Xi Jinping: el último emperador de China

La Asamblea Nacional Popular de China se reúne hoy para modificar la Constitución y permitir que su líder siga en el poder de manera indefinida.

Max Fisher - The New York Times
04 de marzo de 2018 - 10:00 p. m.
Xi Jinping: el último emperador de China
Foto: AFP - WANG ZHAO

Siempre hubo algo distinto con la versión de autoritarismo de China. Durante décadas, a medida que otros regímenes colapsaban o se convertían en falsas democracias disfuncionales, China se mantenía fuerte e incluso prosperaba.

Sí, el Partido Comunista de China ha suprimido con vigor el desacuerdo y aplastado los posibles desafíos. Sin embargo, algunos argumentan que en parte ha sobrevivido debido al desarrollo de instituciones inusualmente fuertes, que se apegan a reglas y normas estrictas. Dos de las más importantes han sido el liderazgo colectivo —el gobierno por consenso en lugar del autócrata— y los límites en el mandato presidencial.

Cuando el Partido Comunista anunció que pondría fin al plazo límite presidencial, con lo que Xi Jinping podrá continuar en el Gobierno de manera indefinida, echó por tierra esas normas. También pudo haber acelerado lo que algunos académicos creen que es la colisión de China contra las fuerzas de la historia que durante tanto tiempo había logrado eludir.

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Esa historia sugiere que los líderes de Pekín se encuentran en lo que la exsecretaria de Estado estadounidense Hillary Clinton alguna vez denominó “una empresa inútil”: tratar de mantener un sistema de gobierno que no puede sobrevivir en la era moderna. Sin embargo, Xi, al cambiar al estilo de gobierno autócrata, está redoblando la idea de que China es diferente y puede reconfigurar el autoritarismo de esta era.

De tener éxito, no sólo habrá asegurado su propio futuro y ampliado el del Partido Comunista de China, sino que además podría haber establecido un nuevo modelo de autoritarismo que prospere en todo el mundo.

Dictadura de mano dura

Si Xi ostenta una presidencia vitalicia, como muchos esperan que suceda, sólo formalizará un proceso que inició desde hace años: despojar a las instituciones chinas de poder y acumularlo para sí mismo.

Mentalmente, resulta útil dividir las dictaduras en dos categorías: institucionales y personalistas. Las primeras operan a través de comités, burocracias y se podría decir que un consenso. Las segundas, funcionan a través de un solo líder carismático.

China, que alguna vez fue casi un ideal socrático del primer modelo, se está convirtiendo poco a poco en un híbrido de ambos. Xi se ha convertido en “el actor preponderante de la regulación financiera y la política ambiental”, al igual que de la política económica, según un ensayo de Barry Naughton, académico especialista en China de la Universidad de California en San Diego.

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Xi también ha encabezado campañas anticorrupción arrasadoras mediante las cuales se ha deshecho de manera desproporcionada de miembros de facciones políticas rivales, fortaleciéndose a sí mismo, pero debilitando el modelo chino basado en el consenso.

Esta versión de autoritarismo es más difícil de sostener, según una investigación de Erica Frantz, investigadora de autoritarismo de la Universidad Estatal de Michigan. “En general, la personalización no es un buen desarrollo”, comentó Frantz.

Muchas veces, las desventajas son sutiles. Los estudios han encontrado que la política nacional tiende a ser más volátil, el gobierno más errático y la política extranjera más agresiva. Sin embargo, el riesgo más claro viene con la sucesión.

“Hay una pregunta que me gustaría hacer a los especialistas en Rusia: si el día de mañana Putin sufre un ataque al corazón, ¿qué ocurre?”, preguntó Milan Svolik, politólogo de la Universidad de Yale. “Nadie sabe”, respondió.

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Xi está debilitando el institucionalismo que hizo que el autoritarismo de China fuera inusualmente resiliente. El liderazgo colectivo y la sucesión ordenada, ambas implementadas después del caótico mandato de Mao Zedong, han permitido un gobierno relativamente efectivo y estable.

Ken Opalo, politólogo de la Universidad de Georgetown, escribió que las transiciones ordenadas eran “tal vez el indicador más importante del desarrollo político” después del anuncio de China. Las presidencias vitalicias, comentó, “privan del poder a grupos específicos de las élites, además de eliminar incentivos para que aquellos en el poder rindan cuentas e innoven”.

