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Cuerpo, danza y matemáticas

Este texto sirvió como introducción a la “conferencia danzada” dictada por Álvaro Restrepo, director del Colegio del Cuerpo, durante el pasado Foro Nacional de Educación que se celebró en Bogotá.

Álvaro Restrepo, Director del Colegio del Cuerpo
13 de octubre de 2014 - 02:33 a. m.
Ilustración: Gova
Ilustración: Gova

Debo iniciar esta reflexión confesándoles que me siento hoy aquí un poco (mucho) como “mosca en leche”, pues nunca imaginé mi presencia en un evento que tuviera como tema central la enseñanza de las matemáticas. Cuando me llegó la invitación sentí un escalofrío que me recorrió el espinazo y que me regresó a mi infancia y adolescencia... como si me hubieran convocado de pronto a un examen múltiple que tenía pendiente desde hace años de álgebra, física, trigonometría y cálculo... todo al mismo tiempo.

Debo confesarles también que durante mi época escolar fui un pésimo estudiante en todo sentido: desaplicado, indisciplinado, indómito, disperso, inconstante. La verdad es que no cabía en mi cuerpo, no “daba pie con bola” y padecía lo que hoy se llama “hiperactividad”. Ayer mismo leí un artículo en el periódico El Tiempo titulado “Niños de Bogotá son hiperactivos”: necio, cansón, grosero, brusco, impulsivo, demasiado afectivo, déficit de atención, trastorno de aprendizaje, oposición desafiante, ansiedad, depresión, desorden afectivo bipolar, síndrome de Gilles de Tourette, etc., etc.

Todos esos síntomas y rótulos los viví yo durante mis años escolares. Hoy estoy aquí frente a ustedes, a mis 57 años, para hablarles sobre la relación de las matemáticas no sólo con la danza sino sobre todo con nuestro cuerpo. Y voy a hablar de una educación que no ha hecho otra cosa más que “sacarle el cuerpo al cuerpo”.

Pero antes de entrar en materia, permítanme compartir con ustedes esta cita del libro Sparks of Genius: The Thirteen Thinking Tools of the World’s Most Creative People, de Robert S. Root-Bernstein y Michele M. Root-Bernstein.

“Debemos implementar una educación multidisciplinaria que sitúe las artes en el nivel equivalente de las ciencias. Las artes y las ciencias constantemente interactúan de manera muy fructífera, con frecuencia desdeñada. Desde kínder hasta la universidad, todos los estudiantes deberían estudiar las artes tan profundamente como las ciencias, las humanidades y las matemáticas (...). Las artes no se limitan a la autoexpresión y al entretenimiento. Son, como lo hemos demostrado, disciplinas tan rigurosas como la medicina y las matemáticas, con sus propios corpus de conocimiento, técnicas, herramientas, habilidades y filosofías. Más aún, dado que las herramientas imaginativas utilizadas en las artes son fundamentales para las humanidades y las ciencias, merecen apoyo —no sólo para beneficio propio— sino por el bien de la educación como un todo. Las matemáticas, las ciencias y la tecnología sólo florecieron en el pasado cuando las artes también florecieron. Florecerán o fracasarán juntas en el futuro”.

Hoy vengo aquí a proponer el fin de la miope y torpe lucha entre las materias consideradas “importantes” y aquellas que llamamos “costuras”. Como nos dijo Gabo: una educación que “integre las ciencias y las artes a la canasta familiar, de acuerdo con los designios de un gran poeta de nuestro tiempo que pidió no seguir amándolas por separado como a dos hermanas enemigas”. Vengo a proponer, por lo tanto, el fin de las jerarquías en los colegios en los que hay maestros considerados importantes versus otros considerados menos importantes. No nos digamos mentiras: el profesor de matemáticas es casi siempre el rey del colegio (en el mejor de los casos), cuando no el más temido, el cuchilla, el ogro, el calavera. La educación física y la educación artística (con frecuencia impartidas por el mismo profesor) son una especie de relleno y de “utilización creativa del tiempo libre” en comparación con las materias “serias” a las que sí se otorgan muchas horas a la semana en el currículo. El conocimiento artístico y el conocimiento corporal (no únicamente físico) no están considerados dentro de las llamadas competencias básicas sino apenas como apéndices de las competencias comunicativas.

La educación artística corporal mucho le puede aportar a la educación en matemáticas y viceversa, como veremos más adelante. Educar con el arte y para el arte (a través del cuerpo) le brinda a la educación en general herramientas insospechadas y extraordinarias. Se trata de educar la sensibilidad, la creatividad, la intuición, la imaginación, la concentración, la coordinación, la motricidad, la “espacialidad”.

Hoy vengo, entonces, a hablar del cuerpo: ante el cuerpo, bajo el cuerpo, con el cuerpo, contra el cuerpo, desde el cuerpo, en el cuerpo, entre el cuerpo, hacia el cuerpo, hasta el cuerpo, para el cuerpo, por el cuerpo, según el cuerpo, sin el cuerpo, sobre el cuerpo, tras el cuerpo, durante el cuerpo, mediante el cuerpo.

Nuestras aulas-jaulas de clase, y esas máquinas de tortura que con frecuencia llamamos pupitres, están diseñadas para inmovilizar, negar, castrar, cuadricular, domesticar el cuerpo, porque se piensa que es en la quietud que la cabeza —y su inquilino, el cerebro— pueden apre(h)ender, acumular y procesar el sartal de conocimientos que nos inoculan a diario nuestros dictadores de clase.

No todos los seres humanos aprendemos de la misma manera. Hoy sabemos que existen las inteligencias múltiples. Algunos aprendemos a través del movimiento, de la acción, de la experimentación, percepción y comprobación práctica e inmediata de “conceptos y perceptos”.

Educar el cuerpo, insisto, el cuerpo físico, mental y espiritual, es preparar y acondicionar la herramienta privilegiada total que somos (no que tenemos), con la que nos apropiamos del conocimiento en sus múltiples dimensiones.

Veamos, entonces, cómo la elegancia, estética, la sensualidad y la belleza de las matemáticas dialogan con la precisión, exactitud y rigor científico de la danza, para establecer un diálogo fecundo con el cosmos a través de lenguajes que son complementarios y que enriquecen el concepto de una auténtica educación integral.

Por Álvaro Restrepo, Director del Colegio del Cuerpo

 

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