Ángela Merkel pierde poderes

La canciller alemana fue vista en un principio como la pieza angular en la negociación para solucionar la crisis en Crimea. Alemania no ha apoyado las sanciones económicas que quizá habrían obligado a Rusia a negociar su entrada en la península.

Redacción Internacional
13 de marzo de 2014 - 03:54 a. m.
Angela Merkel. /EFE
Angela Merkel. /EFE
Foto: EFE - PAWEL SUPERNAK

Cuando algo está mal en Europa todos los ojos suelen posarse sobre Alemania, la economía más grande de la Unión Europea (UE) y uno de los aliados europeos más importantes de la OTAN. Después de liderar el rescate económico de Grecia, Irlanda, España y Portugal, el gobierno de Ángela Merkel se erigió como la locomotora de facto del continente, el punto vital para lidiar con una crisis, la que fuera.

Y esto parecía particularmente cierto cuando tocó lidiar con Rusia y su ambición de anexarse la península de Crimea, territorio ucraniano desde 1954, pero que desde los tiempos de los zares fue el paraíso de los rusos. Pero, contra todo pronóstico, la política exterior de Alemania, el encanto de Merkel y su discurso pausado, parece haberse agotado, al menos para negociar con Vladimir Putin.

Desde que la crisis comenzó, a finales del mes pasado, cuando hombres sin insignias pero bien armados comenzaron a tomar posiciones en varios puntos de Crimea, Merkel ha hablado con Putin en más ocasiones que sus pares europeos.

En al menos cuatro llamadas telefónicas, la canciller alemana ha intentado disuadir a Putin del error que supondría la anexión de Crimea, un asunto que, al menos en el terreno, se define este domingo cuando se celebre un referendo para definir a qué Estado pertenece la península. Merkel habla ruso fluido y, como pocos de sus pares en Europa, entiende el mundo desde la perspectiva de aquellos que vivieron al interior de la Unión Soviética, pues su infancia, adolescencia y parte de su adultez llegaron en la República Democrática Alemana, la Alemania controlada por Moscú hasta la caída del muro de Berlín.

En un primer instante, la mediación de Merkel en la crisis pareció tener un éxito que, aunque discreto, no era despreciable: fue ella quien propuso la entrada de monitores europeos a Crimea para supervisar las condiciones de la población en la península (esto en respuesta al argumento de Rusia de que sus ciudadanos están en peligro inminente en un país que no los quiere). La propuesta no fue rechazada por Putin, pero, al final, los inspectores trataron de entrar durante varios días de la semana pasada a la zona y en cada intento fueron repelidos por hombres armados que, de nuevo sin insignias, pero hablando ruso, les impidieron el acceso a la región.

El punto más álgido del desencuentro entre dos líderes disímiles, pero que parecen tener cierta cercanía, llegó cuando un portavoz de la cancillería alemana describió una conversación entre Merkel y Putin y aseguró que, según la canciller, el presidente ruso “parecía no estar en este mundo”. Esto fue hace dos semanas.

Desde el comienzo de la crisis, las opciones militares parecen estar por fuera de la mesa, aunque esta semana el Jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, general Martin Dempsey, aseguró que está listo para repeler un incremento en el conflicto en Crimea. El foco de la tensión diplomática se centró, entonces, en la forma de bloquear y sancionar pacíficamente a Rusia para obligarla a negociar una salida a la invasión.

Pero bloqueo y sanción no son las palabras preferidas en la política exterior alemana, que desde los años setenta prefiere la conciliación y la negociación por encima de la toma de acciones. Claro, esto resulta particularmente paradójico al examinar los paquetes de austeridad diseñados para solventar la crisis económica europea de hace unos años, medidas todas diseñadas con un claro aliento del gobierno alemán.

Lo primero que se hizo para enfrentar a Rusia por la invasión a Crimea fue suspender las preparaciones para la cumbre del G8, que debía suceder en junio en el balneario de Sochi, el mismo lugar de los Juegos Olímpicos de Invierno más recientes. En su momento, algunos legisladores norteamericanos exigieron que el presidente Barack Obama comenzara maniobras para expulsar a los rusos del grupo y desde ahí comenzó la oposición alemana.

Una oposición que se ha sentido en el impulso del resto de Europa para presionar a Rusia por su invasión a Crimea. La semana pasada, la UE decidió, en una cumbre en Bruselas, que detendría el proceso para facilitar el acceso sin visa de ciudadanos rusos al bloque, a la par que congelaría un nuevo tratado de relaciones entre ambas partes. Algunos observadores aseguraron que ambas medidas ya estaban en efecto desde hace meses, por lo que su reciente implementación equivale a nada.

La negativa alemana a contemplar sanciones se explica, al menos en parte, desde sus lazos económicos con Rusia. Alemania es el principal socio comercial de Rusia en Europa (las transacciones entre ambos países llegaron a casi US$75 mil millones en 2013); al menos seis mil empresas alemanas tienen negocios con Moscú. Las necesidades energéticas alemanas sitúan a esta nación con la mayor consumidora de gas natural ruso, un rubro que le dejó al gobierno de Putin más de US$67 mil millones el año pasado.

Merkel le ha dicho a Putin que el referendo para anexionar a Crimea es ilegal. Estados Unidos ha asegurado que contempla más sanciones si el referendo se lleva a cabo y el grupo del G7 (que incluye a estos dos países, además de Japón, Canadá, Francia, Italia e Inglaterra) anunció que considerará ilegal los resultados de la consulta popular. Con todo, Rusia parece no dar marcha atrás en sus intenciones y, si las cosas no cambian, el mapa cambiará el domingo para añadir un pequeño pedazo de Rusia en un lugar que, de corazón, nunca abandonó a su eterna patria.

 

Por Redacción Internacional

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