Lenín Moreno, heredero de la revolución

El candidato de Alianza País, vicepresidente de Rafael Correa entre 2007 y 2013 y quien tiene los sondeos a su favor, es célebre por su trabajo a favor de las personas en condición de discapacidad y se ha declarado defensor de las políticas de la revolución ciudadana.

juan David Torres Duarte
19 de febrero de 2017 - 03:00 a. m.
Lenín Moreno, heredero de la revolución
Foto: AFP - JUAN CEVALLOS

Lenín Moreno, que suele ser sonriente y comportarse con nobleza, tiene una definición singular de las palabras diálogo y debate: el primero es la exposición respetuosa de ideas; el segundo, en cambio y a pesar de toda la teoría, es la síntesis del reproche. Por eso, su política general durante la campaña ha sido la de eludir cualquier encuentro con los otros siete candidatos bajo el argumento de que allí se enfilarán todas las baterías en su contra: puesto que fue el vicepresidente de Rafael Correa entre 2007 y 2013 y defiende la revolución ciudadana, Moreno supone que los banqueros y los proselitistas de carrera que, según él, deshicieron a Ecuador embestirán contra su persona y harán cuanto sea necesario por desprestigiarlo. Cuando el periodista Gonzalo Ruiz le preguntó si aceptaría un diálogo en El Comercio TV, Moreno se mostró más entusiasta por la distinción explícita: “No aceptaré jamás un debate —dijo—, nosotros queremos un país en el que no hay debate, combates y embates. Lo que usted está proponiendo sí, un diálogo constructivo que nos alimente mutuamente sin ataques personales”.

La distinción no es inocente: por años, el tono de Correa fue combativo, animoso, ansioso y puntilloso, y de manera comprensible, en medio de una economía que parece estancarse y de una prosperidad que pervive a fuerza de deseo, Moreno se desmarcó del presidente y se presentó como una cara amable, nueva, un estilo de política en el que debatir tiene la mala fortuna de ser un sinónimo de reyerta y el diálogo es la medida de todas las cosas. Hace unos días, Moreno escribió en su cuenta de Twitter: “Se viene un nuevo estilo de gobierno. Voy a tomar las decisiones finales, pero conversando y dialogando”.

El candidato de Alianza País, la conjugación de los partidos de izquierda, fue bautizado en Nuevo Rocafuerte, un municipio cercano a la frontera con Perú, con los nombres de un revolucionario ruso —Lenín, acentuado— y un filósofo francés —Voltaire—. Sus padres, Lilian y Servio Tulio, fueron profesores en corregimientos en medios de la selva a los que se llegaba tras 30 días en canoa. Un perfil que escribió la agencia Efe sobre Moreno recuerda que la experiencia cercana de la selva lo convirtió “en un defensor del medioambiente”. A minutos de su pueblo natal estaba el hoy llamado Parque Nacional Yasuní, una reserva múltiple de 9.800 kilómetros cuadrados de vida animal y vegetal que el gobierno de Correa, durante el período en que Moreno era vicepresidente, fue incapaz de proteger de la explotación petrolera.

Antes de su vida política, Moreno hizo sus estudios primarios y secundarios en Quito y buscó recibirse como psicólogo y médico en la universidad. Pero se lo impidieron. “Yo estaba estudiando psicología y medicina en la Universidad Central del Ecuador. Hicimos una huelga porque creíamos que la administración no era correcta. Yo era dirigente estudiantil. Fue la huelga más larga de la universidad. Y cuando terminó la huelga, el consejo universitario decidió no concedernos matrícula. No terminé ni medicina ni psicología”. Otra facultad, la de administración, terminó dándole cupo. De modo que su vida en la siguiente década estuvo dedicada a la promoción de productos de marketing —entre ellos una editorial— y al impulso del turismo. Comenzó a trabajar en el sector público en el Ministerio de Gobierno, fundó la Cámara de Turismo de Pichincha y alentó cierta personalidad bromista que se convirtió, en tiempos de campaña, en uno de sus signos visibles.

