El costo de ser (y dejar de ser) chavista

La fiscal general de Venezuela, Luisa Ortega Díaz, es la primera alta funcionaria en darle la espalda al proyecto de Asamblea Nacional Constituyente de Maduro. Otros se salieron de la revolución y así lo pagaron.

Ronal F. Rodríguez *
10 de junio de 2017 - 09:00 p. m.
La fiscal general, Luisa Ortega Díaz, ha criticado varias medidas del gobierno Maduro.
La fiscal general, Luisa Ortega Díaz, ha criticado varias medidas del gobierno Maduro.

El discurso dicotómico promovido por el fallecido presidente de Venezuela Hugo Chávez fue parte de su estrategia política para lograr y conservar el poder. El líder de la denominada “Revolución Bolivariana” promovió la polarización y fracturó la sociedad venezolana en chavistas y opositores: los primeros según su discurso eran el pueblo, los patriotas, los buenos; los otros eran la oligarquía, los apátridas, los malos.

La polarización como estrategia de obtención, control y conservación del poder político siempre ha resultado ser bastante efectiva. No obstante, su uso ha arrojado resultados devastadores en los países en que se ha implementado, ha destruido sociedades sumergiéndolas en confrontaciones internas y externas, y las ha llevado al retroceso social y material.

A lo largo de estos 18 años de Revolución Bolivariana se pueden identificar cinco tipos de militancia chavista, tanto en su liderazgo como en sus bases, producto de dicha división de la sociedad: los chavistas por convicción, aquellos que simpatizaron y se apropiaron del discurso político e ideológico ofrecido por el presidente, del cual formaron parte sectores tradicionales de la izquierda venezolana, así como de la academia y las antiguas organizaciones sociales.

Siguen los chavistas por cercanía, aquellos familiares, amigos y personas cercanas a la nueva clase gobernante. Con el ascenso de Chávez las élites políticas y económicas cambiaron radicalmente en Venezuela, en el marco de políticas públicas, para unos reivindicativas, para otros revanchistas, por lo que fue necesario crear un nuevo tipo de relaciones y vínculos de poder para el chavismo. En consecuencia, el nepotismo se convirtió en la forma de garantizar el control del Estado en un país que históricamente lo había rechazado.

El tercer tipo son los chavistas por oportunidad, aquellos que desarrollaron una relación clientelar y se alinearon con el proyecto político obteniendo grandes beneficios económicos, en el marco de una coyuntura de bonanza petrolera. Un grupo que estableció una relación cimentada en la corrupción del Estado.

Por otra parte, están los chavistas por temor, un grupo significativo de ciudadanos, sobre todo funcionarios del Estado, que quedaron en la mitad del discurso dicotómico promovido por Chávez, a los cuales su permanencia laboral, la posibilidad de ascenso o incluso el acceso a derechos y política social dependían de su militancia. La amenaza como forma de control político fue altamente instrumentalizada por medio de listas y registros constantes.

Y, finalmente, los chavistas por impunidad. Aquellos grupos delincuenciales que encontraron en las políticas del gobierno un amplio espacio de acción e impunidad para actuar. Grupos de “malandros” y delincuentes de bajo y alto nivel de organizaciones que se articularon cómodamente en la división de la sociedad promovida por la “Revolución”, algunos incluso han logrado evadir la justicia nacional e internacional a cambio de portar una camiseta roja-rojita.

El costo de dejar de ser chavista no es el mismo para todos, como tampoco lo es el momento en el cual se abandonan sus filas. Durante estos años se han dado tres grandes momentos de reacomodación de las fuerzas chavistas: el primero, el Golpe de Estado del 11 de abril del 2002; el segundo, el proyecto de reforma constitucional de 2007, y el tercero, la muerte de Chávez en 2013. Cada uno de estos momentos generaron desplazamientos de un bando a otro, algunos fueron hábilmente aprovechados para identificar a los moderados, los carentes de compromiso o incluso a los que denominaron “traidores”.

La propuesta de Asamblea Nacional Constituyente promovida por el presidente Nicolás Maduro es un cuarto momento en el que muchos están dejando de ser chavistas y quizás el caso más emblemático es el de la fiscal general, Luisa Ortega Díaz, la primera alta funcionaria en darle la espalda al proyecto de Nicolás Maduro desde el ejercicio del cargo.

