Venezuela y corrupción: los temas de la Cumbre de las Américas

A la reunión hemisférica, que llega a su octava edición, asistirán 34 países y 21 jefes de estado.

Mateo Guerrero Guerrero
13 de abril de 2018 - 02:00 a. m.
Martín Vizcarra será el anfitrión del evento tras reemplazar a Pedro Pablo Kuzcynski, que renunció a la Presidencia el 21 de marzo.  / AFP
Martín Vizcarra será el anfitrión del evento tras reemplazar a Pedro Pablo Kuzcynski, que renunció a la Presidencia el 21 de marzo. / AFP

La Cumbre de las Américas ya no es lo que era. En su primera edición, en 1994, la reunión se organizó poco después de la aprobación del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (Nafta). El acuerdo económico entre EE.UU., México y Canadá no parecía suficiente, menos con las pisadas de animal grande que venían desde Europa, que avanzaba sin problemas en su proceso de integración económica. En esa época, cuando el proteccionismo del presidente Donald Trump o el brexit habrían sido impensables, EE.UU. se lanzó a repetir la fórmula del Nafta por todo el continente.

La primera cumbre, que no en vano se celebró en Miami, cerró con la promesa de la integración económica. La tendencia parecía irreversible, pero en 2005 sufrió un descalabro estrepitoso. La cita fue en Buenos Aires. Entre los invitados a la IV Cumbre de las Américas estaban los pesos pesados de la izquierda, que se había tomado el continente, y en ese nuevo panorama político, figuras como Néstor Kirchner, Hugo Chávez y Luiz Inácio Lula da Silva le pusieron freno a la creación de una zona de libre comercio con EE.UU. a bordo. Nada volvió a ser lo mismo.

“Las cumbres se siguen haciendo, pero cada vez tienen menos importancia. Lo que noto es que los países americanos encuentran una gran dificultad para intervenir en la agenda e imponer los temas que les interesan”, dice Juan Gabriel Gómez, del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional. Gómez se refiere concretamente a la cumbre que tuvo lugar en Cartagena, la sexta. Por primera vez, varios países latinoamericanos pusieron sobre la mesa la necesidad de revisar la política antidrogas. El llamado histórico quedó eclipsado por el escándalo que involucró prostitutas y miembros del servicio secreto estadounidense y, al sol de hoy, la lucha contra el narcotráfico sigue intacta en casi todo el continente.

En ese nuevo panorama político, si los gobiernos de izquierda eran reticentes a llegar a acuerdos económicos, EE.UU. buscaba acuerdos bilaterales por su cuenta, lejos del escenario de la cumbre, con países que estuvieran dispuestos a decir sí como Colombia. A eso hay que añadir la aparición de nuevos bloques económicos, como la Alianza Asia Pacífico, que llegaron con nuevas oportunidades geoeconómicas para la región.

La cumbre se siguió organizando puntualmente, cada tres años, con una agenda económica importante, pero lejos de la ambición de antaño. Donde sí siguieron ocurriendo eventos memorables fue en la dimensión diplomática de la cumbre, que en su versión panameña, en 2015, causó revuelo por la participación de Raúl Castro, quien junto a su hermano Fidel había sido marginado de este tipo de citas durante décadas y quien este año volvió para la que podría ser su última aparición en un escenario internacional, eso si cumple la promesa, varias veces aplazada, de retirarse.

¿Qué trae el modelo 2018?

De los 34 jefes de estado que fueron invitados a Lima, 13 no estaban en el poder en la cumbre de Panamá y 21 confirmaron su asistencia. Entre tantas caras nuevas no hay una sola mujer, aunque la participación de Ivanka Trump en los foros económicos que preceden la Cumbre acaparó la atención de la prensa peruana.

Para Víctor M. Mijares, profesor de ciencia política de la Universidad de los Andes, la ausencia del presidente estadounidense, la reciente destitución de Pedro Pablo Kuczynski, el retiro de la invitación a Nicolás Maduro y el ímpetu que Brasil perdió en su política exterior hacen que la cumbre siga perdiendo fuerza como escenario de integración. Sin embargo, “podemos esperar una condena a Venezuela, el reforzamiento de lazos en el marco de la Alianza del Pacífico y de la relación de este bloque con potencias como Estados Unidos y Brasil. Más allá de eso, el debate sobre la corrupción es lo más prometedor de la cumbre”.

Se espera que el sábado por la tarde los mandatarios firmen el “Compromiso de Lima”, un documento contra la corrupción en el que Colombia impulsará un componente educativo.

Para el profesor Mijares, que el tema principal de la cumbre sea la corrupción, cuando varios gobiernos de la región han sido salpicados por el escándalo de Odebrecht, puede verse como una muestra de “la incapacidad de los mecanismos de control y fiscalización de la región ante potentes inversiones nacionales y extranjeras”. También señala que si se examina la cumbre con un lente más optimista, habría que resaltar el lugar privilegiado que se le está dando a la corrupción en la agenda política regional.

También hay expectativa por las decisiones que se puedan tomar frente a Venezuela. Es probable que se intente activar la Carta Democrática Interamericana, un mecanismo que bloquea la participación en las instancias de la OEA a los países que no respetan el orden democrático. Una medida simbólica que, a diferencia de las sanciones económicas lideradas por Estados Unidos, no tendría un alcance tan profundo.

“Las instituciones internacionales están mostrando sus dificultades al enfrentar las distorsiones del orden democrático”, señala Juan Gabriel Gómez, al comparar la erosión de del sistema democrático en Venezuela, con el que han sufrido países como Polonia, donde los jueces terminaron subordinados a la rama ejecutiva, todo esto a pesar de ser un país de la Unión Europea, donde los procesos de integración, además de económicos, tienen un componente político. El reto de la cumbre, que también convocará figuras importantes de la oposición venezolana, como Antonio Ledezma, es demostrar que de ella pueden salir decisiones que vayan más allá de la retórica.

Por Mateo Guerrero Guerrero

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