupo de profesionales que se arman de códigos, registros de operaciones diarias, archivos de clientes, órdenes de compra y venta, y más documentos para rastrear la ruta de los fondos perdidos. Son los contadores forenses, expertos en resolver fraudes financieros y encontrar culpables.

“Nuestro trabajo consiste en rastrear hasta el último paso, desde la apertura de cuenta de cada cliente, pasando por las operaciones que realizó, hasta su retiro”, comenta Laude Fernández, presidente de Consultoría Forense y Litigios de FTI Consulting, una de las firmas con la experiencia más amplia en estas lides.

De hecho, fueron sus funcionarios quienes desenmarañaron la compleja red de operaciones con la que Madoff fraguó su estafa. Fueron más de dos años de investigación paciente y de acopio de pruebas (algunas de ellas las recogieron en Colombia) que terminaron en una condena ejemplarizante.

En esa ocasión, como en muchas otras, la operación se inició con la firma de un acuerdo de confidencialidad para impedir que información sensible se filtre y entorpezca la investigación. “Conformamos un equipo multidisciplinario de profesionales, el cual, por lo general, cuenta con un experto en operaciones financieras, un contador forense, un ingeniero instruido en sistemas informáticos y un abogado con bagaje en el mundo bursátil”, explica.

La importancia de este tipo de operaciones en Colombia se ha fortalecido en los últimos años. La Universidad Externado de Colombia es la única en el país en ofrecer una especialización en Auditoría Forense, la cual ya ha graduado nueve promociones de expertos en rastrear irregularidades financieras. “Muchos de los estudiantes la escogen por ser un nuevo campo de disciplina muy demandado, principalmente, por los bancos. Incluso, el Gobierno se está interesando cada vez más por esta área y hemos tenido a funcionarios de la Fiscalía, la Contraloría y la Policía siguiendo el programa”, cuenta María Elena Escobar, su coordinadora académica.

El auge también ha venido de la mano de la instalación en el país de nuevas empresas. “Además de instituciones financieras (básicamente bancos y firmas bursátiles) recibimos muchas solicitudes de compañías de los sectores de construcción e hidrocarburos que quieren esclarecer desvíos de presupuesto, malversación de fondos y robos de recursos”, dice Fernández, y agrega que desde la llegada de su firma al país, en 2009, las solicitudes de investigación se han quintuplicado.

En el mejor de los casos es posible rescatar tan sólo una tercera parte del dinero comprometido, aunque existe una posibilidad muy grande de que gran parte de él termine cubriendo los honorarios de abogados que defienden a sus clientes de una abultada condena. Es entonces cuando los culpables terminan entendiendo el verdadero peso de sus acciones. Como Madoff, quien le reveló a la cadena ABC la tortura de su nueva vida: “La peor parte es el no ver a mi familia y saber que me odian. Los traicioné”.

Por David Mayorga

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