Siria: el nuevo sheriff ha llegado

¿Qué cambio en la guerra que viven los sirios después de que Estados Unidos ordenara operaciones militares? Nada: el conflicto continúa y miles siguen muriendo.

Miguel Benito Lázaro
13 de abril de 2017 - 04:02 a. m.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, es coherente con su estilo: se desdice con mucha frecuencia, y más en el tema internacional.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, es coherente con su estilo: se desdice con mucha frecuencia, y más en el tema internacional.
Foto: AFP - NICHOLAS KAMM

El jueves 6 de abril, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ordenó operaciones militares en Siria. ¿Por qué eso es noticia si es algo que ya venía sucediendo?

El ejército de Estados Unidos —como los de Rusia, Francia e Irán, entre otros— llevan operando sistemáticamente en medio del conflicto interno sirio desde, al menos, 2014. La novedad reside en que el objetivo de la acción militar estadounidense fue la instalación de la fuerza aérea siria de Al Shayrat.

La decisión de la administración Trump tensa, sin transformarlo, un escenario estancado en una guerra sucia, de exterminio paulatino, en el que nada parece cambiar salvo para peor desde 2011. Tal vez la agitación pueda llegar a ser beneficiosa, pero, por ahora, no deja de ser más que otro golpe al avispero. El equilibrio inestable se vuelve más inestable y la tensión entre Rusia y Estados Unidos se dispara. Se abre una brecha inesperada que hace unas semanas nadie podría haber imaginado entre la dupla del momento: Putin y Trump.

Volvamos a empezar. El jueves 6 de abril, Donald Trump ordenó el lanzamiento de 59 misiles Tomahawk contra instalaciones del gobierno de Bashar al Asad. ¿Por qué el presidente de los Estados Unidos tomó esta decisión?

Como castigo por el uso de armas químicas, atribuido al gobierno alauí, contra la ciudad de Khan Sheikhoun en el norte del país y que dejó más de setenta muertos. Hasta el momento, el uso de armas químicas, gas sarín y cloro, ha sido normal desde 2013. Entonces el presidente de EE. UU., Barack Obama, amenazó con usar la fuerza tras el ataque a Ghouta en agosto de aquel año, pero amagó y no golpeó.

Sin embargo obtuvo la rendición del arsenal químico del gobierno sirio, que fue entregado —aparentemente al menos— a Dinamarca. Entonces Donald Trump criticó a Obama. ¿Por no haber atacado al régimen de Al Asad? No. En tuits de 2013, @realDonaldTrump le insistía a Obama en no inmiscuirse en Siria, un conflicto del que nada podía sacar Estados Unidos, y concentrarse en la política interior.

Pero la administración Trump cambió de criterio el jueves pasado. Apenas una semana antes, el jueves 30 de marzo, el secretario de Estado, Rex Tillerson decía en Ankara que “el futuro de Al Asad será decidido por los sirios”. En la sesión del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas del pasado miércoles, la embajadora estadounidense Nikki Haley ya afirmaba que, ante la inhabilidad de la organización para sancionar, “estamos obligados a tomar nuestra propia acción”.

El jueves, el propio Trump anunciaba la operación de castigo y en los días posteriores se empezaron a escuchar voces que defendían la opción de derrocar a Al Asad como medio para terminar la crisis de Siria.

El viraje de Trump es radical. De aislacionista declarado y guerrero del nacionalismo antiglobalización, parece ahora asumir partes de la doctrina Bush —la posibilidad del cambio de régimen— y del intervencionismo propugnado por dos de sus rivales políticos, John McCain y Hillary Clinton.

Según las declaraciones del presidente de los Estados Unidos, las fotos de los muertos y heridos en el ataque a Khan Sheikhoun lo indignaron y cambiaron su visión de Al Asad y del conflicto en Siria —en el que, según algunos estimados, han muerto cerca de 55.000 niños—. Y eso sin contar —porque no es posible— los que han muerto huyendo del país.

Esas otras víctimas no indignan al presidente Trump, que, de hecho, ha intentado diseñar una política migratoria que mantenga lejos y fuera de los Estados Unidos a los que salen de Siria. ¿El Despacho Oval habrá transformado al presidente?

