Más de 60 académicos llegaron a Bogotá en abril pasado para debatir ideas en el Congreso Internacional de Historia de las Mujeres del Journal of Women’s History, esta vez en la U. de los Andes y co-organizado con la U. Nacional. El éxito fue rotundo: 85 ponencias, todas sobre mujeres latinoamericanas en los siglos XIX y XX.
Fueron varias las joyas de la corona. Una de ellas, Joan Scott, historiadora beligerante, la mujer que se convirtió en gurú del tema de género gracias su ojo crítico, su tono incisivo y una escritura audaz, comprometida, consciente de la necesidad de relacionar el pensamiento intelectual con los retos de la vida cotidiana, hasta llegar a influenciar las ciencias sociales y las humanidades en lugares como Latinoamérica y Asia.
¿Qué llamó su atención durante los días que visitó Colombia?
Aprendí de política en general, porque vi unos grafitis (...) muy claros sobre la política de la guerra. Luego, en el Museo Nacional, vi más historia de la conquista de Colombia, los recursos naturales, los distintos poderes coloniales que vinieron y se fueron y, particularmente, la historia del conflicto. Esto fue muy impresionante para mí. ¿Cómo es posible que un país tan cálido, bello e interesante como este haya vivido con el tipo de violencia en la que ustedes vivieron durante tantos años? Pensando en el presidente de los EE.UU., Donald Trump, y en todas las preocupaciones que tenemos acerca de qué puede venir, empecé a preguntarme sobre qué instituciones se necesitarán para que esto no llegue a un conflicto terrible.
¿Por qué eligió ser historiadora?
En el bachillerato hubo una profesora de literatura que tuvo gran influencia en mí. Ahí fue cuando empecé a amar el lenguaje. Nos enseñó a leer la poesía y a encontrar el simbolismo en las novelas. Nos enseñó a leer de una manera más enriquecedora. Pensé que iba a estudiar literatura. Pero fue en la universidad donde tuve un profesor que me daba mucho miedo porque era imponente (...). Hizo de la historia un tema muy fascinante y ahí fue cuando me dije que no me veía en otra cosa.
¿Cómo los eventos políticos transforman a las personas?
Hacia la década de los cincuenta, mi padre –profesor de historia y de economía en bachillerato– era el líder de un sindicato de profesores de izquierda. Era la época de la Guerra Fría, del macartismo. Se rehusó a responder preguntas sobre el comunismo y por eso lo echaron del trabajo. Tuvimos un largo período en que nos quedamos sin trabajo. Pero eso fue lo de menos. Los agentes del FBI llegaban a nuestro hogar a ver si él cooperaba: no sólo debía decir que había sido comunista y ya no lo era, sino que debía nombrar a los que sí eran. Para mí, que tenía 12 años, ese fue el período más formativo de mi vida. Me sentía parte de una minoría perseguida, que era lo que éramos. En ese período, 350 profesores fueron despedidos a las malas en Nueva York. Ese momento me enseñó acerca de la política, del efecto que puede tener defender los propios principios. Esto fue lo que me convirtió en una persona que quería enseñar y combinar la enseñanza con cierto tipo de activismo político. ¿Cómo hacer mi trabajo relevante para hacer mejor el mundo?, era la pregunta.
¿Y cuándo comenzó a dar los primeros pasos en el tema de género?
Mi primer puesto como profesora fue en Chicago en los setenta. Había un gran movimiento feminista en ese momento al que le puse atención, pero no me involucré inmediatamente. Y los estudiantes venían a clase y querían saber más sobre historia y “la historia de ellas”. Muchos no sabían enseñar historia de las mujeres y ellos querían respuestas. Un grupo de profesoras nos reunimos a leer todo lo que había en esa época. No había redes sociales ni fotocopiadora. Nos mandábamos material entre Francia, Canadá y Estados Unidos. Logramos hacer una lista de lecturas muy interesantes para los estudiantes. Era muy emocionante, porque estábamos inventando algo y estábamos marcando una diferencia.
¿De qué manera mirar hacia atrás en la historia puede ayudarnos a entender el momento actual?
No es cuestión de qué período nos puede hablar hoy, sino de qué preguntas nos preocupan y que, al mirar un poco hacia atrás, nos ayudarían a pensar sobre lo que está pasando hoy. El siglo XIX es un momento muy importante, porque ahí nacen las nociones de diferencia entre sexos y el régimen de género con el que incluso convivimos hoy. Tenemos que pensar en cómo se construyeron esos conceptos.
