La paciencia alemana se acabó antes de la cumbre de la OTAN

En menos de un año, la relación bilateral entre Alemania y Turquía se desmoronó. El encuentro de este jueves, de Merkel y Erdogan en Bruselas definirá el futuro de las relaciones de Turquía y Occidente.

Ralf Pauli
24 de mayo de 2017 - 10:00 p. m.
El referendo para restablecer la pena de muerte en Turquía es la línea roja del gobierno alemán, cuya jefe de gobierno es Ángela Merkel. / AFP
El referendo para restablecer la pena de muerte en Turquía es la línea roja del gobierno alemán, cuya jefe de gobierno es Ángela Merkel. / AFP
Foto: AFP - MICHELE TANTUSSI

Al final de un año de reserva estratégica, el gobierno alemán entendió que la Turquía de Recep Tayyip Erdogan está buscando el conflicto con Berlín y que no puede hacer nada para evitarlo. El último de los recientes cruces que venían dañando la relación bilateral se produjo la semana pasada: Ankara volvió a negar a los diputados alemanes la visita a la base militar en Incirlik, en el sureste del país oriental, de donde salen los aviones alemanes para misiones de esclarecimiento sobre territorio sirio.

Las consecuencias de este conflicto esta vez podrán ir más allá de la mera crisis diplomática entre los dos países, una crisis que de por sí era grave y que en los últimos meses tuvo un tono cada vez más agudo, incluyendo reproches de “prácticas nazis” o “fascismo” por parte del gobierno turco. Hoy en día está en peligro nada menos que la cooperación en el marco de la alianza militar OTAN, que hizo posible la presencia del ejército alemán en Turquía. Además podría significar un alejamiento irreversible de Alemania y de Occidente en general.

Este jueves, la canciller alemana Ángela Merkel y el presidente turco deben resolver el conflicto cuando se vean en la cumbre de la OTAN en Bruselas. Si no llegan a un consenso, lo que es probable, Alemania podrá retirar sus tropas de Turquía, como había amenazado Merkel la semana pasada, irritada por el incidente en Incirlik. Merkel tiene alternativas porque Jordania ya se había mostrado dispuesto a asumir el vacío que dejaría Ankara.

La respuesta de Ankara no dejó de esperarse. El primer ministro turco, Binali Yıldırım, contestó al siguiente día con una suerte de ultimátum: “Si Alemania quiere expandir sus relaciones con Turquía y fortalecer el existente lazo de amistad, tendrá que volverse hacia la República de Turquía y no hacia los separatistas y seguidores de Fetö”, como llama el Estado turco al supuesto movimiento terrorista liderado por el imán Fetulá Gülen.

La causa del malestar turco son los 450 soldados, jueces y otros funcionarios públicos turcos que, según Yıldırım, estuvieron involucrados en el intento de golpe de Estado de 2016 y que este año obtuvieron asilo político en Alemania. La información, que salió a la luz hace dos semanas, incomoda hace rato al gobierno alemán, que sabe bien del aumento de la cifra de turcos que huyeron a Alemania.

Después del fallido golpe de Estado de julio pasado en Turquía, el gobierno turco tilda a cualquiera de “terrorista”, empezado por los adherentes del imán Fetulá Gülen, rival político de Erdoğan y acusado de organizar el intento de golpe de Estado, hasta los militantes del partido curdo HDP. Y no termina ahí: La “purga” que el Estado turco viene realizando ha dejado a más de 130.000 empleados del Estado sin trabajo y otros miles encarcelados, entre ellos periodistas, académicos y maestros caídos como sospechosos.

“Yo sabía que tenía que salir del país”, recuerda la secretaria general del sindicato de educación Egitim Sen, Sakine Esen Yılmaz. Las autoridades turcas la condenaron a 22 años de cárcel por hablar en curdo en una rueda de prensa. La fiscalía la acusó de “propaganda para una organización terrorista”. “Mi país se ha vuelto una dictadura”, señala Sakine Esen Yılmaz, que pagó una fortuna para salir, escondida en una camioneta, antes de llegar de forma ilegal a Alemania, donde solicitó asilo político. Trajo fallos de corte y órdenes de detención para demostrar que la persiguen en su patria. Muchos turcos en el extranjero tienen historias parecidas.

Consecuentemente, en 2016, la Oficina Federal de Migración y Refugiados alemana (Bamf) registró 5.742 solicitudes de asilo de turcos, más del triple que la cifra registrada en 2015. Hasta abril de este año habían llegado 2.130 solicitudes más. Con la creciente represión en Turquía, también cambió la naturaleza de los fallos. El año pasado, la Bamf sólo aprobó alrededor del 8 % de las solicitudes entregadas por turcos. La cifra subió a un promedio de 17,8 % a lo largo de este año. Y no cabe duda de la interpretación de este aumento. Ni en Berlín y menos en Ankara. Por eso el ultimátum turco del primer ministro Yıldırım: “¡O están con nosotros o con los terroristas!”. La llamada no deja espacio para una posición moderada como la que tomaba Alemania hasta el momento.