Qué conforma la legitimidad autoritaria

En 2005, Bruce Gilley, politólogo, lidió con una de las preguntas más importantes para cualquier gobierno —¿los ciudadanos lo consideran legítimo?— mediante una calificación numérica, determinada por mediciones sofisticadas de cómo se comportan esos ciudadanos.

En su estudio encontró que China gozaba de mayor legitimidad que muchas democracias y una que otra no democracia, a excepción de Azerbaiyán. Lo atribuyó al crecimiento económico, el sentimiento nacionalista y el liderazgo colectivo.

Sin embargo, cuando Gilley revisó sus métricas en 2012, descubrió que la calificación de China se había desplomado.

Sus datos mostraron la vanguardia de una fuerza que desde hace mucho tiempo se pensó que hundiría el sistema de China. Se conoce como la “teoría de la modernización” y especifica que, una vez que los ciudadanos llegan a un cierto nivel de riqueza, exigirán cosas como responsabilidad pública, libre expresión y participación en el Gobierno. Los estados autoritarios, incapaces de satisfacer estas demandas, se convierten en democracias o colapsan en medio de la agitación.

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Este desafío, que ningún otro régimen autoritario moderno ha superado, a excepción de aquellos con la riqueza suficiente para sobornar a sus ciudadanos, requiere nuevas fuentes de legitimidad. El crecimiento económico se está frenando. El nacionalismo, que alguna vez se pensó que era efectivo para atraer apoyo, es cada vez más difícil de controlar y propenso a producir un efecto indeseado. Las demandas de los ciudadanos están creciendo.

Así que China promueve en cambio una “ideología y valores sociales colectivos” que equiparen al Gobierno con la cultura china, según una investigación de los estudiosos de China Heike Holbig y Gilley. Las canciones y los libros de texto patriotas han proliferado. Al igual que las menciones del “pensamiento de Xi Jinping”, que se ha convertido en la ideología oficial.

La encarnación del poder por parte de Xi parece inspirarse en los autócratas de la vieja escuela y los populistas de la nueva que ascienden en las democracias del mundo. Sin embargo, en esta vía, es una solución parcial y de alto riesgo para las necesidades de China. Un culto a la personalidad puede funcionar durante algunos años o quizá décadas, pero nada más.

“Rendición de cuentas sin democracia”

China está experimentando una forma de autoritarismo que, de tener éxito, podría acabar con la aparentemente infranqueable brecha entre lo que los ciudadanos demandan y lo que se les puede dar.

Por definición, los gobiernos autoritarios no rinden cuentas. Sin embargo, algunos poblados y ciudades pequeñas en China están abriendo canales limitados y controlados de participación pública. Por ejemplo, un programa llamado el “Buzón del alcalde” permite a los ciudadanos expresar demandas o quejas y recompensar a los funcionarios que cumplen.

El programa, según encontró un estudio, ha mejorado de manera considerable la calidad del Gobierno y la satisfacción de los ciudadanos con el Estado. Nadie diría que estos pueblos son democráticos, pero el hecho de que algunos se sientan satisfechos es suficiente para que parezca que lo son.

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Esta suerte de innovación comenzó con las comunidades locales que manifestaron su voluntad a través del descontento y las protestas persistentes pero limitadas. Lily L. Tsai, académica del Instituto Tecnológico de Massachusetts, lo denominó “rendición de cuentas sin democracia”. No obstante, la asunción de poder de Xi, mediante el debilitamiento de instituciones y la promoción del faccionalismo del todo o nada, corre el riesgo de hacer que ese tipo de innovación sea más peligroso y difícil.

Cuando los líderes consolidan el poder para sí mismos, comentó Frantz, “con el tiempo disminuye su capacidad de hacer una buena lectura del clima político en el país”.

Dichas complicaciones son lo que motivó a Thomas Pepinsky, politólogo de la Universidad de Cornell, a escribir en Twitter: “No soy ningún experto en China, pero centralizar el poder en manos de un solo líder parece una acción muy característica de un Estado autoritario decadente”.

The New York Times 2018

Por Max Fisher - The New York Times

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