Un nuevo Congreso en EE.UU. a la sombra de las “fake news”

Los candidatos elegidos para la Cámara y el Senado estadounidense definirán la estabilidad del presidente Donald Trump. Las campañas estuvieron marcadas por el juego sucio.

Nicolás Marín Navas
06 de noviembre de 2018 - 02:54 a. m.
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Los fantasmas de las elecciones presidenciales de 2016 en Estados Unidos, recordadas por la guerra de fake news (noticias falsas), persiguen de nuevo a ese país de cara a los comicios legislativos que se desarrollan hoy. Donald Trump aguarda atentamente los resultados, pues necesita que el Partido Republicano gane y mantenga las mayorías sobre los demócratas en Senado y Cámara de Representantes. De eso depende que se comience a gestionar un proyecto reeleccionista de cara a las próximas presidenciales.

Por el momento, los republicanos mantienen el poder sobre los demócratas. Sin embargo, hoy todo podría cambiar, pese a que los sondeos indican que son pocas las probabilidades. En estas elecciones se renuevan 34 escaños del Senado, que corresponden a un tercio del total, y los 435 representantes a la Cámara. Con tanto en juego, el ajedrez electoral ha estado plagado de sucias estrategias basadas, como en otras ocasiones, en fake news, memes y mensajes que promueven la división y el odio entre los votantes a costa de temas como la migración, los medios de comunicación y la seguridad.

Los antecedentes recientes mantienen un aire de intranquilidad general, sobre todo si se tiene en cuenta, además, que en las presidenciales de 2016 nadie se imaginó que detrás del candidato elegido, Donald Trump, había un equipo de expertos maquinando una retorcida estrategia mediática para lograr la victoria a través de campañas de desinformación con recursos nunca vistos en la política. Sin mencionar la posible injerencia de Rusia en los comicios, que se conoció como la trama rusa.

Los tiempos han cambiado y los medios de comunicación ya no son capaces de dar golpes de opinión en la política como antes. Las cosas como son: las redes sociales ponen presidentes, gobernadores y otros cargos de elección popular antes que un periódico. Memes, noticias falsas y cadenas de Whatsapp circulan en ese nuevo espacio digital con la capacidad de definir la intención de voto en la mayoría de los países.

En mayo pasado, el director de Facebook, Mark Zuckerberg, azotado por el escándalo de Cambridge Analytica, en el que se reveló el potencial político de una plataforma, anunció nuevos controles en la plataforma, valiéndose de la inteligencia artificial (AI), para limitar a los desarrolladores, cuentas e información falsa que circulan todos los días en la red social, una medida nunca vista en una empresa que, por el contrario, busca darles libertad a sus empleados.

Precisamente por esos días el gigante tecnológico ya advertía que había un volumen considerable de fake news y cuentas falsas tratando de influir políticamente en las elecciones del midterm del 6 de noviembre. Aunque no aclararon que Rusia fuera la responsable, fuentes del New York Times en Facebook señalaron que las técnicas y herramientas utilizadas eran muy similares a las que se están investigando en el caso de la trama rusa.

El mismo Trump mostró un nerviosismo insólito durante las últimas semanas. Sabe lo que significan estas elecciones. En septiembre pasado acusó a China de influir en las campañas para perjudicar a su gobierno a través de noticias falsas en medios locales: “Ellos no quieren que el Partido Republicano gane porque soy el primer presidente que desafía a China en el comercio. Estamos ganando en ese aspecto. Estamos ganando en todos los niveles. No queremos que se entrometan ni que interfieran”.

La confianza de los usuarios en las redes sociales se ha ido perdiendo con el tiempo. Un estudio realizado por el Pew Research Center demostró que el 76 % de estadounidenses encuestados aseguran que empresas tecnológicas como Facebook, Twitter e incluso Google tienen la responsabilidad de evitar el uso indebido de sus plataformas por quienes quieran influir en las próximas elecciones legislativas. De estas personas, solo el 34 % cree que efectivamente lo van a lograr. Le recomendamos: Risas y terror, las armas electorales en Estados Unidos

Para Camille Francois, analista de Graphika, el mayor desafío de hoy no es solo frenar la injerencia rusa, sino a los mismos estadounidenses. Cualquiera con conocimientos técnicos avanzados puede generar, replicar y viralizar contenido falso a través de cuentas automatizadas. “Tenemos que aceptar que esa va a ser la constante. Vivimos en un espacio informático donde hay manipulación. Tampoco nos podemos sobreactuar, simplemente debemos enfocarnos en los puntos calientes del problema”, señala.

Seguridad en internet

Los riesgos a los que un ciudadano está expuesto cuando se avecinan unas elecciones políticas han aumentado. Por eso, mandatarios de todo el mundo están tomando medidas al respecto, sobre todo cuando hay decisiones de voto popular de por medio. El dilema está en qué tan correcto es permitir a los gobiernos controlar espacios como Facebook, Twitter o Instagram.

