México: entre el caos y la solidaridad

Quienes sobrevivieron sin lesiones graves al terremoto no tienen tiempo para hablar: “Hemos ayudado todo el día quitando escombros. Todavía hay gente atrapada. Hay edificios que se han caído a lo largo de la noche y se siguen cayendo. La situación está crítica y se necesitan manos”, dijo uno de ellos.

Sandra María Hinterdorfer y Mateo Guerrero Guerrero
21 de septiembre de 2017 - 03:00 a. m.
Rescatistas, bomberos, policías y soldados ayudan a los sobrevivientes junto a personas voluntarias.
Rescatistas, bomberos, policías y soldados ayudan a los sobrevivientes junto a personas voluntarias.
Foto: AFP - YURI CORTEZ

También ahorran energía y, entre los postes derribados, piden conversaciones cortas para no agotar la batería de sus celulares. Hasta ahora el terremoto de 7,1 grados de magnitud ha dejado más de dos centenares de muertos y un número aún mayor de personas que se abalanzan a las calles para buscar cómo ayudar. 

Vianney Cruz Arroyo, 38 años

Lo particular de este terremoto es que vino en horario laboral. La gente estaba en sus oficinas y los niños en las escuelas. Trabajo en una dependencia de gobierno, en la Secretaría de Desarrollo Social, al sur, en Coyoacán. Somos alrededor de 200 personas y como parte de la dependencia todos teníamos que participar en el simulacro. Después del terremoto no hubo heridos donde yo estaba, pero sí gente en crisis, sobre todo las mamás que no podían regresar por sus hijos. En el centro, en Narvarte, se cayó un edificio, una escuela llena de niños. Soy ciclista, así que tomé la bici y regresé a mi casa. Son cinco kilómetros desde Coyoacán y paso por Cuauhtémoc, una avenida principal donde hay muchas construcciones nuevas. Había fachadas dañadas y postes de luz en el piso. En el terremoto del 85 estaba pequeña y no vivía en la ciudad, sino en el estado de México. Fue muy fuerte. La gente se volcó a las calles para ayudar con los cruces de tránsito, porque los semáforos estaban dañados y también salieron a quitar escombros, como ahora.

José Luis Gorbea, 37 años

Estaba en la oficina cuando la tierra empezó a temblar y las cosas a caer. Trabajo en un banco en el centro histórico y el sismo me tocó muy fuerte. Nos escondíamos en las columnas de seguridad y después de que nos evacuaran de la oficina intenté salir del centro. Pero no había forma. Las calles estaban cerradas y el metro también. Caminé una hora y media a mi casa. Cuando llegué, me enteré a través de mis amigos de que la Cruz Roja estaba buscando motos para transportar paramédicos y agua a las zonas afectadas. Hice varias vueltas en moto, a la tercera ya había tantas motos y gente que ya no se podía pasar. Luego empezamos a transportar a personas de un lado a otro. Llevamos a organizadores que no tenían cómo moverse. No había luz. Los semáforos no funcionaron. Había muchísimo tráfico y fue imposible pasar. A las dos de la madrugada terminamos.

Adriana Gaxiola, 27 años

El martes fue el aniversario del terremoto del 85. A las 11 de la mañana hubo un simulacro y todos salimos de la oficina. Incluso se escuchaban bromas como “Imagínate que vuelva a temblar”. Dos horas después pasó de verdad. Estaba en el trabajo, en una productora audiovisual en la zona de la Roma, donde pasan muchos camiones. ¿Será un camión?, nos preguntábamos al principio. No. Fue un temblor. La alerta sísmica no sonó, sí que se escuchaba a la hora del simulacro, pero no cuando ocurrió de verdad. Salimos todos corriendo al patio y a la calle.

