La difícil relación de Israel con los refugiados africanos

El gobierno israelí adelanta acciones para deshacerse de las personas africanas que llegan a ese país para solicitar asilo. Cientos de inmigrantes han sido enviados a Ruanda y Uganda a cambio de dinero y promesas de trabajo.

redacción internacional
28 de junio de 2017 - 09:15 p. m.
Con la tercera reelección de Benjamin Netanyahu como Primer Ministro israelí no hizo sino empeorar.  / AFP
Con la tercera reelección de Benjamin Netanyahu como Primer Ministro israelí no hizo sino empeorar. / AFP

En 2012, Miriam Regev, quien hoy es Ministra de cultura y deporte de Israel y en ese entonces era representante del partido de derecha Likud en el parlamento israelí, le dio a un grupo de personas que protestaban por el alza en la criminalidad en el sur de Tel Aviv un mensaje que permite hacerse una idea del malestar y la falta de tolerancia causada por la llegada refugiados: “son un cáncer para nuestro cuerpo”.

Regev fue acusada de incitar a la violencia a los manifestantes que después de su discurso no sólo atacaron a periodistas e inmigrantes africanos, sino que, además, saquearon establecimientos comerciales relacionados con personas que habían llegado a Israel por la inestabilidad política en sus países de procedencia.

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En lugar de pedir excusas a los inmigrantes sudaneses, a quienes iba dirigido su polémico comentario, Regev optó por pedirle perdón a los pacientes con cáncer y, a pesar de condenar los actos de violencia dijo entender “la rabia y le dolor de los residentes y las familias que viven allí. Ellos nos dicen ‘Ayuda, estamos siendo humillados, miren cómo vivimos, tenemos miedo de salir de nuestras casas’”

Con la tercera reelección de Benjamin Netanyahu como Primer Ministro israelí, las dificultades de los refugiados africanos, la mayoría de ellos procedentes de Sudan y Eritrea, no hizo sino empeorar.

En 2014, el Ministro del Interior Eli Yishai llegó a afirmar que mientras Israel no fuera capaz de deportar a los inmigrantes a otros países “los enceraría para hacer sus vías miserables”. La promesa del ministro Yishai se hizo realidad a tevés de un centro de detención construido en medio del desierto del Négev.

Según Foreign Policy, el centro de reclusión administrado por el servicio penitenciario israelí, en el momento hay cerca de 3.000 inmigrantes detenidas.  Desde allí, las autoridades israelíes empiezan a presionar a los inmigrantes para que dejen el país ofreciéndoles una suma de USD$3.500 y falsas promesas falsas de trabajo en Ruanda y Uganda. Una vez llegan esos países, los emigrantes son víctimas de redes de tráfico que buscan llevarlos a una tercera nación donde por lo general se les pierde el rastro.

Israel tiene una larga historia acogiendo refugiados. A finales de los 70, el primer ministro Menache Begin le dio asilo a 66 personas vietnamitas que habían sido rescatadas en el mar por un barco israelí y más recientemente, en 2007, Ehud Olmert le dio permisos de residencias a cerca de 500 sudaneses que habían llegado a Israel huyendo del conflicto en su país.

A pesar de esto, en los últimos años la cantidad de personas procedentes de países africanos que llegan a Israel en busca de asilo han abrumado a las autoridades. Según las cuentas del Ministerio del interior, 65.000 personas llegaron a Israel en busca de refugio entre 2006 y 2013, la mayoría de ellas procedentes de países africanos.

El campo de detención en el Négev y los programas que presionan a los inmigrantes para salir del país son muestras del malestar social que ha causado la llegada de refugiados.  Además de acusar a los inmigrantes de tomar sus empleos, los israelíes culpan a los refugiados del deterioro de la seguridad en el país, lo que se ha visto agravado por casos ampliamente magnificados por los medios como la presunta violación de una mujer de 82 años por un refugiado de Eritrea en 2012.

 

Por redacción internacional

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