José Ramón López Portillo, economista e hijo del expresidente mexicano José López Portillo, asegura: “Hay dos modelos hoy en día, más o menos organizados, de control web: el europeo y el norteamericano. El primero está sobrerregulado, y esto puede inhibir un tanto la innovación y dejar inhabilitadas muchas estructuras económicas. El norteamericano, por su parte, es altamente flexible y abierto. Eso es peligroso porque se entrometen Facebook y cualquier cantidad de gente en lo que el usuario hace”.

En Europa, la preocupación ha alcanzado rígidas medidas de control sobre los ciudadanos. En Alemania, por ejemplo, la normativa que rige internet, NetzDG, obliga a las plataformas con más de dos millones de usuarios a quitar los contenidos que constituyan algún delito en menos de 24 horas a partir de la denuncia. De no hacerlo, podrían tener multas de hasta 50 millones de euros.

En Francia, si bien la ley sobre libertad de prensa de 1881 estipula multas de hasta 45.000 euros por difundir noticias falsas, no parece ser suficiente. El actual presidente del país, Emmanuel Macron, denunció en su momento que Rusia había querido interferir en el voto de los franceses en las presidenciales de 2016 —cuando fue elegido—, a favor de su rival, Marine Le Pen. Por eso a principios de este año comenzó el trámite de un nuevo documento para regular la difusión de este tipo de contenido.

Las cosas no son muy diferentes para Italia. Para las elecciones del pasado marzo, en las que salieron ganadores los polémicos partidos ultraderechistas, Movimiento 5 Estrellas y La Liga Norte, ya se había creado un portal específico en el que los ciudadanos podían denunciar las noticias falsas que estuvieran circulando. A los pocos días del anuncio de esta herramienta, Facebook inauguró un centro en el que los periodistas y organismos colaboradores de cualquier lugar pueden denunciar fake news en su plataforma. Le puede interesar: Trump y la forma cínica de hacer política

Riesgo en todo el mundo

La gran guerra del meme que se presentó en las presidenciales de 2016 en Estados Unidos cobró vida de la misma manera en otros países de la región. Basta mirar las elecciones en Brasil, en las que el exmilitar Jair Bolsonaro, presidente electo, dio un golpe en la mesa con una agresiva campaña política desarrollada principalmente en internet. No es casualidad que solo en Facebook tenga 6 millones de seguidores.

El arma secreta de su campaña fue enviar contenidos a través de la aplicación móvil más popular en el país. “En Brasil, Whatsapp funciona como una red social, porque muchas compañías telefónicas la ofrecen a sus clientes incluso si no tienen tarifa de internet. Los mentirosos evolucionan y ahora han pasado a tener prioridad servicios de mensajería instantánea, donde la verificación es mucho más difícil”, señaló a TVE Myriam Redondo, experta en el tema y autora del libro Verificación digital para periodistas.

Andrés Manuel López Obrador, por su parte, logró en julio de este año que la izquierda llegara a la Presidencia de México, destronando al PRI, el partido político que durante siete décadas mantuvo el poder. La campaña, sin embargo, estuvo plagada de desinformación en su contra, una estrategia constante que ha acechado a México desde hace seis años.

Esteban Illades, autor del libro Fake news: la nueva realidad, aseguró que “desde 2012 las campañas en México están usando las redes para competir de manera sucia. Antes era con bots, ahora, en 2018, también usan la desinformación, promoviendo noticias falsas tanto en internet como en sus intervenciones”.

Fernando, un periodista con el que habló el medio Verne, confesó haber trabajado escribiendo fake news durante los últimos años. “Tenía que hablar mal de Cuauthémoc Blanco (candidato de Morena a gobernador de Morelos) para favorecer a Rodrigo Gayosso (candidato del PRD). Me sentí mal y tuve cierta contrariedad cuando empezamos a hacerlo”, explica. Según el medio, encontró el empleo en la página de ofertas mexicana OCC y lo aceptó por US$1.000 al mes.

Otro caso es el de El Salvador, que el próximo 3 de febrero celebrará elecciones presidenciales. Mientras el favorito en los sondeos, Nayib Bukele, apela a combatir la corrupción que, según él, ha instaurado el gobierno actual, el candidato de la Alianza Republicana Nacionalista, Mauricio Interiano, asegura que esa estrategia está basada en la desinformación.

“Desde Arena brindamos un mensaje que queremos que escuchen todos, pero que es para vos, Bukele. Con mentiras, engaños y victimización has montado una campaña de división y odio, te has vendido como un falso líder (...) jamás podrás cambiar el que Gana (Gran Alianza por la Unidad Nacional, su partido) nació de la corrupción que tanto dices que repudias”, aseguró esta semana Interiano.

La situación está salida de control. Seguramente, luego de las elecciones de hoy continuará el debate sobre cómo el control de las fake news en las redes sociales plantea serios conflictos entre la libertad de las personas en internet y la intromisión del Estado para regular la información. En ambos casos, la pregunta final antes de implementarlas es la misma: ¿a qué costo se haría?

Por Nicolás Marín Navas

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