Salimos volando del piso, no fue fácil caminar. Se sintió larguísimo. Empezaron a caer cosas. Cuadros, luces, plantas. Luego vino el pánico. Sirenas y helicópteros por doquier. No había señal y todo el mundo estaba desesperado por comunicarse con sus familiares. No sabíamos cuál era la magnitud del sismo ni nada. Se fue la luz y olía mucho a gas por la zona de la Roma y la colonia Condesa. Como vivo cerca de allí, me lancé a mi casa para apagar todo lo que tenía que apagar. No me quedé a dormir, porque en mi cama se hizo una grieta. Hoy, cuando regresé, la ciudad parecía de luto con las calles vacías. Vidrios rotos cubren las calles. La ciudad está hecha un caos. Hay edificios caídos, gente atrapada. Se declaró un día inhábil de trabajo para prestar ayuda. En cada esquina de la zona hay mucho que hacer y muchas maneras en las que uno pueda ayudar. Ahorita voy a salir a ver qué se puede hacer: si no es con las manos, igual con cositas.

Elizabeth Aristizábal, 27 años

Hace dos semanas hubo un terremoto, así que estábamos sobre aviso. El anterior fue complicado, era de noche, estaba en pijama y no me desperté. Mi compañero de apartamento tocaba la puerta y yo no salía. Ahora coincidió con el simulacro y, a diferencia del anterior, la alarma sonó mientras temblaba y no después. Vivo en un cuarto piso y tuve que brincar para bajar las escaleras. El movimiento me arrojó al suelo. Me quedé paralizada un rato antes de salir. Me enteré por mucha gente en Colombia que había edificios caídos. Ahora mucha gente está en su casa, informándonos por la radio, que es menos alarmista que la televisión y da información sobre los albergues. La recomendación es ayudar, pero también nos dicen que hay que tener la preparación requerida. Dicen que hay que dejar las calles vacías para dejar pasar a los rescatistas.

Juan Pablo Duque, 25 años

Las cosas amanecieron con mucho caos y en el transcurso de la tarde todo se puso peor, porque los edificios que se dañaron el martes se terminaron de caer. Hay masas y masas de gente tratando de ayudar, pero eso ha empeorado un poco las cosas. La organización está a cargo de la Marina, pero también actúan la Policía Federal, el Ejército, Protección Civil y Los Topos, que son una brigada de rescate que nació después del terremoto del 85. También está la Universidad Autónoma de México (UNAM), que tiene brigadas de arquitectos, médicos y psicólogos. Estudié psicología allí y ayer salí porque nos convocaron en el Estadio Olímpico. Llegó muchísima gente, tantos, que nos dijeron que no necesitaban más voluntarios. Dejé linternas, gasas y alcohol, y después me fui al restaurante que tiene la familia de mi novia para desde allí llevar comida a un albergue. Por ahora, en el albergue en el que estoy ayudando, en el Deportivo La Joya, al sur, en Tlalpan, hay muchos más médicos y comida que damnificados. Lo que hacemos los psicólogos es contener a las personas que salen de los edificios por indicación de las autoridades y los recanalizamos. La gente llega de noche, porque el albergue funciona de siete de la noche a siete de la mañana. El resto del día pueden estar con sus familiares.

Patricia Gómez, 27 años

Estoy en Ciudad de México hace un año, estudiando una especialización. Vivo en la colonia Narvarte, donde no hubo muchos edificios afectados, pero tenemos colonias muy cerca que sí, como Roma y Condesa, que tienen edificios muy viejos. Allí se cayeron muchos de los que colapsaron en el terremoto del 85 y ahora se vinieron abajo más. En el momento del temblor estaba en mi casa. La alarma del simulacro no sonó en el edificio en el que vivo y estaba sentada en mi computador cuando todo empezó a vibrar. Con mis compañeros de apartamento bajamos por las escaleras, muy asustados, porque dicen que es lo primero que se cae. Nos quedamos en el tercer piso y allí fue llegando gente de otros apartamentos, uno de ellos con una herida en la cabeza. Cuando dejó de temblar salimos a la calle. Una señora nos dijo que necesitaba ayuda y nos quedamos allí desde las 3 hasta las 8, en el cruce de Viaducto y Torredón. Armamos una cadena de personas para pasar baldes llenos de escombros de mano en mano hasta que por la noche pasaron camiones de basura. En la mañana del jueves colapsaron más edificios agrietados. Ha sido muy intenso, es algo para lo que jamás estás preparada, pero la adrenalina hizo que esté mucho más tranquila.

Por Sandra María Hinterdorfer y Mateo Guerrero Guerrero

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