En un discurso frente a la Casa Blanca, Obama pidió a los conservadores poner fin a la parálisis, la primera de ese tipo en 17 años. En el invierno de 1995-96, bajo la presidencia del demócrata Bill Clinton, un pulso entre el ejecutivo y el legislativo, dominado entonces por los republicanos que exigían recortes en el presupuesto, llevó a la parálisis de los servicios administrativos federales en dos ocasiones, la primera durante seis días y luego por tres semanas.
Sin embargo, desde que Obama llegó a la presidencia ha sido evidente la polarización partidista acumulada en el país. Los republicanos han terminado sucumbiendo ante la amenaza del Tea Party y le negaron al presidente una extensión del presupuesto que estaba obligado a darle, por ley y por sentido común. No es la primera vez que Obama sufre los ataques de la derecha republicana, que ha entorpecido todas sus iniciativas domésticas desde su triunfo en las legislativas de 2010. Esta vez el presidente no ha intentado siquiera negociar con John Boehner como hiciera durante las crisis fiscales del verano de 2011 y el año pasado. “Queda en evidencia un líder que tiene las manos atadas para gobernar”, coinciden los principales diarios del país.
“Entre chantajes, miedos e impotencia —unido a la incapacidad de los demócratas y de Obama de movilizar a la opinión pública a favor de su reforma sanitaria—, se llegó a esta situación, que puede causar un serio perjuicio económico, pero, sobre todo, daña la imagen del país que debía dar ejemplo de firmeza y coherencia en la conducción de su política”, explica Antonio Caño, corresponsal de El País en Washington.