¿Cómo educar una nueva generación? ¿Cómo lograr un impacto real desde la escuela?
Mi madre era una profesora muy dedicada, tenía pasión por enseñar. Ese fue un gran ejemplo para mí. Ella manejaba su vida enseñando y claramente nunca se sintió culpable de trabajar y crear una familia. Así que cuando llegué a esa misma edad, tuve esa misma sensación: puedo tener hijos y al mismo tiempo manejar mi vida y hacerla. Ella también fue ejemplo por la manera como enseñaba (...). Preparaba sus clases con antelación, muy comprometida con comunicar bien qué era lo que quería enseñar (...). Muchos años después di un discurso en una universidad y un respetado profesor se me acercó y me dijo que gracias a mi madre se había vuelto profesor de historia. “¡Guau!, me dije. ¡Este señor es producto de todo lo que ella me contaba! El mostrarme que amaba lo que hacía, eso fue un gran ejemplo para mí.
¿Cree que los padres deben hablar de política con sus hijos, educarlos políticamente?
Mis hijos siempre estuvieron incluidos en las conversaciones de historia y de política. Tenían mucha conciencia política. Pero también sabían que nosotros valorábamos la creatividad más que la nota que tuvieran en el colegio. Ambos terminaron en tareas creativas. Nos importaba más que persiguieran algo significativo o creativo.
¿Cómo ve el papel de los intelectuales?
En la Universidad de Brown, donde en 1980 fui directora fundadora del Centro Pembroke para la enseñanza y la investigación de la mujer, estuve en el grupo de lectura de teoría feminista. Creo que estaba lista para pensar de manera más teórica que lo que venía pensando antes. Venía enseñando la historia de la mujer durante muchos años, pero sentía que había preguntas que no había podido responder. Para mí, hacer trabajo de historiadora es hacer preguntas de trasfondo conceptual. Con este grupo leí por primera vez a Michel Foucault. Me introdujeron al psicoanálisis, a la teoría del arte, del cine. Este grupo me mostró el lado teórico del feminismo que no conocía hasta el momento.
Cuéntenos cómo nacen las ideas de sus libros.
Mis libros empiezan cuando me da mucha curiosidad de algo. Empiezan cuando me pongo furiosa acerca de algo y trato de descifrar cómo convertirlo en algo sobre lo cual yo pueda decir cosas coherentes, persuasivas. El libro La política del velo es un buen ejemplo. Soy historiadora de Francia y he trabajado más que todo la Francia del siglo XIX. Escribí un libro –Parité, la igualdad de género y la crisis del universalismo francés– sobre la representación igualitaria entre la política de hombres y mujeres. Investigando, conocí a unas activistas muy interesadas en esa noción. Me invitaron a la Universidad de Princeton para hablar del libro, pero aproveché para hablar también sobre el debate del momento en Francia, que tenía que ver con el matrimonio y las adopciones entre parejas del mismo sexo y sobre una ley que prohibía el uso del hiyab (velo). Fue ahí cuando me puse furiosa. Me puse furiosa por lo que se decía en nombre de la libertad republicana, por las cosas tan discriminatorias que estaban diciendo acerca de los musulmanes. Pensé: tengo que entender de dónde proviene esto (...) En últimas, ese fue el libro que escribí.
El acceso de las mujeres a la educación ha sido un gran factor de cambio en los roles de género.
Tenemos más libertad y más igualdad que una de mis heroínas, Hubertine Auclert, periodista francesa, la primera mujer en votar en la Tercera República. Ella decía que “la instrucción es el único instrumento que puede ayudar(les) a conseguir igualdad y libertad”. Hubertine no podía votar. No podía tener su propia cuenta bancaria. Si ella ganaba dinero, tenía que dárselo a su esposo. Las cosas sí han mejorado. Creo que la educación es parte de la razón por la cual las mujeres sí han sido capaces de exigir derechos que no tenían antes y abrirse espacios en la sociedad en la que viven. Sin la educación, las cosas estarían peor.
* Alejandra de Vengoechea es periodista y escritora. Sandra Sánchez López es historiadora y crítica de medios.