Francia: una elección contra pronósticos

Falta menos de un mes para las elecciones presidenciales en Francia. Hasta hace poco nadie imaginaba el duelo que se anuncia entre la extremista Marine Le Pen y Emmanuel Macron.

Ricardo Abdahllah / Especial para El Espectador desde París
30 de marzo de 2017 - 03:00 a. m.
Los exministros Manuel Valls (izq.) y  Emmanuel Macron. / AFP
Los exministros Manuel Valls (izq.) y Emmanuel Macron. / AFP

Hace seis meses nadie esperaba a tres de los cinco candidatos que participaron en el primer debate televisado de las elecciones presidenciales en Francia. Sin duda, los representantes de la extrema izquierda (Jean-Luc Mélenchon) y la ultraderecha (Marine Le Pen) estarían presentes, pero hasta noviembre del año pasado, los electores imaginaban que en los otros atriles estarían el presidente saliente, François Hollande, y su predecesor Nicolás Sarkozy, enfrentándose en un remake de las elecciones del 2005. Desde entonces no han dejado de rodar cabezas y puede que un par más rueden antes de la primera vuelta, el próximo 23 de abril.

El primero en caer fue Sarkozy: la inconformidad de los electores de derecha con los resultados de su administración, su perfil ostentoso y sus enredos judiciales —que incluyen las sospechas de haber recibido dinero del régimen de Muammar Gadafi— le costaron ser eliminado en la primera vuelta de las elecciones internas de su propio partido. El derechista moderado Alain Juppé, alcalde de Burdeos, se perfiló entonces como el posible rival de Hollande. Apreciado por la izquierda por ser uno de los pocos miembros del partido Los Republicanos que no ha caído en la tentación de culpar a la inmigración por los problemas de Francia, Juppé recibiría votos de los socialistas defraudados por Hollande y así la tendría fácil frente al presidente saliente. Las esperanzas de Juppé duraron una semana: en la segunda vuelta de la primaria fue derrotado por François Fillon, exprimer ministro y enemigo jurado de Sarkozy.

La victoria de Fillon, un católico ferviente que con frecuencia ofrece y recibe elogios de Vladimir Putin, llevó a que los republicanos abandonaran la posición moderada de Juppé para intentar quedarse con los votantes conservadores que no irían tan lejos como para votar por Le Pen y reconfiguró el duelo por el segundo puesto en las presidenciales. Para la sorpresa general, Hollande anunció el primero de diciembre que no se presentaría para un segundo mandato. Las miradas cayeron entonces sobre su primer ministro, Manuel Valls, que representaba el ala más derechista dentro del Partido Socialista. Con sus propuestas de mano dura en lo económico y estricto control de la inmigración, Valls auguraba una elección entre derechas: la suya, policial; la de Fillon, religiosa y tradicionalista, y la de Le Pen, xenófoba y antieuropea.

Ni Hollande ni Valls contaban con que los electores socialistas se inclinarían por un candidato de ideas socialistas, y entonces el 29 de enero vieron cómo el relativamente desconocido exministro de Educación Benoît Hamon, con una propuesta de izquierda que incluía un salario universal, se quedaba con la investidura del Partido Socialista.

Ni Hollande-Sarkozy, el duelo esperado, ni el de sus exministros Juppé y Valls, las eternas segundas opciones. A tres meses de las elecciones los nombres eran Hamon y Fillon, y entre los dos el derechista tenía las de pasar a la segunda vuelta. Seguro de que los socialistas votarían cualquier cosa con tal de bloquear el ascenso de Le Pen, Fillon estaba convencido, como la mayoría de los franceses, unos con alegría y otros con resignación, de que se convertiría en el próximo presidente.

Una vez más los pronósticos fallaron cuando el semanario Le Canard Enchainé reveló que Fillon desvió cerca de un millón de euros del presupuesto de la Asamblea Nacional para pagar sueldos a su esposa e hijos, y cuando en las semanas siguientes se descubrió no sólo que Penelope Fillon había declarado varias veces que jamás había trabajado para su esposo, sino que sus hijos consignaban una buena parte de sus sueldos a su padre. Como ocurrió con Dominique Strauss-Khan en 2011, el hombre que estaba destinado a ser presidente de Francia vio en cuestión de días cómo los puntos necesarios para calificarse a la segunda vuelta se esfumaban y su candidatura dejaba de ser viable.