Esta mujer, que durante años respaldó, a través de sus decisiones administrativas, la estabilidad de Chávez y la Revolución, hoy alza la voz para criticarla. Alertó al país de la “ruptura del orden constitucional” que representaba la decisión del Tribunal Supremo de asumir las funciones del Parlamento. Defendió el derecho a protestar contra el gobierno y criticó los juicios militares a civiles. Lo último y quizá lo que ha abierto la brecha más profunda con los otros chavistas: presentó ante la Sala Electoral del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) un recurso de nulidad contra la convocatoria de una nueva Asamblea Constituyente.

Otros importantes chavistas en su momento dieron la espalda al proyecto bolivariano. Casos emblemáticos son el de Luis Miquelena, Raúl Isaías Baduel y Jorge Giordani. El primero, un viejo político de izquierda que asesoró a Hugo Chávez en los primeros años, pero que al darle la espalda, antes del Golpe de Estado de 2002, fue perseguido judicialmente acusado de corrupción. El segundo y quizá más emblemático es el de Baduel, amigo personal y compadre de Chávez, quien pronunció un fuerte discurso al dejar el Ministerio de Defensa y se pasó a las filas de la oposición contra la reforma de 2007 y quien fue encarcelado y denigrado personalmente en su orgullo militar con filtraciones de su vida privada. Y Giordani, uno de los principales creadores del modelo económico chavista y hombre muy poderoso, quien dejó el chavismo poco después de la muerte del presidente en 2013.

Dependiendo del tipo de chavista el costo de salida varía, por ejemplo, para aquellos que hicieron parte del chavismo por convicción su salida resulta más llevadera, no obstante, pueden ser víctimas de persecución judicial y más cuando la falta de independencia de la justicia ha creado un mercado de perseguidos políticos que se ven obligados a pagar para evitar largos procesos.

Los chavistas por cercanía u oportunidad, tienen un costo de salida más alto por los beneficios que recibieron y su participación en actos de corrupción los hace acreedores de procesos judiciales por los cuales tendrían que ir a la cárcel o retornar parte de las fortunas que adquirieron durante estos años. Hace que resulte muy difícil poder dejar el chavismo sin lograr pactar para reducir los costos de salida, con todo es posible y es probable, pero dependerá del grado de vinculación con la corrupción.

Los chavistas por temor serán los primeros en saltar la talanquera. A pesar de las herramientas de identificación y persecución política, la incapacidad del gobierno de Nicolás Maduro y su baja maniobrabilidad facilitan la salida. Sin dádivas con las cuales extorsionar y amenazar a los funcionarios públicos el costo de salida disminuye.

Los chavistas por impunidad por el contrario tienen el mayor costo de salida, para ellos no hay alternativa, o se mantienen con el proyecto y gobernando, o el resultado es ir a la cárcel. La comodidad con la cual han podido actuar gracias al gobierno es su mayor debilidad. Ningún sector estaría dispuesto a acogerlos o transar con ellos.

La propuesta de cambiar la Constitución del presidente Maduro se puede convertir en la oportunidad de muchos para abandonar el chavismo. Los métodos de persecución política y judicial selectivos que utilizó Chávez hoy son más difíciles de implementar. Por otro lado, los costos de apoyar el proyecto han aumentado; bajo el gobierno de Nicolás Maduro la confrontación política se ha vuelto violenta: en cuatro años han muerto tres veces más venezolanos que en los casi catorce años que su padre político dirigió el país. El aumento en la represión y la intimidación, así como la identificación de los sectores oficialistas como nepotistas, corruptos y criminales hace más difícil mantener el nivel de apoyo. Internacionalmente la simpatía por la Revolución Bolivariana ha disminuido sensiblemente, son cada vez menos los Estados, gobiernos, grupos sociales y académicos que los apoyan abiertamente, por el contrario, tratan de desmarcarse y niegan sus vínculos con la ahora dictadura.

* Profesor e investigador del Observatorio de Venezuela de la Universidad del Rosario, director de “Esto no es una frontera, esto es un río”: www.spreaker.com/show /esto-no-es-una-frontera-esto-es-un-rio y presidente de la Fundación Surcontinente.

Por Ronal F. Rodríguez *

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