Los profesores y las inocentadas de sus estudiantes

Ignacio Mantilla, rector de la Universidad Nacional de Colombia, comparte una anécdota que conoció durante su labor docente y que en lugar de molestar, hizo reír a las autoridades académicas.

Ignacio Mantilla*, Especial para El Espectador
28 de diciembre de 2016 - 02:23 p. m.
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El día de los santos inocentes es una tradición antigua que se celebra el 28 de diciembre y que se origina en los primeros años del cristianismo, cuando el rey Herodes I ordenó eliminar a todos los niños menores de dos años, nacidosen Belén, ante el temor que le causaba el rumor según el cual, allí habría nacido un mesías que se convertiría en rey de Israel. Estos niños se conocen desde entonces como los santos inocentes.

En algunas ciudades de España y en casi todos los países de América Latina esta fecha es motivo de celebraciones, pero se ha generalizado la costumbre de usar este día para realizar todo tipo de bromas, engaños y provocar divertidas confusiones que estimulan el buen sentido del humor y que en Colombia reconocemos como “inocentadas”.

El mundo universitario no podría escapar a las bromas, y aun cuando es conocida la costumbre de usar el primer día de clases de los nuevos estudiantes universitarios para hacerles múltiples bromas, llamadas “primiparadas”, también hay historias que bien pueden clasificarse como “inocentadas” y que vale la pena contar en una fecha como hoy. Hay una divertida anécdota, que conocí hace algún tiempo, que quiero compartir con los lectores en mi propia versión.

La historia ocurrió hace más de 25 años y se trata del caso de un estudiante de Ingeniería, hoy exitoso profesional, quien al presentar su examen final escrito del curso obligatorio de Física provocó una discusión que llegó hasta el Consejo de la Facultad. El estudiante, quien reprobaría la materia, presentaba un reclamo y una acusación contra su profesor de Física porque le había calificado una respuesta de su examen con cero (0.0), cuando él consideraba que merecía la máxima nota (5.0), pues a su juicio, su respuesta era absolutamente correcta. La pregunta del examen fue la siguiente: ¿Cómo puedo determinar la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro? La respuesta que dio el estudiante y originó el reclamo fue: “suba a la parte más alta del edificio, amarre el barómetro con una cuerda, sin soltar la cuerda deje caer el barómetro lentamente hasta la calle. Luego mida la longitud de la cuerda; esa es la altura del edificio”.

Aun cuando el estudiante afirmaba que esa respuesta era correcta, pues hacía uso del barómetro, el profesor argumentaba que no demostraba conocimiento alguno de física y que, por lo tanto, no lo aprobaba.

El Consejo decidió dirimir el conflicto autorizando al profesor para que le repitiera el examen, advirtiendo al estudiante que esta vez debía demostrar conocimientos de física.

Al día siguiente, el profesor examinó de nuevo al estudiante y para sorpresa del evaluado, recibió exactamente el mismo cuestionario anterior. Al llegar a la pregunta de marras, el estudiante se detuvo a pensar largamente. El profesor le informó que sólo le quedaban tres minutos para terminar, pero que podía entregar su examen ya mismo, pues su actitud demostraba que no sabía cómo responder la pregunta del barómetro. El estudiante, muy seguro, le dice al profesor que por el contrario, tenía muchas respuestas a su pregunta, pero que no sabía cuál era la aceptable según su criterio. Sin embargo, en los minutos siguientes el estudiante escribió: “suba a la parte más alta del edificio, deje caer el barómetro hasta la calle y mida el tiempo que demora en caer. La fórmula S= (1/2) *g*t^2 le dará la altura del edificio”. El profesor decidió entonces aceptar la respuesta y darle la nota mínima aprobatoria de (3.0), a lo que el estudiante respondió con otro reclamo ante el Consejo, pues él insistía en que su respuesta merecía la nota máxima, ya que esta vez no sólo hacía uso del barómetro, sino que demostraba conocer una fórmula general de la física.

La curiosidad de los miembros del Consejo de Facultad por conocer al estudiante logró que se le citara para la siguiente sesión, en la que se le preguntó por las otras respuestas que decía tener para el problema del examen.

El estudiante realizó una intervención en la que expuso varias soluciones. Comparto algunas que recuerdo con exactitud. Una muy divertida consiste en subir por las escaleras hasta la parte más alta del edificio, haciendo marcas en la pared con el barómetro. Después se desciende por el mismo trayecto hasta el primer piso contando el número de marcas. El total de marcas nos dará la altura del edificio en unidades de barómetro; así, por ejemplo, puede asegurarse que el edificio mide 153 barómetros de altura.

Pero, definitivamente la solución más sencilla de todas es la que presentó el estudiante ante el Consejo al final de su intervención: consiste en dirigirse hasta la portería del edificio y decirle al portero: "vea señor, aquí traigo un hermoso barómetro; si usted me dice cuál es la altura de este edificio, yo le regalo el barómetro".

 

Nota aclaratoria introducida luego de la publicación inicial

La historia del Barómetro

La anécdota sobre cómo medir la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro es ampliamente conocida en las universidades de todo el mundo. Parece que el primero en contarla fue E. Rutherford, Premio Nobel de Química en 1908, aunque hay quienes afirman que fue una historia elaborada por el profesor de Física A. Calandra, en la década de los 40 del siglo pasado, pero que en realidad nunca sucedió.

En 1958 se divulgó ampliamente tanto en inglés como en español y para darle mayor realismo se llegó a afirmar que el estudiante era Niels Bohr, Premio Nobel de Física en 1922. Así la conocí en una versión alemana en los años 80.

En Colombia se publicó una versión en los años 70, en un Boletín de Matemáticas de la Universidad Nacional. Las diferentes versiones de la historia involucran nuevas soluciones y actores. Sin duda una gran historia que cada cual cuenta a su manera.

Mi versión publicada en El Espectador el Día de los Inocentes como ejemplo de “inocentada” es una más, basada en tantas otras, adaptada libremente para ese día, como lo mencioné en su oportunidad.

Ignacio Mantilla Prada

 

*Rector, Universidad Nacional de Colombia

@MantillaIgnacio

Por Ignacio Mantilla*, Especial para El Espectador

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