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Colombia marica

La polémica que desató la cartilla promovida por el Ministerio de Educación sobre diversidad sexual, evidenció uno de los miedos más grandes que tiene el país. Reflexiones de un artista homosexual.

Álvaro Restrepo*
16 de agosto de 2016 - 02:00 a. m.
Cerca de 40.000 personas marcharon en el país para protestar en contra de la “ideología de género”. / Cristian Garavito
Cerca de 40.000 personas marcharon en el país para protestar en contra de la “ideología de género”. / Cristian Garavito

Por: Álvaro Restrepo*, especial para El Espectador

Escribo esta reflexión desde Helsinki (Finlandia), el país más avanzado del mundo en materia de educación. Estamos aquí de paso, mi compañero y yo, de regreso de Estonia, a donde fuimos para un tratamiento terapéutico alternativo en su hombro congelado. Nos ha tocado vivir desde lejos las tristes y preocupantes noticias de esta semana sobre las marchas en contra de la “ideología de género” que supuestamente pretende impulsar la valiente ministra de Educación, Gina Parody.

La primera cosa que quiero decir, a pesar de la preocupación y la indignación que siento, es que nos queda el consuelo de que el cruel e injusto sacrificio de Sergio Urrego no ha sido en vano: su nombre se está convirtiendo en símbolo de una necesaria lucha y de una reflexión urgente sobre la tolerancia y —más que la tolerancia— el respeto por la diversidad y el derecho a la libre autodeterminación de los seres humanos. Derecho insobornable, que debe imperar en la base de nuestro comportamiento como una nación civilizada y moderna o que pretende llegar a serlo.

La polémica sobre el inminente plebiscito por la paz ha coincidido en el tiempo y se ha interrelacionado —de manera desafortunada y malintencionada— con la controversia sobre los manuales de convivencia que el Ministerio de Educación está obligado a promover, por mandato de ley, para evitar cualquier forma de discriminación, violencia y matoneo en contra de aquellos seres diferentes en los planteles educativos: sean estas diferencias de género, etnia, raza, orientación sexual, política, religiosa, etc.

Y ha venido a mi memoria el tristemente célebre episodio que protagonizó hace un tiempo el entonces presidente de la República, Álvaro Uribe Vélez, cuando amenazó por teléfono a Luis Fernando Herrera, con la ya también famosa frase: “¡Estoy muy berraco con usted! Y si lo veo, ¡le voy a dar en la cara, marica!”.

En esta frase (pero sobre todo en el tono y en la majestad de quien la lanzó) veo también otros símbolos preocupantes y reveladores que justamente entrelazan estos dos grandes temas de actualidad. Precisamente es el líder supremo del no para el plebiscito quien ilustra con su comportamiento machista y violento los temas que en estos momentos se están discutiendo en el país: el macho emberracado y vengativo, la violencia verbal y la amenaza de violencia física... y la palabra “marica” como el súmmum de los insultos.

Yo siempre he sostenido que Colombia es el país más marica del mundo, o por lo menos el más temeroso de serlo y, por lo mismo, el más homófobo: no en vano es el único país de lengua castellana en donde la gente no se trata entre sí de che, manito, pibe, chamo, tío, pana, cuate, vale, macho... etc. No. Aquí todo el tiempo nos llamamos entre nosotros “marica”. “Qué le pasa, marica”, “oiga, marica, usted es un berraco”, “marica, yo lo adoro”, “marica, viera lo que me pasó ayer”, “no sea marica”. Marica... marica... marica... marica...

Quizá como una forma de conjurar el peligro de serlo. Por algo es también un país obsesionado con el culo: Culombia, nos deberíamos llamar: la publicidad fetichista y ano-rmal es reiterativa con el trasero: esa cola no es de aquí. Los pompis, los derrieres, etc., etc.

Y por eso mismo, creo yo, para los machos del no, el no doblegar y someter a las Farc por la vía militar —y sí a través del diálogo civilizado— es una muestra de debilidad, una derrota, una claudicación: ¡una mariconada! Por eso están aprovechando este río revuelto de los manuales antidiscriminación para asimilarlos con el país castrochavista, reino de la impunidad y ahora país de los maricas que el presidente Juan Manuel Santos está tratando de imponernos a través de su ministra.

La oportunidad que tenemos los colombianos con este proceso de paz que tan lejos ha llegado, nada más ni nada menos, es la de cambiar ese viejo lenguaje incendiario y ofensivo. Esa lógica sangrienta y despiadada que nos ha caracterizado y con la que nos hemos acostumbrado a vivir. Esa mentalidad cínica e indolente que permitió que ocho millones de seres humanos fueran victimizados delante de nuestros ojos, sin que hubiéramos hecho nada por impedirlo.

***

Yo también pude ser un Sergio Urrego. Durante mi temprana adolescencia tuve reiterados y recurrentes pensamientos suicidas cuando descubrí mi orientación y mi condición de homosexual. ¡Y estoy hablando de hace más de 40 años! Una época en que era aún más difícil aceptar y asumir esta condición.

Hijo de padres costeños, aprendí a sortear como pude la obsesión homófoba/cultural de mi familia y a encontrar un camino de autorrespeto y dignidad. También fui educado durante más de once años por monjas y curas benedictinos norteamericanos y conocí la doble moral que, en muchos casos, se esconde debajo de hábitos y sotanas. Doble moral que la opinión pública mundial ha conocido ampliamente en los últimos años a raíz de los casos de pedofilia y encubrimiento que han salido a la luz. Por eso sorprende e indigna tanto que la institución que ha cometido miles de actos de abominación e ignominia en contra de niños inocentes sea una de las que han convocado y auspiciado estas marchas.

A todos aquellos padres y madres que marcharon en el país para defender con legítimo y auténtico amor la educación de sus hijos, les lanzo la pregunta: ¿están ustedes completamente seguros de que su hijo o su hija no es un Sergio Urrego y de que no corre el peligro de poner fin a sus días por culpa de la intolerancia, la discriminación, el irrespeto, la incomprensión... la ignorancia?

Ojalá que toda esta agria polémica, que tan pérfidamente ha sido manipulada y tergiversada con fines oscuros —o mejor oscurantistas—, nos lleve a comprender y a aceptar que definitivamente somos una sociedad enferma y que lo único que nos curará de tanto odio e indolencia serán el amor, la generosidad y la convicción de que TODAS y TODOS tenemos derecho a vivir en paz en este país nuestro, al que tanto hemos martirizado y malquerido.

***

En Finlandia, la felicidad de los niños y el respeto por la unicidad inviolable de su ser —más que el éxito académico— son los objetivos principales de la educación. Y es con estas premisas que este país nórdico está obteniendo los logros académicos, sociales y humanos más importantes del mundo.

 

* Artista colombiano y fundador del Colegio del Cuerpo de Cartagena.

Por Álvaro Restrepo*

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