Entonces vino el dolor. Los dos hombres que balearon en la espalda a Lenín Moreno en un parqueadero de Quito podrán contar la desgraciada anécdota de que, en razón de sus ambiciones como ladrones, hirieron al posible presidente de Ecuador. El 3 de enero de 1998, Moreno, que tiene el acento arrastrado que identifica a los ecuatorianos, con sus erres convertidas en aguas deslizadas, había salido junto con su esposa a comprar el pan después de estar fuera de casa todo el día. Quizá con la premisa clara de que era mejor permitir el robo que arruinar su vida, Moreno entregó las llaves de su carro y el dinero cuando se lo pidieron sin rigor ni paciencia. Aunque se rindió, uno de los hombres le disparó. Cayó debajo del auto y por un momento pensó, como diría años después, que si sus verdugos eran capaces de balear a un hombre indefenso también tendrían la voluntad de arrollarlo sin consideración.

Su esposa lo arrastró hacia fuera. La bala lo forzó a cuatro años de dolor intenso, cuya cura fue vedada a los médicos. A su modo, Moreno se alivió y ahora se desplaza en una silla de ruedas, que no ha sido nunca el símbolo de una persona con poder pero que le ha permitido, en Manabí y Cuenca, en Guayaquil y en Quito y en la Amazonia, pedirles a sus votantes que estén en pie.

El rastro de su recuperación es visible en la escritura de ocho libros dedicados a la risa y sus atributos de curación —publicaciones como Teoría y práctica del humor, Filosofía para la vida y el trabajo, Trompabulario y Ríase, no sea enfermo— y también en su programa de campaña, que por momentos se presenta como un catálogo militante del optimismo: Misión Ternura, la terapia de la risa, la felicidad, potencia, emprendimiento, buen humor. En sus mítines sonríe y bromea y abraza tanto como es posible, y en su tono de voz y en sus ojos se congrega cierta forma del juego, que contrasta con el retrato rocoso de Correa. Es el mismo hombre que formula sentencias de este tipo: “Ni la ciencia ni la intelectualidad deben ser imparciales. Deben estar comprometidas. Somos el país de la luz”.

Por su trabajo a favor de las personas en condición de discapacidad, Moreno fue nombrado enviado especial de Naciones Unidas. Fundó la Misión Solidaria Manuela Espejo, con la que buscó, casa por casa, a las personas cuya discapacidad había convertido, a ojos de un país que por entonces las discriminaba, en incapaces. Según sus cifras, visitó más de 1,2 millones de hogares, identificó a casi 300.000 personas que necesitaban ayuda y entregó más de 210.000 ayudas técnicas —sillas de ruedas y muletas— a personas que de otro modo no habrían tenido acceso a ellas. En esos años, Moreno fue forjando una reputación de bondad y aprobación popular que pervivió hasta que tomó la Vicepresidencia de Ecuador por seis años.

Desde que fue nombrado candidato de su partido, en octubre del año pasado, Moreno se ha declarado defensor a ultranza de la revolución ciudadana que principió en el mandato de Correa en 2007. Ha dicho que extenderá los programas, subsidios y políticas que han llevado a Ecuador a reducir la pobreza del 36,7 % al 23,3 % y la población en situación de indigencia en ocho puntos.

Perseguirá la continuación de una presidencia que invirtió 2 % del PIB en educación y que es célebre por la construcción de una infraestructura sin par en América Latina y por un crecimiento promedio del PIB de 3,9 %. También tendrá que heredar las fricciones con los medios de comunicación, el tono calificado como autoritario que caracterizó las rebatiñas de Correa contra la clase política, la venta de numerosas empresas estatales y el funcionamiento a medias de las ocho hidroeléctricas que prometió Correa durante su mandato (de las cuales, según El País de España, sólo una funciona de manera total).

El mandato de Moreno llegaría, en comparación con la buena suerte de Correa —que contó con los beneficios de la dolarización y el incremento de los precios del petróleo—, con una economía que se resiste a mantenerse en los números altos, en un ambiente enrarecido por el giro hacia la derecha de países que se contaban entre el socialismo del siglo XXI, como Argentina y Brasil, y en medio de la desgracia económica de Venezuela.

Moreno ha prometido repensar el alza del IVA —que aumentó del 12 % al 14 % durante el mandato de Correa—, endurecer las penas contra los corruptos, revisar los impuestos, impulsar la contratación de jóvenes en las empresas a cambio de una reducción de los impuestos, realzar el turismo, erradicar la violencia contra las mujeres y construir 325.000 viviendas. Con su optimismo natural, y quizá como remembranza de los tres períodos presidenciales de Correa, ha llamado “Toda una vida” a su programa de gobierno.

Por juan David Torres Duarte

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