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Así se estudia en medio de la selva amazónica

Así se vive en este lugar ubicado en medio del Vaupés, en la espesura del manto verde de la vegetación intacta.

Fotos y texto: Enrique Patiño
15 de agosto de 2013 - 08:12 p. m.
Los niños de Bocas del Yi miran siempre al río Vaupés. A hora y media en lancha está Mitú.
Los niños de Bocas del Yi miran siempre al río Vaupés. A hora y media en lancha está Mitú.

Tres estudiantes y tres profesores del centro educativo rural Bocas del Yí, en plena selva amazónica, lograron actuaciones destacadas en las pruebas Supérate con el Saber.  Una historia casi con seguridad distinta a todas las demás, en condiciones que pocos imaginan.

No es fácil llegar al Centro Educativo Rural Bocas del Yi, en plena selva del Vaupés. Nada fácil. 

Si así lo siente un reportero que va acompañado por el rector y por los miembros de la Casa de la Cultura de Mitú, imagínese cómo será para un niño de 5 a 6 años que vive internado en la mitad de la selva amazónica del Vaupés, y quien tiene que dejar atrás a su familia para internarse en la institución durante todo su periodo de clases.

Pero antes que difícil, lo que sorprendería a un niño o a un joven colombiano que vive en el resto del país son las condiciones tan diferentes a las suyas que afrontan los estudiantes de allí. 

En Bocas del Yi, ubicado a hora y media contracorriente desde Mitú por el río Vaupés, los niños de la institución comparten dormitorios comunales; duermen en hamacas; usan sandalias de plástico que dejan a la entrada de cada clase; miran al río y pintan ríos de todos los colores en sus dibujos; se alimentan de lo que este les da, se nutren de sus atardeceres, esperan que de él vengan las noticias del mundo y se bañan en él cada tarde para asearse.

También viajan por el río desde donde estén cuando es hora de entrar a clase, incluso si eso les representa a sus padres recorrer desde una hora hasta dos días por el río Vaupés para llegar al centro educativo a dejárselos recomendados a sus profesores. Justo en el momento del recorrido los padres están llevando a sus hijos a estudiar. ((Ver galería))

De hecho, el 90 por ciento de los niños reside allí, provenientes de comunidades distantes como San Luis, San Marcos, Santa Rosalía, Puerto Arrendajo, Puerto Anaya, Huasai, Corroncho o Puerto Pupina, ninguno de ellos identificado en los mapas y apenas un cúmulo de casas ubicadas a la vera del gran río. 

Carecen de uniforme y se visten con las prendas que tengan a mano; se duermen a las 6:30 de la tarde cuando la luz del día se va ante la falta de energía, ya que la planta eléctrica a diesel solo se enciende cuando es necesario conectarse a Internet y activar los equipos de cómputo de la institución. A esa hora se sumen en el sueño acompañados por el sonido suave del río serpenteante con forma de anaconda y por el sonido de los insectos. A las 6 de la mañana bachillerato entra a clase y a las 7:30 de la mañana lo hacen los de primaria. A la 1 de la tarde quedan libres para jugar en las canchas abiertas, casi siempre bajo una pertinaz lluvia, o a orillas del río.

Además, muchos desconocen el castellano como lengua y forman parte de las comunidades Cubeo, Yurutí, Tucano, Siriano, Carapana, Desano o mestizo que habitan en la zona. Eso significa que hablan entre sí sus lenguas y las aprenden todas, pero también llegan a Bocas del Yi a aprender el idioma de los blancos. Allí permanecen hasta el grado noveno, viviendo en una misma comunidad al lado de sus profesores, quienes también tienen allí sus dormitorios y quienes de tanto en tanto les colaboran a los pequeños con lo básico: un jabón o una crema dental. 

Y ahí, en ese mundo aislado del mundo que conocemos, presentaron cuatro de sus estudiantes (dos de quinto y dos de noveno) las pruebas Supérate con el Saber. Lo hicieron en los computadores del centro educativo, conectados por la energía de la planta, hasta que falló tanto la señal que tuvieron que terminar la prueba en Mitú, la capital del departamento. 

De ellos, los casi taciturnos y silenciosos Yeison Javier Uribe Acuña, Nider Alexis Jiménez Montaña y Rubén Darío Lopéz Castrillón ganaron tabletas, y tres de sus docentes (Jesús María Portura, Tarcisio Rojas y María Eugenia Ortiz) ganaron a su vez computadores portátiles, los cuales entrarán a formar parte de la sala de informática del centro educativo. 

Los jóvenes estudiaron las lecciones de Supérate con el Saber a través de internet con la planta eléctrica y un inversor con batería fotovoltaica que les ayudó a conectarse. Nada memorable recuerdan hoy de la experiencia salvo la noticia de que habían llegado lejos.

Ellos, que viven en el Bocas del Yi y conviven en el mismo lugar con otras etnias, pasan sus tardes leyendo cuentos infantiles como Alí Babá o Los tres cerditos en la biblioteca de su institución y comparten con los doce profesores del centro educativo sus días y sus noches, sus penurias y sus sueños, a la espera de volver a ver a sus padres, mientras aprenden el enfoque etnocultural que les imparten, decidido a conservar las lenguas nativas y sus tradiciones ancestrales.

La docente María Esther Fonseca viene del Papurí, en la frontera con el Brasil, y tiene doble nacionalidad. Ella vivió el proceso de alfabetización en su región cuando los misioneros holandeses llegaron y comenzaron a darle clases en el grado primero a los ocho años. “Estudiaba de memoria y ahora en cambio les permitimos hablar y expresarse”, agrega. De etnia Tucano, recuerda que solo había primaria, y que estudió por pura fuerza de voluntad en el colegio José Eustasio Rivera de Mitú, aunque no sabía castellano en ese entonces. Allí validó la Normal y estudió licenciatura en educación. Lleva, en este punto, 27 años al frente de las aulas. En Bocas del Yi dicta en grado cuarto. Y dice que lo que ha cambiado para los jóvenes es mucho e importante. “De lo que viví a lo que tienen hay años luz de diferencia”.

A su lado está la docente María Eugenia Ortiz, también de etnia tucana, quien para llegar a su natal Papurí debe recorrer tres días en carretera. Ella explica que docentes y niños se alimentan de lo que da la yuca brava, y del ají yuquitaña, los dos emblemas de la gastronomía local. Su plato típico, la quiñapira, se come da tanto en tanto, y suele tener pescado, termitas y presas de cacería. “De la yuca no se pierde nada”, agrega, y anota que hasta las hojas se utilizan. El río les da poco pescado debido a su acidez, pero la yuca lo compensa todo.

Los adultos de la comunicad cercana trabajan en la minga. Mientras ese día desyerban la vista hacia el río, los alumnos están de fiesta porque la Casa de la Cultura les organizó actividades de danza tradicional, pintura, deportes, informática y lectura. Es y será la mayor novedad en su rutina en los siguientes meses. Luego todo volverá a la calma tradicional de la selva. A su día a día, que a los que venimos de afuera nos parece tan distinto. Pero que es tan normal para ellos como el paso de las aguas del río de color cobrizo frente a sus ojos.

Cuando despego de regreso en el avión que sale de Mitú, veo desde el cielo un manto verde surcado por ríos sinuosos de color cobre. Allí, en medio de todo eso, recuerdo, hay padres que todavía cruzan el Vaupés para llevar a sus hijos al colegio y separarse de ellos. Queda claro entonces que cualquier logro, cualquier premio, es poco para el esfuerzo de esos docentes, padres y menores.

Contacto:

kikepatino@gmail.com

Por Fotos y texto: Enrique Patiño

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