Francis Otero Gil: un profesor más allá del colegio

Fue el ganador del premio Compartir Gran Rector 2017 por la labor de transformación que lidera desde hace siete años en el Instituto Manizales.

Yessica Petro Escobar
20 de julio de 2017 - 02:23 p. m.
Francis Rodrigo Otero, de 49 años, fue galardonado con el premio Compartir Gran Rector el pasado 25 de mayo.  / / Cortesía Instituto Manizales
Francis Rodrigo Otero, de 49 años, fue galardonado con el premio Compartir Gran Rector el pasado 25 de mayo. / / Cortesía Instituto Manizales

En 2009, después de dar clases por más de 20 años en el Caquetá, Francis Otero decidió que era el momento de hacer un cambio. Sus tres hijos necesitaban una universidad y él, un nuevo reto institucional. No quería una gran ciudad, pero tampoco un pueblo, por eso Manizales encajó perfectamente en sus planes.

Sus primeros años de docente en los diferentes municipios de Caquetá estuvieron invadidos por el conflicto, fueron lugares en los que tuvo que ayudar a construir escuelas y liderar diferentes proyectos para que la educación de muchos niños y jóvenes no se viera perjudicada por los constantes enfrentamientos entre las Farc y el Ejército. Por eso, cuando tuvo la oportunidad de cambiar de vida, no dejó de lado las experiencias que lo marcaron como docente.

Es más, fueron esos momentos los que lo llevaron a elegir en 2010, cuando llegó a Manizales, uno de los colegios que más problemas presentaba, porque, como él mismo dice, “no se trata de hacer el trabajo más sencillo, sino un trabajo verdaderamente significativo”.

Al Instituto Manizales, ubicado en el centro de la ciudad, llegó el 3 de mayo de 2010. Aunque sabía que era un colegio con problemas, después de reunirse con docentes y estudiantes supo que era peor de lo que pensaba. “Aquí traían o trasladaban a los docentes y estudiantes que las demás instituciones echaban o no querían”, cuenta Otero como abrebocas del gran listado de problemas que identificaron.

Descubrieron que también sufrían de embarazos adolescentes, deserción escolar, peleas entre pandillas, consumo y tráfico de drogas. En cuanto a la estructura física, el 50 % del colegio estaba hecho ruinas y no contaba con zonas deportivas y recreativas.

Pero la lista no terminó allí. Un megaproyecto de vivienda (que todavía está en construcción) provocaba que muchos de los habitantes de San José vendieran sus casas y, por ende, más de 100 niños abandonaran el colegio.

Aun así, Otero no se desmoronó.

Comenzó la transformación

Francis Otero concibió que si quería mejores condiciones para su colegio tenía que lograr cambios en la comunidad, y esto empezaba con los papás. “Nosotros tenemos unos padres de familia con largas jornadas laborales, siendo obreros una gran mayoría y la otra parte trabajando en la galería (plaza de mercado). A pesar de esos horarios, ellos necesitaban atención y por eso hoy tenemos una jornada nocturna en la que atendemos a 100 papás”.

Después venía el trabajo con los docentes. Su objetivo era lograr que conocieran de primera mano cómo era la vida de sus estudiantes, pues así entenderían que la enseñanza es un proceso que empieza en lo humano y luego pasa a lo académico. Por eso se fue junto con sus profesores a conocer los 16 barrios que componen San José y caminaron por todas sus calles. “Era muy importante que conocieran en dónde vivía cada uno de los estudiantes, porque así sabían las necesidades con las que llegaban al colegio”.

Por supuesto, la base del proceso de transformación eran los estudiantes, ya que eran jóvenes con problemas académicos, de disciplina, de drogas y con muchos enfrentamientos entre ellos. Otero les dio voz y acción, y con ellos cambió desde los reglamentos más simples del instituto hasta el manual de convivencia.

Los alumnos tuvieron acompañamiento constante tanto de padres como de docentes y al mismo tiempo empezaron los beneficios: jornada única, alimentación y transporte, en especial para los niños que habían tenido que abandonar la comuna por el megaproyecto de viviendas.

“Si yo cambio, todo cambia”

Esta propuesta fue la que transformó el Instituto Manizales. La construyeron para que cuatro gestiones, la académica, la administrativa, la comunitaria y la directiva, confluyeran y se fortalecieran ciertos ejes que, para Otero, son los que le permiten a una institución comprometerse con el futuro del país. “Hay que pensar la escuela como territorio de paz, como garante al derecho a la educación y como formadora desde la condición humana. Así hemos logrado tener cero drogas, cero embarazos y cero pandillas”.

Y gracias a esta idea, el colegio que dirige Otero cuenta hoy con dos sedes más, sin olvidar la ampliación del establecimiento principal, en el que construyeron otras 20 aulas. Asimismo estrenaron hace poco una cancha sintética y un salón para llevar a cabo diferentes eventos. El instituto también tiene un campus virtual y zona wifi que cubre el 100 % del colegio.

Entre los aspectos que más los enorgullecen están la jornada única en un 96 % y más alimentación. En palabras de Otero, avanzan más rápido que las políticas públicas del Gobierno: “Ellos esperan tener para 2032 el 100 % de jornada única en el país, nosotros estamos en 2017 y ya casi tenemos esa cifra”.

En cuanto a los resultados académicos, los cambios han sido notorios. “Los ejercicios de apropiación del colegio han generado compromisos con la condición académica. No es gratuito que pongamos a varios jóvenes en programas como Ser Pilo Paga, con índices que nos han permitido decir que los chicos de los niveles 1 y 2 del Sisbén también tienen derecho a una educación de calidad”, puntualiza Otero.

Pero las cosas no terminan allí, pues los 1.130 estudiantes, los 60 docentes y, claro, el rector del Instituto Manizales aseguran que esto es sólo el inicio de algo muy grande. El cambio continuará.

Por Yessica Petro Escobar

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