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Abubakar Shekau, líder de Boko Haram, el grupo radical que destruye Nigeria

La población cristiana es la principal víctima de sus ataques.

Andrea Benavides Herrera
23 de enero de 2015 - 04:20 p. m.
AFP / AFP
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“Es discreto, solitario y capaz de todo porque no tiene miedo, según afirman quienes le conocen. Se deja ver poco y le han dado por muerto varias veces. Es uno de los terroristas más buscados de toda África, el líder del grupo más sanguinario”.

Así describe El País de España al líder de Boko Haram, una organización que captó la atención internacional en abril de 2014 cuando secuestró a más de 270 niñas de una escuela en Chibok, un pueblo al norte de Nigeria.

Abubakar Shekau, de quien se desconoce su edad y su lugar de origen, llegó al poder del grupo en 2010, ocho años después de ser fundado por Ustaz Mohammed Yusuf, asesinado en 2009 a manos de las fuerzas nigerianas. Shekau continuó con el legado de su antecesor, que se oponía a cualquier tipo de influencia occidental y preconizaba un islam radical y severo.

Escuelas cristianas destruidas, niñas secuestradas, miles de personas asesinadas y, según Naciones Unidas, al menos un millón de desplazados de Nigeria son el resultado de las acciones del grupo, cuyo nombre oficial Jama’atu Ahlis Sunna Lidda’awati wal-jihad significa “el pueblo comprometido con la difusión de las enseñanzas del Profeta y la yihad”.

Boko Haram, que es traducido como “la educación occidental es pecado”, tiene sus raíces en la localidad de Maiduguri, en el norte de Nigeria, a donde no llega la riqueza del sur, una región de mayoría cristiana con valiosos recursos petrolíferos. En su lugar, abunda la pobreza, la corrupción y el abandono gubernamental.

Estas son las condiciones en las que nace la organización, a lo que se unen los varios años que los nigerianos lucharon para separarse de la iglesia cristiana, pues durante la colonización de Gran Bretaña fueron forzados a convertirse a esta religión. Por aquella época los musulmanes que se encontraban en esas tierras no tenían libertad de expresión.

Bajo esos precedentes fue que Boko Haram inició su lucha y hoy en día en el país existen dificultades para encontrar un equilibrio político entre el norte, en donde se ubican los musulmanes, y el sur de Nigeria.

Mauricio Jaramillo, internacionalista de la Universidad del Rosario, aseguró a El Espectador en junio de 2014 que “la violencia sistemática contra la población cristiana comenzó con la elección del actual presidente, Goodluck Jonathan, cuando éste decidió alterar el principio del zoning, un acuerdo informal y no escrito para que, al término de dos mandatos, la presidencia del país cambiara de comunidad religiosa”.

De acuerdo con el académico, “se suponía que un presidente del norte musulmán debía permanecer hasta 2015, pero ante la muerte del entonces mandatario Umaru Yar’Adua, el vicepresidente Jonathan, representante del sur cristiano, asumió el cargo. Algunos esperaban que renunciara para permitir que un musulmán dirigiera el país hasta 2015, tal como lo planteaba el zoning. No obstante, Jonathan decidió permanecer como presidente encargado y posteriormente presentarse para las elecciones de 2011, en las que venció al rival del norte musulmán, Atiku Abubakar”.

Para la ofensiva que adelanta Boko Haram, el grupo recluta jóvenes sobre todo entre los "almajirai”, estudiantes coránicos itinerantes cuyas familias son demasiado pobres para darles una educación, informa la agencia AFP. Igualmente, recibe el apoyo de personas educadas que, desde comienzos del año 2000, consideraban que la educación occidental corrompe al islam tradicional.

Buscando instaurar un estado islámico en el norte de Nigeria en el cual se aplique una interpretación radical de la sharia (ley islámica), datos no oficiales revelan que en los últimos seis años el grupo ha dejado más de 15.000 víctimas mortales. De hecho, en la primera semana de enero se conoció la noticia de un ataque en Baga (norte del país africano) en el que podrían haber fallecido 2.000 personas (el gobierno sostiene que son 150).

Sin importar la cifra exacta, lo que sobresale es el silencio de la comunidad internacional frente a este hecho, en comparación con las reacciones que surgieron ante el atentado al semanario Charlie Hebdo, en París, por parte de Al Qaeda. Aunque se dice que ambos casos se dieron el mismo día y a pesar de los alarmantes datos, pocos se pronunciaron con un “yo soy Nigeria”.

Tomando como referencia un libro de Ethan Zuckerman, director del Laboratorio de Medios del MIT (Massachusetts, Estados Unidos), el sociólogo y jurista colombiano César Rodríguez Garavito señaló en una columna publicada en El espectador que esa indiferencia podría tener varias razones.

Una de ellas es el interés mediático: “¿Qué países aparecen más en los medios? No los más populosos, ni los que pasan por las emergencias más graves, sino los más ricos. A mayor PIB, mayor atención mediática”.

Asimismo, manifiesta que las personas prestamos mayor atención a los hechos que conocemos y entendemos. “Como la historia la escriben los vencedores, sabemos de Napoleón y de París, pero no de Nigeria y sus 174 millones de habitantes”, afirma Rodríguez, quien agrega que “preferimos historias con rostros precisos: una muerte es una tragedia, mil son una estadística”

Según el académico, el color de la piel de las víctimas también influye: “Hablando sobre las muertes impunes de jóvenes negros a manos de la policía en EE.UU., la filósofa Judith Butler recordó que “desde la esclavitud, las vidas negras valían sólo una fracción de las blancas”. Por eso las pancartas que se ven en las protestas en ese país rezan “Las vidas negras también valen””.

Por Andrea Benavides Herrera

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