Trump: la incertidumbre como método

Invertir en el mundo desde la Torre Trump es muy diferente a gobernar desde la Casa Blanca: hay límites institucionales que le impedirán algunos de sus desmadres.

Beatriz Miranda Côrtes
29 de abril de 2017 - 04:50 a. m.
El presidente Donald Trump y su vicepresidente, Mike Pence: cien días de polémicas. / AFP
El presidente Donald Trump y su vicepresidente, Mike Pence: cien días de polémicas. / AFP
Foto: AFP - BRENDAN SMIALOWSKI

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, cumple sus primeros cien días en la Casa Blanca. Una medida que (como muchas otras tradicionales en la política de su país) le parece ridícula. “No importa cuánto consiga durante el estándar ridículo de los primeros cien días, y ha sido mucho (incluido CS), ¡la prensa lo rechazará!”, señaló el mandatario en su cuenta personal de Twitter, al referirse con las iniciales CS a la aprobación de su candidato para la Corte Suprema, Neil Gorsuch. Pero, muy a pesar del magnate republicano, este período ha sido clave en muchas presidencias, porque en él se delinean las prioridades de los programas de gobierno.

Esta tradición fue iniciada por el presidente Franklin D. Roosevelt en 1933, cuando era urgente la necesidad de reconstruir el país después de la Gran Depresión de 1929.

En su corta estancia en Washington, Donald Trump ha demostrado su carácter intempestivo y su forma ejecutiva de gobernar, sin importarle la pérdida de aliados y las múltiples controversias con el Congreso y su propio partido. Agilizó las medidas propuestas durante su campaña, por medio de órdenes ejecutivas. Hasta ahora, han sido expedidas 32, de acuerdo con registros de la prensa de ese país.

Uno sus primeros mandatos ejecutivos estuvo destinado a impedir la entrada de ciudadanos de siete países de mayoría musulmana, pero su implementación fue rechazada por los tribunales y el Consejo de Seguridad Nacional.

Su firme decisión de derogar el Obamacare, el plan de salud que estableció su antecesor, fracasó debido a que no tenía el apoyo mayoritario de los republicanos y tampoco un plan alternativo que pudiera sustituirlo.

La retirada de Estados Unidos del acuerdo comercial más grande del mundo, el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP) —firmado entre EE.UU. y otras once naciones del Pacífico—, el cual representaría el 40 % del Producto Interno Bruto del planeta, y la propuesta de renegociación del Acuerdo de Libre Comercio para América del Norte (Nafta), establecido en 1994 con Canadá y México, reafirma algunas de las promesas más emblemáticas de su campaña. El proteccionismo comercial fue su gran apuesta electoral y lo ha empleado como instrumento de negociación tanto con sus socios (Canadá y Alemania) como con sus adversarios (China). Aunque los resultados son bien pocos.

En su gobierno, América Latina prácticamente empieza y termina en México, lo que demuestra la poca importancia que concederá a la región en el marco de una política proteccionista y xenófoba. Aparentemente se acaba la era de los tratados de libre comercio y hace una apuesta en la construcción del muro en la frontera México-Estados Unidos, como una medida para detener los flujos migratorios y el narcotráfico.

El presidente ha reiterado que dicha barrera será financiado por el gobierno mexicano, lo que ha provocado varias crisis diplomáticas entre ambos países. Para su ejecución sugirió impuesto de 20 % sobre los productos originarios de México, que podrá tener un costo de US$15.000 millones (otros cálculos elevan el número a 70.000). Sin embargo, la demora de los legisladores para aprobar el presupuesto postergó esta medida por los menos hasta septiembre.

En su primer proyecto, la Casa Blanca separó una partida de US$1.400 millones para iniciar el proceso de construcción del muro. Y tiene un problema mayor: la oposición del Partido Demócrata decidió que bloqueará la aprobación del presupuesto si se incluye la idea del muro. Si eso pasa, el Gobierno estará impedido legalmente de funcionar por no tener un presupuesto para financiar sus operaciones.

También ha ofrecido estímulos tributarios a las compañías estadounidenses que produzcan localmente, con el fin de generar empleo y dinamizar la economía doméstica. Además de esto decidió retomar la construcción de oleoductos, que habían sido bloqueados por la administración Obama debido a su fuerte impacto ambiental, lo que ratifica su desdén respecto al cambio climático.

Su respuesta inmediata a un supuesto ataque químico del gobierno sirio, los ataques en Yemen, el lanzamiento de “la madre de todas las bombas” en Afganistán y sus actos hostiles contra Corea del Norte, ponen en tela de juicio sus promesas electorales de ocuparse de los asuntos internos.

Si se recuerda su campaña, se constata que sus primeros 100 días han estado caracterizados por contradicciones. Algunos analistas han catalogado su gestión como incierta, impredecible y errática, y hasta se habla de desgobierno en la Casa Blanca.

Había amenazado con declarar a China un país manipulador del valor de las monedas, y ahora no está seguro de esta afirmación. Hay más indefiniciones: reformas tributarias y educativas, tarifas comerciales y, con relación a la expulsión de inmigrantes indocumentados, las cifras señalan que han sido menores que las que se registraron durante la era Obama.

Hasta el momento, ninguna de sus prioridades ha sido concretada, salvo ubicar a su candidato Neil Gorsuch en el Tribunal Supremo. A pesar de que ha evidenciado su perfil de ejecutivo, al firmar sucesivas órdenes, muchas de sus primeras acciones se cayeron, recordando que sus decisiones serán compartidas y que el poder del presidente más poderoso del mundo tiene límites.

Con el tiempo, el presidente Trump se concientizará de que invertir en el mundo desde la Torre Trump es muy diferente a gobernar Estados Unidos desde la Casa Blanca. Hay límites institucionales y de poder político y económico que pueden frustrar algunas de sus promesas.

* Profesora Universidad Externado de Colombia.

Por Beatriz Miranda Côrtes

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