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Carta abierta a la 'Nena' Cano

El miércoles, a los 97 años de edad, la gran mayoría de ellos dedicados a la educación, falleció Elena Cano Nieto, hija de Luis Cano, director de El Espectador durante 35 años.

Gloria Arias Nieto, Especial para El Espectador
23 de marzo de 2014 - 02:00 a. m.
Elena Cano Nieto, mejor conocida como la ‘Nena’ Cano. / Archivo El Espectador
Elena Cano Nieto, mejor conocida como la ‘Nena’ Cano. / Archivo El Espectador

Nena:

Cuando hace 50 años entré al Gimnasio de Nuestra Señora no sabía que estaba entrando no a un colegio, sino a una forma de ser, a un estilo de vida, de compromiso y trabajo que me marcarían para siempre.

El tuyo no fue un colegio normal, y las altas dosis de cariño y exigencia que nos diste hicieron que la personalidad de las niñas de la Nena Cano se reconozca aun medio siglo después, cuando ya muchas de nosotras somos abuelas. Nos enseñaste a pensar con lógica, a cuestionar por la inquietud del conocimiento y a construir relaciones de confianza con andamios de afecto y verdad.

En el colegio aprendimos a ser responsables de nosotras mismas y a cuidar de quienes necesitaban de nosotras.

Nos pediste que jamás transigiéramos ante la mediocridad ni el engaño; que tuviéramos un pensamiento liberal (en el buen y perdido sentido de la palabra) y nos convenciste del valor de la inteligencia y la democracia como herramientas transformadoras del pedazo de mundo que cada una tenía entre las manos.

Nunca olvidaré esa noche, cuando llegamos de excursión a un hotel de Villa de Leyva (en ese entonces, era casi el hotel), y en la pared de la recepción había un gran óleo del General Dictador de los años 50, de cuyo nombre no quiero acordarme. Amablemente pediste que retiraran el cuadro de la pared. Los señores del mostrador te miraron con cara de ET y no lo quitaron. Tú nos dijiste que sabías que estábamos cansadas, pero que “sus niñas” no se alojaban en un hotel que le rendía culto a un dictador y nos explicaste por qué. Esa noche recibí una de las principales lecciones de democracia que recuerdo haber vivido en muchos años; nos montamos en nuestro micro y salimos con nuestros escasos 10 años de vida, orgullosas de estar haciendo lo correcto.

Y contigo todo era así.

Si nos hablabas de las monocotiledóneas, de Nikos Kazantzakis o de la nieve de los Alpes, en todo eras brillante.

Pero la gracia no es que supieras tanto de todo, sino la forma tan maravillosa que tenías para contagiarnos el entusiasmo por aprender, por nunca quedarnos quietas, por huir del conformismo mental, como se huye de una araña peluda. Nos marcaste límites muy claros entre lo que no admite negociación y la elasticidad frente a cosas banales.

Hiciste de nosotras unas mujeres valientes, defensoras de la vida, de las letras y la esperanza.

Lograste que por nuestra sangre transitaran átomos de eucaliptus, de independencia y honestidad; y desde niñas los incorporamos a nuestra vida y esencia.
Por eso, así nos digan que te moriste hace unos días, que el eucaliptus lo tumbaron y que en nuestro patio hay un enorme edificio de ladrillo, lo que hiciste es mucho más fuerte que la misma muerte: es la memoria de la vida que pasa de generación en generación; esa memoria que construye país, porque está al mismo tiempo llena de historia y de futuro, de ternura y entereza, y de esa libertad meridiana —tan insobornable y eterna— que lo llena a uno de valor y gratitud.

¡Gracias, Nena Cano!


* Este texto fue leído durante las honras fúnebres.

Por Gloria Arias Nieto, Especial para El Espectador

 

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