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La Policía le apuesta a un cambio desde las aulas

A través de una maestría en Intervención en Sistemas Humanos se busca transformar la cultura al interior de la institución, invitar a la reflexión de los uniformados y adquirir herramientas para prestar un mejor servicio a la comunidad.

Redacción Educación
22 de mayo de 2016 - 02:11 a. m.

La policía es una institución que en los últimos años ha visto empañada su reputación en el país. Los colombianos cortamos el cordón de confianza que teníamos con este cuerpo, cuyo fin es protegernos, y que muchas veces ha resultado inmerso en escándalos de corrupción que van desde maltratos a los ciudadanos hasta redes de prostitución. Sucesos que han hecho que en vez de sentirnos seguros con su presencia, estemos alerta.

Esta situación ha llevado a que la Policía se cuestione sobre lo que sucede dentro de la institución y busque mecanismos que permitan propiciar un cambio. Y han identificado varios, pero a uno en particular le dieron mayor importancia: profesionalizar a sus uniformados. Esa pequeña revolución puede darse en las aulas.

Con esta convicción tocaron las puertas de varias instituciones de educación superior. Una de ellas fue la Universidad Central, hoy alma mater de 1.432 policías que asisten a cursos y adelantan pregrados y posgrados para entender temas complejos que enfrentará el país como la restitución de tierras y la resolución de conflictos.

Pero hay un posgrado que llama mucho la atención por los efectos que ha traído para los estudiantes. Se trata de la Maestría en Intervención en Sistemas Humanos, que aunque suena algo complicado, es mucho más sencillo de lo que parece. O así lo asegura Eduardo Villar, director de este programa, quien explica que tiene como objetivo comprender las relaciones sociales y entender la importancia de la comunicación que se teje entre ellas: “Entregamos herramientas que le permiten a la gente reflexionar sobre las relaciones que deben enfrentar en su trabajo y cotidianidad. Les enseñamos el manejo de la diferencia”.

Al principio no todo pintaba bien. El primer grupo estuvo conformado por 32 policías de todos los rangos: subtenientes, mayores, capitanes y hasta coroneles. Villar explica que había temor porque “ni los policías entendían a qué venían y la universidad tampoco conocía mucho de su formación, así que era una enigma saber cómo abordarlos”. De hecho, el primer problema no tardó en aparecer: los estudiantes tenían serios problemas con la metodología de la mesa redonda y el diálogo.
“Hablábamos dos lenguajes radicalmente distintos. Ellos funcionan con jerarquías y aquí toda la metodología se trataba de mesas redondas, en donde nos escuchábamos los unos a los otros y la opinión de todos resultaba fundamental para una conclusión final. Fue pasar de la posición del “yo mando” al “yo escucho”. Había que enseñarles qué son los espacios de reflexión”, explica Villar.

Desde la raíz

Yed Milton López tiene 43 años y más de 20 los ha dedicado a la Policía. Tiene una voz amable y serena. Es fluido, coherente y articulado. A decir verdad, tiene más vocación de psicólogo que de uniformado.

Entró a la maestría por orden de sus superiores, aunque asegura que ahora lo agradece ya que ha entendido la importancia de mejorar la reputación y el funcionamiento de la Policía ad portas del posconflicto.

Cuando analiza a este organismo, lo primero que se le viene a la cabeza es la errónea interpretación que tienen los policías de sus funciones, debido a la fuerte herencia militar con la que han sido entrenados.

Condena la actitud de la institución de funcionar desde la represión y el control antes de trabajar como un elemento de servicio, ayuda, diálogo, aporte y construcción. Insiste en que la Policía no es un cuerpo militar y ni siquiera utilizan conceptos como “enemigo”. Son, en resumidas cuentas, “facilitadores de la vida en convivencia”.

Para López, su misión es lograr que los ciudadanos resuelvan sus altercados a través de la mediación y el diálogo. En un país tan violento como el nuestro, esta responsabilidad resulta ser clave porque solo así es posible disminuir las tasas de homicidios, riñas, secuestros, robos y otros delitos que se presentan a diario en nuestro territorio.

Otro de los obstáculos que hoy percibe es la ausencia de la autocrítica dentro de la Policía. Estos problemas que en los últimos años han salido a la luz pública solo demuestran la urgencia de una transformación cultural. “Que los policías hagamos un alto en el camino y nos preguntemos qué está pasando con nosotros”.

En la maestría comprendió que es clave evolucionar en la manera como se miden los resultados. Cita un ejemplo sencillo: en vez de pedirle a la patrulla la mayor cantidad de armas blancas, los altos mandos deberían solicitar a sus subalternos recorrer el barrio y evaluar qué tan satisfecha están las personas con las acciones de la policía.

También considera que todos deben hablar un mismo lenguaje basado en el respeto. Pero para eso hay que tener claro que la sociedad es el orden de la diferencia y es inaplazable empezar a cambiar conductas erradas, como la tendencia a la requisa a los jóvenes de pelo largo y pantalones caídos.
Asegura que todas estas teorías y discusiones las ha aplicado en su trabajo. Actualmente, es el jefe del área de Prevención, convivencia y seguridad ciudadana, en donde, dice él, se abordan las problemáticas desde el diálogo y la inclusión. “Le pongo un ejemplo: intentamos dialogar con los jóvenes en riesgo y no nos la pasamos pensando, como antes, en estrategias para capturarlos. Queremos persuadirlos a cambiar sus vidas”.

Por qué seguir en las aulas

Jorge Restrepo, profesor de la Universidad Javeriana y director del Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos (CERAC), ve como positiva esta política de profesionalización de los policías. Manifiesta que continuarla se hace imprescindible para que los casos de corrupción y violación de derechos humanos disminuyan.

“Es importante que se le asignen mayores ingresos a las escuelas de formación de policías para extender sus periodos de formación, que a mi juicio son breves, y así mejorar la exigencia de los cursos. No podemos seguir teniendo uniformados en las calles con un año de estudios o que no sean profesionales”, asegura.

También opina que es urgente ampliar la oferta educativa para que se enseñen las disciplinas propias del sistema policial, como la criminalística o las técnicas aplicadas en persecución del crimen. Por supuesto, hay que tener cuidado con que los programas sean de calidad y respondan a las demandas de la Policía para mejorar su efectividad.

En eso concuerda Villar, quien está a favor de acabar con los cursos “alka seltzer”, como él los llama, que son solo de una hora y dejan una sensación instantánea de conocer en profundidad los temas, cuando en realidad únicamente se aborda la primera capa. El director de la maestría propone que existan cursos por lo menos de un año para que los resultados se vean, como ocurrió con el coronel López.

Ahora esta universidad espera formar un segundo grupo, que esta vez cuente con más presencia de coroneles y hasta generales, pues consideran que si se transforma la cabeza será más fácil llegar al resto del cuerpo. Incluso, fueron tan buenos los resultados, que esperan que los futuros graduados dicten las materias, así no cumplan con la antigüedad militar. 

Por Redacción Educación

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