El triunfo desde la diferencia

Daniel Herrera, ingeniero industrial de 27 años, tiene sueños y proyectos como todos.

El Espectador
24 de marzo de 2013 - 08:32 p. m.
El triunfo desde la diferencia

Su diferencia fue haber nacido con parálisis cerebral, un trastorno neuromotor que dificulta la llegada de los mensajes que manda el cerebro a los músculos, complicando el movimiento de éstos. En su caso, los músculos que están más involucrados son los relacionados con el habla.

Trabaja en su propio negocio, Chocolates Outle. Es gerente, vendedor, secretario y mensajero. Su oficina está llena de dulces y chocolates que vende por toda la ciudad. Su sueño: construir una empresa para la distribución de bienes de consumo. Su apuesta: trabajar por la inclusión social de las personas discapacitadas, aunque directamente no lo diga. Su pasión: la música.

Al nacer, a sus padres les advirtieron que no podría hacer un sinfín de cosas: hablar otro idioma, por ejemplo, tocar algún instrumento musical o hacer deporte. “El primer trabajo de mis papás fue ‘intentemos’. Ese cambio de mentalidad fue importante, porque si los médicos te dicen que no se puede, es porque no se puede, y termina volviéndose una barrera”. Es tal vez por esto que Daniel Herrera, a pesar de sus dificultades, habla inglés, juega fútbol y toca el piano.

Su vida escolar transcurrió como la de cualquier niño. La diferencia con sus compañeros de clase fue su dificultad para ejecutar algunos ejercicios de gimnasia. Asistió a reuniones con amigos y casi nunca se sintió excluido, con excepción de una vez en la que una niña se acercó a invitar a una fiesta a un amigo con el que él se encontraba, y a él ni lo determinó. En la universidad la situación fue diferente. Allí, el tener que cambiar permanentemente de clase hizo que sus compañeros no lo conocieran realmente y muchas veces no lo trataron como un igual, al suponer que, además de sus dificultades motoras, tenía problemas cognitivos.

Hernández tuvo que lidiar con este prejuicio y con la sobreprotección de sus compañeros, quienes por instinto natural, cuando salen con él buscan protegerlo y cuidarlo todo el tiempo. En la universidad vivió las mismas dificultades que tuvieron sus padres al buscarle colegio. Tuvo que convencer a los directivos que podía ser músico, para lo que llevaba preparándose toda su vida. Su mayor sorpresa fue que, teniéndolos casi convencidos, le preguntaran sobre cómo iba a llagar a la universidad. Él respondió: en Transmilenio.

En tercer semestre fue consciente de que sus limitaciones físicas le impedirían ser un excelente músico, así que decidió hacer doble programa e ingresar a ingeniera industrial, para finalmente decidir terminar sólo ingeniería, carrera de la que se graduó obteniendo el premio a la mejor tesis de su semestre, en la que unió la música y la ingeniería. Consistió en desarrollar un plan de negocios para el disco Todos en Navidad, que llegaría a la Asociación Colombiana del Síndrome de Down (Asodown). Para el disco contó con uno de los mejores estudios de grabación de Bogotá, la supervisión de Alejandro Escallón y músicos de la talla de Yolanda Rayo, Sebastián Cuevas, Lucas Arnau, entre otros.

Su primera experiencia laboral, en una empresa del sector bancario, como requisito de la práctica empresarial universitaria, no fue del todo afortunada: le asignaron un trabajo en el que “debía realizar informes estadísticos, bajo la presión del tiempo, un trabajo muy mecánico y manual” en el que se evidenciaban sus debilidades, producto de su condición. “No era que no pudiera hacer el trabajo, sino que necesitaba más tiempo para lograrlo”, aclara. Gracias a este trabajo aprendió cómo debe hacerse un proceso de selección y de inducción exitoso a una persona con discapacidad, pues para lograr que finalmente lo recibieran en esta empresa tuvo que pasar por muchas otras en las que no lo admitieron.

Su siguiente trabajo llegó de la mano de su tesis como director de fund-raising en Asodown, desde el cual recaudó fondos para la fundación, teniendo como lema: “Aquí no apoyamos a las personas con discapacidad, porque nos dan lástima, sino porque tienen logros, las apoyamos para que puedan ser exitosas como yo y conseguir lo que quieren”.

Hernández es un convencido de la necesidad de tener una sociedad más incluyente, “donde todos seamos seres humanos, donde todos podamos participar de igual a igual, así seamos diferentes. Es crear una sociedad en la que todos podamos participar y todos tengamos cabida y las mismas oportunidades. Antes, en la discapacidad, se trabajaba para que los niños fueran todos iguales, ahora tenemos que crear una sociedad en la que las personas diferentes puedan permanecer como diferentes. Ese es el reto que tenemos”.

Origen de la educación inclusiva

En su origen hay que señalar el inicio de una nueva conciencia social, que la Unesco refrenda y expande, sobre las desigualdades en el ejercicio de los derechos humanos, y muy especialmente sobre las desigualdades en el cumplimiento de derecho a la educación. 

En la Conferencia de 1990 de la Unesco, en Jomtien (Tailandia), se promovió, desde un número relativamente pequeño de países desarrollados (todos ellos de contexto anglosajón) y desde el ámbito específico de la educación especial, la idea de una educación para todos, configurándose así el germen de la inclusión. A raíz de esa primera conferencia, la conciencia sobre la exclusión y las desigualdades que la misma produce se expande de tal modo que tan sólo cuatro años después, en la Conferencia de Salamanca, y de nuevo bajo el auspicio de la Unesco, se dio una adscripción a esa idea de manera casi generalizada como principio y política educativa.

Por El Espectador

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