Pero a diferencia de Strauss-Khan, y a pesar de la presión de los dirigentes de su partido, incluyendo a Sarkozy, Fillon se negó a renunciar. Los mismos miembros de Los Republicanos que exigían su retiro en nombre de la ética y la transparencia terminaron por apoyarlo y, al mejor estilo de Donald Trump, denunciaron una conspiración de los medios y los jueces en su contra.

Con menos del 20 % en las encuestas para el candidato oficial de los republicanos y un frágil 15 % para Hamon, del Partido Socialista, es casi seguro que ninguno de los dos partidos tradicionales pasará a la segunda ronda de las presidenciales, más aún cuando decenas de figuras de los dos bandos han decidido abandonar sus partidos para apoyar la candidatura de Emmanuel Macron, el exbanquero de 39 años que parece estar a seis semanas de convertirse en el próximo presidente de Francia.

El imparable Macron

En el debate del 20 de marzo, Le Pen fue fiel a su paranoia antieuropea y antiinmigración, y Mélenchon, a su proyecto de transformaciones radicales izquierdistas que le ha llevado a ser llamado, por sus admiradores y detractores, “el Chávez europeo”. Hamon apareció con propuestas osadas y la calma de quien sabe que su turno no será antes del 2022; Fillon, exhausto, fue de lejos el más parco a la hora de expresar sus propuestas. Emmanuel Macron, por su parte, se mantuvo en las líneas intermedias tendiendo hacia lo liberal en lo económico y hacia la izquierda en los temas de inmigración, y sobre todo insistiendo en la importancia de salvar la Unión Europea. El hecho de que los momentos más agresivos del debate se dieran entre él y Le Pen no pasó desapercibido, tanto que el secretario general del Partido Socialista, Jean-Christophe Cambadélis, afirmó al día siguiente: “Es como si ellos se hubieran desde ya autocalificado a la segunda vuelta”.

Lo que Cambadélis admite de mala gana, las encuestas parecen confirmarlo: sin nunca haberse presentado a un cargo de elección popular, Macron se perfila como el seguro rival de Le Pen en la segunda vuelta y el mejor parado para vencerla. Los empresarios le reprochan su origen socialista, pero no ven en él una amenaza a sus privilegios y la izquierda más radical, que simpatiza con Hamon o Mélenchon, puede inclinarse por él, así sea de mala gana, ante la ausencia de posibilidades reales de los dos candidatos para vencer a la heredera del Frente Nacional.

“Los votos que se le han evaporado a Fillon por sus problemas legales van a parar a la abstención o a Macron”, considera Stéphane Zumsteg, director de opinión pública del instituto de encuestas Ipsos, para quien el fenómeno, acentuado por cada nueva revelación en el escándalo de corrupción que involucra al candidato oficial de la derecha, es la continuación de la deserción de quienes, dentro del partido de Los Republicanos, apoyaban el tono moderado de Juppé pero no las ideas socialmente conservadoras de Fillon.

¿Bastará el impulso de Macron para detener a Le Pen? Para Jean-Yves Camus, de la Fundación de Estudios Políticos Jean Jaurès, es innegable que muchos votantes de derecha estarían dispuestos a unirse a Macron, pero nunca a Mélenchon o Hamon, en una segunda vuelta frente a la candidata de la extrema derecha. “De todas maneras, con el sistema de dos vueltas es imposible que ella llegue al poder”, afirma Camus, para quien, a pesar de que en las recientes elecciones holandesas Geert Wilders fue incapaz de llegar al poder, “el populismo de derecha europeo está lejos de haber entrado en una fase de decadencia. La gente que se emociona cada vez que los partidos de extrema derecha no ganan tienden a olvidar que sí, pierden, pero cada vez con mejores resultados”.

Por Ricardo Abdahllah / Especial para El Espectador desde París

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