Los gringos y las armas: ¿Por qué siguen las matanzas?

Estados Unidos es ¡casi 50 veces! más proclive a las matanzas que los demás países industrializados: durante los últimos 30 años se han producido 78 matanzas allí, mientras que en los otros 24 países industriales se han producido un total de 41.

Hernando Gómez Buendía*
27 de febrero de 2018 - 02:00 a. m.
Decenas de personas se manifestaron el lunes pasado frente a Kalashnikov USA, empresa que fabrica la AK-47. Exigen una reforma del porte de armas tras la matanza en la escuela secundaria Marjory Stoneman Douglas, en Parkland, Florida. /  AFP
Decenas de personas se manifestaron el lunes pasado frente a Kalashnikov USA, empresa que fabrica la AK-47. Exigen una reforma del porte de armas tras la matanza en la escuela secundaria Marjory Stoneman Douglas, en Parkland, Florida. / AFP
Foto: AFP - JOE RAEDLE

Esta es la idea más imbécil de los norteamericanos: la de que todos ellos tienen el derecho de portar armas de fuego para defenderse de los criminales. La insensatez de esa idea es evidente: el ciudadano o ciudadana corriente tendría que ser un “rambo” para actuar sin sorpresa, sacar su arma y disparar con precisión, porque si no, el criminal lo mataría y además se quedaría con el arma.

(Lea: Cinco mitos sobre los tiroteos en EE.UU.)

Pero con el cuento de la autodefensa, en Estados Unidos circulan entre 270 y 310 millones de armas de fuego, casi como decir que cada uno de los 323 millones de adultos y de niños carga su propio “fierro”. Esto implica ser el país con mayor número de armas por habitante, casi el doble del subcampeón Serbia, o hasta el triple de Irak o de Colombia.

El culto de las armas dice basarse nada menos que en la Segunda Enmienda que se hizo a la Constitución y que data de 1791. En traducción poco elegante pero exacta, la Enmienda dice que “siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a poseer y portar armas no será infringido”. Como el texto lo dice –y como dijo la Corte durante dos siglos–, esto quiere decir que cada Estado de Estados Unidos tiene el derecho de tener “una milicia bien ordenada” de personas civiles para defenderse si fuera necesario de una dictadura del Gobierno Federal o nacional.

Pero en 1986 y por 5 votos contra 4, una corte republicana resolvió cambiar esta “interpretación colectiva” por una “interpretación individual” según la cual el derecho a las armas no es de la milicia que se defiende de una dictadura, sino de cada individuo y para lo que quiera. A este argumento legal se suma el argumento cultural de que las armas son parte inseparable de la tradición en un país de colonos, cazadores y deportistas, como en efecto son los Estados Unidos. Y aquí se añade la poderosa Asociación Nacional del Rifle con sus cinco millones de afiliados y la riqueza de los grandes fabricantes de armas para intimidar y sobornar a los políticos e impedir que se reduzcan las ventas.

Por eso nadie se atreve a proponer el desarme de la población civil, y cada vez que se produce una matanza, el debate se enreda y se diluye en una serie de parches o remedios indirectos que nunca logran pasar por el Congreso y cuando pasan no sirven para nada.

La lista de matanzas se remonta al siglo XIX, pero en los últimos años se han vuelto más frecuentes, más mortíferas y más intensamente cubiertas por los medios. Antes de la que ahora conmueve a la opinión (17 personas en un colegio de Florida), se produjeron la de Las Vegas (58 muertos), la de la iglesia en Texas (26 cadáveres), la del club en Orlando (49 víctimas), y aún se recuerdan las de San Bernardino (2014), Sandy Hook (2012), Virginia Tech (2007) o Columbine, que inauguró la serie de ataques a planteles escolares (1999). Para mostrarlo con una sola cifra: en los últimos 1.870 días se han registrado 1.624 muertos en ataques colectivos.

Estados Unidos es quizás la sociedad más racionalizada del mundo y en todo caso es el país líder en la investigación científica y en aplicarla a todos los asuntos. Por eso es aún más sorprendente que en materia de armas y violencia ignore todo lo que se ha establecido.

Para empezar, Estados Unidos es ¡casi 50 veces! más proclive a las matanzas que los demás países industrializados: durante los últimos 30 años se han producido 78 matanzas en Estados Unidos, mientras que en los otros 24 países industriales se han producido un total de 41. Esto se debe a la abundancia de armas, porque Estados Unidos no está peor que los demás países industrializados en ninguno de los otros supuestos o probados factores que inducen esas masacres (salud mental, fanatismo, seguridad de las instalaciones, número de policías, severidad de las penas…).

Los estudios estadísticos confirman que los países con mayor número de armas en manos de particulares y aquellos donde es más fácil adquirirlas, también tienden a tener más incidentes de violencia colectiva y, en general, una tasa más elevada de homicidios. Y está el ejemplo concreto de tres países industrializados donde el control de armas ha tenido resultados innegables e inmediatos: (i) Australia, donde se habían producido 13 masacres en los 20 años anteriores a la de Port Arthur en 1998, a raíz de la cual se prohibieron las armas y en los 20 años siguientes no ha habido ninguna; (ii) Gran Bretaña, donde a partir de 1987 se prohibieron más y más tipos de armas, con un descenso sostenido en la tasa de homicidios y una sola matanza después del endurecimiento de 1996; (iii) Japón, el país con menos número de armas… y con apenas cuatro homicidios violentos en el 2016.

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Pero en Estados Unidos nadie toca el derecho a portar armas. Incluso en un momento de conmoción como el de esta semana, los progresistas se limitan a pedir que se prohíban las de gran calibre o se impida el acceso a ciertos individuos, mientras que los republicanos repiten que “no matan las armas, matan las personas”, de modo que el remedio es alguna otra cosa. Trump, por ejemplo, propone armar a los maestros de todas las escuelas… O sea que las creencias más estúpidas se dan también en los países más civilizados.

*Director y editor general de Razón Pública.

Por Hernando Gómez Buendía*

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