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La abuela que evitó que su nieto fuera dado en adopción en Francia

Una colombiana luchó durante 19 meses para evitarlo. El menor, que hoy cumple tres años, pasa los días junto a su abuela en Cali.

Ricardo Abdahllah
18 de noviembre de 2014 - 12:52 a. m.
El niño junto a su abuela Cecilia. / Fotos: Archivo Particular El cónsul en París, Daniel García-Peña, posa con los dos.
El niño junto a su abuela Cecilia. / Fotos: Archivo Particular El cónsul en París, Daniel García-Peña, posa con los dos.

Carolina cruzaba la frontera de España hacia Francia en el momento preciso de la primavera de 2010 en el que recibió una llamada desde Cali. Era su madre, Cecilia. Siempre era ella. Algunos meses gastaba ochocientos mil pesos en teléfono, en otros períodos Carolina pasaba seis meses sin contestar. Cecilia acababa de enviudar y la situación era difícil cuando Carolina, de veinte años, se lanzó a la aventura de vivir en España. Diez años después, ella y su compañero, de nacionalidad polaca, huían de la crisis. Dijo al teléfono que pensaban instalarse en el sur de Francia. También dijo: “Mamá, creo que estoy embarazada”. Cecilia lo cuenta casi cuatro años después en el Consulado de Colombia en París. 

“Mejor sin nosotros”

En junio pasado, el Consulado abrió una de sus antenas móviles en la ciudad de Lyon. El programa busca acercar los servicios consulares un par de veces cada año a los colombianos que difícilmente pueden desplazarse a la capital francesa. Entre los centenares de colombianos pasaron Carolina y un hombre “que no tenía parte visible de su cuerpo sin tatuajes”. Ella quería sacar su pasaporte, perdido entre la calle y los hogares de paso. También declarar a su hijo, aunque por una orden legal de los servicios de protección de la niñez en Francia, no podía siquiera acercarse a él.

“Decía que sabía que lo mejor para su hijo era estar sin ella”, recuerda uno de los funcionarios presentes, “pero tampoco quería que lo dieran a una familia francesa, porque entonces nunca podría volver a saber de él”.

Hasta ese entonces el niño, al que habían llamado Andrés*, no tenía nacionalidad. El padre no lo había declarado como polaco y en Francia los menores hijos de extranjeros no acceden a la nacionalidad hasta los 18 años.

“Con el registro, el niño era legalmente colombiano. Empezaba lo más difícil. Convencer al Departamento de Protección de la Infancia de que un niño colombiano podía estar bien en su país”, recuerda el cónsul de Colombia Daniel García-Peña. “Sobre todo si allá tiene su abuela, sus tíos y su hermanita”.

Al otro lado del mundo

Cecilia comenzó a organizar en Cali los documentos para pedir la custodia de Andrés; sabía cómo hacerlo. Dos años atrás había logrado que la primera hija de Carolina, nacida en España, fuera enviada a Colombia.

“Alisté todo como la primera vez. Mis certificados de pensión y el de defunción de mi primer esposo. Todas las pruebas”.

Sin embargo, la respuesta de las autoridades francesas fue negativa. Aunque dadas las condiciones de los padres, los dos con problemas de adicción y S.D.F. (sin domicilio fijo, un eufemismo para designar a las personas que viven en la calle), era evidente que no podían ocuparse del niño. La decisión sería ponerlo en una “familia de acogida” mientras se realizaban los trámites para entregarlo en adopción.

Cecilia comenzó entonces a enviar correos a los funcionarios encargados de la protección de la infancia en la región de Lyon. Consiguió una intérprete, que debía venir a su casa a las 6:00 a.m., hora colombiana, para poder encontrar en la oficina a los funcionarios franceses.

La eficiente república bananera

En un principio, el Departamento de Protección de la Infancia de Lyon solicitó que la embajada francesa en Colombia realizara una inspección en la casa donde se pensaba recibir a Andrés. (“Tenían esa idea de que un niño no podría estar bien en un lugar como Colombia, al que consideran aún una república bananera”, dice una de las personas implicadas). La diligencia, sin embargo, constituiría una violación a la soberanía de las autoridades colombianas. Fueron necesarios varios oficios y llamadas para lograr que Francia aceptara un informe del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), institución que se encargó del asunto en poco más de una semana. No sólo emitió un concepto favorable, sino que incluyó fotografías de la habitación que esperaba a Andrés. Entonces se logró conciliar con las autoridades francesas.

No obstante, no había manera de cumplir otra de las demandas de los responsables franceses, que exigían que la persona que iba a asumir el cuidado del niño estuviera al menos tres meses cerca de él. María Cecilia tuvo que comenzar una nueva ronda de correos y llamadas que involucraban al Consulado de Colombia y al ICBF.

La noticia llegó a finales de agosto. La dirección regional de protección de la infancia aceptaba el concepto del ICBF, pero continuaba exigiendo que Cecilia viniera al menos dos semanas.

Perdida en Lyon

Durante los primeros días en la región de Lyon, Cecilia estuvo acompañada por uno de sus hijos, que debió regresar a Colombia por razones laborales. Luego, la Asociación Colombia Nueva, que agrupa a los colombianos de la localidad, tomó el relevo, acompañándola en los desplazamientos. Fue el director de la asociación, Mauricio Mendoza, quien la acompañó en otro recorrido por Lyon. “Íbamos preguntando por mi hija. Ella no podía reunirse con el niño, pero yo no podía dejar de buscarla. Fuimos a los lugares donde se reúnen los adictos”.

La encontraron el último día. Cecilia dice que prefiere no describirla. No la había visto en catorce años. Dice que lloraron. Que se quedó tranquila sabiendo que el niño estaría en Cali.

Cuento de hadas

Andrés corre y grita. Habla en francés. Es el único idioma que ha escuchado. Su abuela dice que los niños aprenden rápido. Que la hermana le va a enseñar.
Fiesta habrá. Hoy, Andrés, recién llegado a Colombia, cumple tres años.

“No le ocultaré, como no se lo he ocultado a su hermanita. Todos los documentos, las cartas y las fotos las voy pegando en un libro. Algún día leerán su historia”, dice Cecilia.


* Nombre ficticio.

Por Ricardo Abdahllah

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