El sueño de Carrasquilla

El pasado 7 de junio murió Jaime Carrasquilla Negret, rector del Colegio Unidad Pedagógica. En paz descanse.

Alfredo Molano Jimeno
15 de junio de 2013 - 09:00 p. m.
Jaime Carrasquilla Negret, rector de la Unidad Pedagógica, falleció el pasado 7 de junio. / Juanita Salas
Jaime Carrasquilla Negret, rector de la Unidad Pedagógica, falleció el pasado 7 de junio. / Juanita Salas

El pasado viernes 7 de junio los teléfonos y correos de una generación de jóvenes, maestros y padres de familia del Colegio Unidad Pedagógica recibieron la más temida de las noticias: Jaime Carrasquilla Negret ha muerto, decían mensajes y mensajeros. Era una muerte previsible, pero no por eso menos sorpresiva y dolorosa.

Esa mañana Jaime se dirigía al colegio como lo hizo durante más de un cuarto de siglo, pero iba más contento que de costumbre ya que asistiría a la reunión de egresados que desde hace unos años venía cobrando forma gracias a su insistencia. “Los egresados del colegio, quienes lo vivieron, son los encargados de defender este proyecto. De hacer que su esencia se mantenga para que los hijos de ustedes puedan tener el privilegio de formarse aquí”, decía el rector de barba poblada y pelo largo a cada uno de los jóvenes que alcanzaban el grado y salían a la vida universitaria.

No pudo ver ese sueño materializado, pero sí alcanzó a hacer realidad el sueño de su vida: construir un espacio de paz donde lo niños aprenden jugando, donde el debate es la piedra angular de la formación del carácter de los niños y niñas, donde el disenso y la diferencia son valiosos insumos para aprehender el respeto por el otro, por el distinto. Y lo logró.

En los años ochenta, en una pequeña casa en el barrio Pasadena, Jaime y sus amigos decidieron fundar un jardín infantil. Venían de ser maestros del Colegio Juan Ramón Jiménez y compartían muchas de sus tesis, pero diferían de muchas otras. Entonces se lanzaron al vacío y decidieron apostarle a la educación. Empezaron con once niños, hijos de sus amigos que creyeron en el proyecto.

Un proyecto revolucionario que seguía los principios de la escuela activa, corriente pedagógica nutrida por los aportes de Célestin Freinet, Paulo Freire y Alexander Neill, entre otros. Se trataba, en ese entonces y hoy también, de que los niños y niñas sean los protagonistas de su educación, que puedan desarrollar el mundo que les corresponde como niños, con la guía de un maestro que está ahí para acompañar los procesos, para servir de espejo. “No hay pregunta boba”, repetía Jaime como un mantra.

El colegio fue creciendo de a poco. Pasó a una casa más grande y luego adquirió su sede propia. Desarrolló todos los grados de la educación primaria y después de secundaria, y hoy ya ha educado a una generación entera de niños y niñas.

Su propuesta la explicó Carrasquilla de la siguiente manera en una conferencia: “El proceso educativo es, sencillamente, un proceso fundamentalmente político. Los niños y niñas y los jóvenes que asisten al sistema escolar están preparándose para vivir en sociedad, es decir, para convertirse en ciudadanos que, como tales, tienen derechos y deberes del orden individual y colectivo, y se incorporan al proceso económico-social por la formación y preparación que hayan recibido en la ciencia, la tecnología, el arte, y su formación en procesos participativos”.

Para Jaime, “los niños y niñas, todos y todas son afectuosos y tiernos. Vienen en diversos tamaños y colores. Algunos tímidos, otros extrovertidos. Los hay malgeniados o muy amables. Algunos son ágiles en el caminar y el correr y otros son lentos y torpes. Hay de los que usan anteojos y de los que todo lo ven. Poseen una imaginación ilimitada y son expertos en preguntar y quieren conocer, saber y entender, cómo son y cómo funcionan las cosas. No entienden aspectos relacionados con el pasado y el futuro no les preocupa: es hoy. Entienden perfectamente las normas explicadas y razonadas. Les molesta la arbitrariedad y les choca la imposición. Poco les gustan la melosería, las visitas, los adultos que hablan en media lengua y se exceden en caricias, los saludos obligatorios, los silencios, las filas, las respuestas poco claras. Los ofenden las mentiras, los gritos, la burla, el sarcasmo y el menosprecio”.

Esos son los hombres y mujeres que Jaime quiso educar. Y ese reconocimiento, que el conocimiento es la más alegre de las experiencias, fue lo que dejó, ya probado en una generación entera, como aporte a la educación de este país. La educación humana y alegre que tanta falta le hace a esta Colombia que hoy busca la paz. Jaime soñó un territorio de convivencia y unos hombres y mujeres constructores de paz. Eso es lo que dejó. Infinitas gracias, maestro.

Por Alfredo Molano Jimeno

 

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