El desencuentro sobre los refugiados turcos se manifestó por primera vez en noviembre. Frank-Walter Steinmeier, entonces ministro exterior alemán y quien poco después asumió la presidencia del Estado Federal de Alemania, se encontró con su homólogo Mevlüt Çavuşoğlu, poco después de que Erdogan acusara a Alemania de ser una “zona de refugio para terroristas”, haciendo referencia a la guerrilla de los curdos PKK, que el año pasado intensificó su lucha armada contra el Estado Islámico. La respuesta de Steinmeier en la rueda de prensa fue que “el reproche simple y llanamente no es comprensible.” Y añadió: “En Alemania se trata a la PKK como organización terrorista. Si el Estado de derecho alemán encuentra pruebas, también habrá condenas”. Así quedó claro que Alemania rechaza la intromisión en asuntos nacionales, y la versión turca que equipara opositores con terroristas.

Como si esto fuera poco, cabe recordar que a lo largo del año pasado hubo más decepciones y faltas de comprensión mutuas. A Ankara le molestaron principalmente tres posturas: 1) que Alemania (y Europa) no le dieron más apoyo en el intento de golpe de Estado al gobierno legítimo turco (de hecho, se mostraron casi más preocupados por la persecución de los autores que de una posible junta militar); 2) que la prometida libertad de visa para los turcos a la UE (a cambio de mantener a los refugiados de Oriente Medio en su país) nunca se concretó, y 3) que Alemania (y otros países europeos) se negaron a que políticos turcos hicieran campaña en sus países por el sí en el referéndum sobre la reforma constitucional del pasado abril.

A Berlín le cayó mal la retórica que Erdogan aplicó para ganar votos entre los 1,4 millones de turcos que viven en Alemania donde el 63 % de votantes estuvieron a favor del sistema presidencialista que le otorga a Erdoğan mucho más poder. Otra provocación para el gobierno alemán es el hecho de que en febrero las autoridades turcas encarcelaron al periodista turco-alemán Deniz Yücel, corresponsal del periódico alemán Welt, por supuesta “propaganda terrorista”. Un caso “lamentablemente no resuelto”, como lo expresó recién, casi rendido, el nuevo ministro de Asuntos Exteriores alemán, Sigmar Gabriel. A Yücel, que desde hace tres meses sigue en prisión preventiva sin que se haya presentado una querella, Erdoğan lo calificó como “espía alemán”. Un reproche que en Berlín escucharon con incredulidad. Las quejas hasta el momento cautelosas del gobierno alemán sobre el arresto ilegítimo del ciudadano alemán se ven, hasta ahora, completamente ignoradas. De acuerdo con muchos diputados y analistas alemanes, el gobierno alemán no debía tragarse esto. La paciencia, como se puede leer en la reacción de Merkel de esta semana, se acabó. Y el socio de coalición en el gobierno, el Partido Socialista (SPD), exige que Merkel vuelva exitosa de Bruselas. “Si la señora Merkel no logra obligar a Turquía a cambiar de opinión en la cumbre de OTAN, necesitamos bases alternativas”, dijo el jefe del grupo parlamentario Thomas Oppermann.

La pregunta es: ¿a dónde conduce todo esto? “No podemos seguir teniendo semejante relación”, dijo el miércoles pasado el ministro alemán Gabriel en Washington, después de pedir a su homólogo, Rex Tillerson, que hablara con los turcos sobre el acceso a la base militar. “Es impensable que los socios de la OTAN se presionen mutuamente de esta forma”, concluyó.El problema es que todo apunta a que la crisis se profundice más. No es un secreto que el gobierno turco es rencoroso ante la crítica. Ya el año pasado le había negado a diputados alemanes la visita a la base militar Incirlik. La razón dada: el parlamento alemán calificó como genocidio los crímenes cometidos contra los armenios por el Imperio otomano hace 100 años.

La ruptura total está por producirse. Si no este jueves, entonces muy pronto: si Erdogan lleva a cabo el referéndum sobre la reintroducción de la pena de muerte, las negociaciones con la Unión Europea sobre un posible ingreso de Turquía serían descartadas definitivamente. Y con esto tal vez también la cooperación militar. Sea como fuese, la ruptura con Alemania parece inminente. En el caso del referéndum para restablecer la pena de muerte, Alemania no permitirá que los turcos que viven en el país salgan votar. Esa es la línea roja del Gobierno y, por el modo en que los turcos se toman estos gestos, ya todo está dicho.

Por Ralf Pauli

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