En el fondo, Trump actuó como suele. Desdiciéndose de lo dicho antes y llevado, al menos aparentemente, por su temperamento enérgico. También ha sido consistente con su limitada comprensión del medio internacional, que se expresa con el único lenguaje que Trump comprende y conoce, el de la intimidación y la fuerza.

Una confianza en la fuerza que ha llevado a un aumento significativo de las muertes civiles en Irak, vinculada a operativos estadounidenses bajo reglas de enfrentamiento poco exigentes. Lo que pasa en Irak no indigna al presidente. La duda con Trump es recurrente: ¿hay un plan o se deja llevar por sus impulsos? En definitiva, ¿está dispuesto a sostener esta posición de dureza contra el régimen de Al Asad y sus aliados, es decir, Rusia e Irán, a largo plazo o se quedará en este tipo de acciones, tan limitadas como cosméticas?

Volvamos a empezar. Tras varias semanas de derrotas en el Congreso (sobre todo el intento de terminar con el Affordable Care Act, más conocido como Obamacare, aunque con la importante victoria de la confirmación de Neil Gorsuch para la Corte Suprema) y de sospechas de los nexos de su entorno con el de Putin (indicios y sospechas que, por ejemplo, llevaron al cese del general Michael Flynn como Consejero de Seguridad Nacional), la decisión de Trump el jueves 6 de abril de intervenir en Siria contra el régimen de Al Asad le ha ganado el apoyo mayoritario de republicanos y de demócratas en las cámaras y le ha permitido cambiar el foco de atención de las noticias.

Esas sospechas e investigaciones volverán, pero, de momento, Trump ha ganado tiempo y credenciales de dureza con Rusia. Credenciales hasta ahora puestas en duda. Credenciales que llegaron al mismo tiempo que el presidente Trump se reunía en Mar-a-Lago con el primer presidente de la República Popular de China, Xi Jinping.

Durante la campaña presidencial manifestó cierta sintonía con Putin, al que parecía señalar como aliado en la campaña contra el ISIS, y apuntaba a mayor rivalidad —comercial y política— con China, con Corea del Norte como uno de los puntos claves.

Volvamos a empezar. El jueves 6 de abril, Donald Trump ordenó el lanzamiento de 59 misiles Tomahawk contra instalaciones del gobierno sirio. ¿Qué supone esto militarmente? Poco. Los daños de la operación estadounidense son limitados. Bashar al Asad y sus aliados pueden seguir acabando con la oposición interna y con los yihadistas en su territorio, siempre que no usen armas químicas. Cualquier otro medio parece estar permitido.

Y, de hecho, la campaña militar del oficialismo sirio ha continuado en los días siguientes a la acción estadounidense. Los niños sirios que tanto afectaron a Trump antes de tomar la decisión de bombardear siguen y seguirán muriendo.

Nada cambia en el equilibrio de fuerzas dentro del país. De momento, el resultado de la operación es un aumento de la tensión entre Estados Unidos —con el respaldo de Gran Bretaña y Francia— y Rusia, Siria e Irán. Tal vez los que se puedan ver más aliviados de esto son los del ISIS.

Durante unos días parecen lejos del foco de atención de las relaciones diplomático-militares, que basculan hacia la lucha del régimen alauí de Al Asad contra la oposición —o, más bien, sus menguados restos—.

¿Qué ha cambiado en Siria? Su conflicto interno sigue y ya dura demasiado. Para ser más claros: no considero criticable que se tracen líneas rojas contra el uso de armas químicas. Critico que no haya más líneas rojas que constriñan la habilidad de todas las partes para dañar a sus respectivos enemigos y a la población civil.

Critico que la violación masiva de derechos humanos no movilice a la comunidad internacional para detener la carnicería. Critico que no se aplique la responsabilidad de proteger a los más débiles en el medio internacional. Y en eso, con Trump o sin él, sigue la situación de Siria.

* Historiador e internacionalista.@mbenlaz

Por Miguel Benito Lázaro

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