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Un viaje de infarto, perdón de paro

Boyacá ha sido uno de los departamentos más afectados con los paros y las manifestaciones que desde hace cinco días se registran en el país.

Paula Nathalia Quintero / Especial para El Espectador
24 de agosto de 2013 - 01:24 p. m.
Ventaquemada en la vía Bogotá- Tunja. /AFP
Ventaquemada en la vía Bogotá- Tunja. /AFP
Foto: AFP - LUIS ACOSTA

Este es el relato de una viajera que se encontraba en Tunja (Boyacá) el día que comenzaron los bloqueos en las principales vías del país y que viajaba con destino a Bogotá. Un recorrido que normalmente dura dos horas se volvió interminable.

La terminal

Las filas eran interminables, entraban los buses con los vidrios rotos, la gente estaba desesperada pues eran muy pocos los conductores que, pese a la advertencias de sus compañeros, se atrevían a llevar gente. Los precios estaban disparados: un pasaje que generalmente cuesta $20.000, lo estaban cobrando a $50.000.

Los despachadores controlaban la furia de aquellos que no comprendían la situación, eran víctimas de insultos y hasta empujonazos de la multitud.

La única alternativa era buscar un carro particular, pues corrían los rumores de que solo a estos los dejaban pasar. En la salida había un señor, parqueado, esperando completar el cupo, nunca lo había visto, pero tenía que viajar, no tenía otra opción.

Primer bloqueo: Germania

A las afueras de la ciudad se encontraban unos policías que al vernos nos advirtieron que subieramos los vidrios de las ventanas del carro porque había gente lanzándole piedras a los vehículos. ¿En que me había metido? No había vuelta atrás, así que continuamos.

Cuando llegamos a Germania vimos seis buses estacionados que estaban bajando a los pasajeros. Hombres, mujeres, niños y hasta ancianos tuvieron que bajarse y caminar con sus maletas al hombro sin ninguna opción y a la espera de que algún conductor considerado decidiera darles un aventón.
Seguimos avanzado. Nos esperaba el primer bloqueo, cientos de campesinos armados con palos y piedras se veían sobre la vía. Nos dejaron pasar, pero el carro que venía a trás del nuestro fue detenido.

-Segundo bloqueo: Puente de Boyacá

El trancón era evidente. Durante tres horas estuvimos parados frente al Puente de Boyacá, acompañados de un sol inclemente y un bochorno que hacía de cada minuto una eternidad.

Con el tiempo, y al ver que no se avanzaba, las personas se bajaron de los carros, sacaron comida y pusieron música; era el paseo de olla más largo que había visto.

Caía el atardecer y por fin se había recuperado la movilidad, los motores de los carros se encendían de nuevo, todo había acabado. O ¿no?

-Tercer bloqueo- Tierra Negra

Nos habíamos detenido de nuevo, esta vez fueron cinco horas. La tensión era evidente, no había ningún retorno, estábamos oficialmente estancados. Mi celular sonaba cada cinco minutos, igual que el del resto.

Pasaban las horas, y yo desconocía por completo con quiénes viajaba, así que decidí entablar una charla predecible sobre el caos que se estaba viviendo en ese momento. —Esto como que se demora, ¿no?-. La mujer que iba a mi lado respondió —Sí, eso parece-. No sé qué fue más dinámico, si sostener una charla monosilábica, o la rapidez con la que no nos movíamos.

En el silencio, solo se escuchaban las ambulancias y uno que otro iluso que estallaba la carretera a punta de pito. En medio de la espera hubo tiempo hasta para el humor. Frases como "tranquilos que van a ser solo ocho días" o "No sé en dónde estoy, ah sí, en tierra mierda" alegraban el interminable trancón.

-Cuarto bloqueo- Villa Pinzón

Al salir de tierra negra, las cosas se estaban complicando, una ambulancia recogía heridos, el suelo estaba lleno de vidrios, las llantas quemadas iluminaban el camino, gente con palos y piedras nos escoltaban, realmente era serio.

Más adelante, nos detuvimos de nuevo. La espera fue la más larga, prácticamente pasamos la noche entre Villa Pinzón y Chocontá. Fue cuando recibí una llamada que me dejó desconcertada pues me enteré que en las noticias reportaban un retorno con total normalidad en las vías del país. Parecía entonces normal que miles de personas se encontraran en un trancón de ya casi 10 horas. Normal es ir al seguro de salud y recibir acetaminofén, pero esto no era algo casual.

Había quienes decían que quizás se habían olvidado de que estábamos allí, que si pitábamos nos darían paso. Durante toda la noche se escucharon sirenas y pasaron más de dos camiones llenos de policías.

A las 3 a.m del martes 20 de agosto abrieron las vías; todos se apresuraban a llegar a Bogotá, el camino se encontraba lleno de escombros y tachuelas y tardamos 14 horas en llegar. Al final todo se había calmado y solo quedaba el rastro de lo que había sido el primer día de paro agrario.

Por Paula Nathalia Quintero / Especial para El Espectador

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