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Profesores titulares, un problema con solución

Investigar, enseñar y hacerse cargo de tareas administrativas son habilidades que difícilmente se encuentran en una misma persona. Un profesor de la Universidad de Pensilvania propone un sencillo cambio en la academia.

Pablo Correa
09 de febrero de 2014 - 02:00 a. m.
Investigaciones como las de John Hattie y Herbert Marsh han demostrado que la productividad científica no va de la mano con la buena enseñanza. / Archivo
Investigaciones como las de John Hattie y Herbert Marsh han demostrado que la productividad científica no va de la mano con la buena enseñanza. / Archivo

“No es un secreto que los profesores titulares causan problemas en las universidades”, escribió sin rodeos en The New York Times Adam Grant, profesor de psicología en la Universidad de Pensilvania. A cualquiera que haya pasado por las aulas de universidades públicas o privadas en Colombia, la cruda conclusión de Grant debe sonarle familiar.

Una vez nombrados profesores titulares, dice Grant, unos se relajan y se duermen en los laureles y dejan de esforzarse para ser buenos docentes. Otros, obsesionados con su pequeño campo de conocimiento, se vuelven ciegos a otras tendencias y nuevas ideas.

Pensar en destruir las plazas para profesores titulares es, por supuesto, una locura. La estabilidad laboral y la libertad de pensamiento que ofrecen son valores muy importantes dentro de la vida universitaria. Pero lo que sí se podría hacer, propone Grant, es “modificarlas”.

En su artículo señala que el punto central del problema que afecta hoy la actividad de estos profesores es que las universidades les piden por igual que sean grandes maestros y grandes investigadores. “Hemos combinado dos tipos de habilidades en un solo trabajo. Les pedimos a los maestros que investiguen y a los investigadores que enseñen”.

Al parecer, esa idea, que se convirtió en una obligación y un requisito en todos los centros académicos, ha sido un craso error, según una buena cantidad de evidencia. John Hattie y Herbert Marsh, quienes llevan más de dos décadas estudiando la relación entre las dos actividades y han recopilado información de más de medio millón de maestros, han concluido que la relación entre la productividad en investigación y la calidad docente es prácticamente nula.

Todos hemos sufrido de una u otra manera esa contradicción. Los profesores que tienen una gran reputación como investigadores son capaces de hacer caer a sus estudiantes en un profundo sueño en los primeros diez minutos de clase. Los buenos profesores, del otro lado, pueden pasar una vida entera sin producir un solo resultado importante en su campo.

La solución que propone Grant suena razonable y sencilla: crear tres categorías distintas para los profesores titulares. Una sería sólo para investigadores, otra sólo para profesores con buenas habilidades para enseñar y, por último, una para aquellos capaces de combinar ambos campos. Las universidades tendrían que rediseñar sus métodos para medir y evaluar las distintas categorías sin privilegiar una por encima de la otra.

“Estoy de acuerdo”, responde Margarita Orozco, profesora de Opinión Pública, Políticas de Comunicación e Investigación de la Pontificia Universidad Javeriana. “Un profesor que investiga tiene unas características especiales: la capacidad de hacerse preguntas, la de conseguir dinero para financiar sus proyectos y el gusto por el trabajo de campo, y esas son habilidades que no tienen todos los profesores y no tienen por qué tenerlas. Es injusto que no contraten a un buen maestro porque no tiene esas competencias”.

Orozco añade otro problema: en Colombia se les exige, además de ser expertos en la cátedra e investigadores, que sean buenos para las tareas administrativas.

Cecilia María Vélez, exministra de Educación y ahora rectora de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, dice que es un problema que enfrentan todos los días: “Los profesores que han hecho un doctorado sólo quieren hacer investigación”. En el caso de la Tadeo, cuya vocación es principalmente formativa, esto constituye un reto.

Además de ser muy claros en las convocatorias para contratar docentes, una de las estrategias a la que ha recurrido esta universidad es ofrecerles formación pedagógica.

En el caso de investigadores de gran talla, sin tiempo para dedicar a todas las pequeñas tareas que implica administrar un curso de alumnos, la estrategia ha sido apoyarlos con asistentes y maestros auxiliares, que son quienes establecen el contacto directo con los alumnos.

“Cada universidad debe buscar soluciones dependiendo de su vocación. Universidades como los Andes y la Nacional, que están mucho más orientadas a la investigación, tiene retos distintos”, apunta Cecilia María Vélez.

Iván Bedoya, profesor investigador de la Maestría en Ingeniería de la Universidad de Antioquia, coincide con la rectora de la Tadeo: “Para mí la docencia requiere un ejercicio permanente de investigación, si no se vuelve frustrante. Pero sé que esto tiene que ver con la vocación que tiene la Universidad de Antioquia hacia la investigación. No todas las instituciones deben tener este mismo enfoque, pero en mi caso creo que lo más oportuno sería que el maestro cumpliera con el rol de ser bueno para investigar y bueno para enseñar. Más si te estás enfrentando a alumnos de posgrado”.

A un gran profesor de literatura en la Universidad Javeriana, Augusto Pinilla, le gustaba decir que “los estudiantes estudian y los payasos payasean”. Parafraseándolo, y siguiendo con la idea de Grant, tal vez las universidades deberían entender que sencillamente los maestros enseñan y los investigadores investigan.

 

 

pcorrea@elespectador.com

@pcorrea78

Por Pablo Correa

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