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Balas en las calles de Saint-Denis

Mirada al suburbio donde un comando terrorista se escondía tras los atentados del viernes en París. ¿Cómo vivieron sus habitantes el asalto policial que dejó ayer dos muertos y siete detenidos?

Ricardo Abdahllah
19 de noviembre de 2015 - 03:32 a. m.

“Yo escuché tatatá y luego tatatá otra vez y mi hijo salió de la habitación y me dijo ‘No vayas a salir a trabajar, que es peligroso’. Luego mi marido vio toda la policía que estaba fuera, pero igual salí a coger el primer metro como todos los días. Había más policías, pero esas cosas pasan en el barrio”.

Milica Antovic, de Serbia, vive desde hace veintidós años en un apartamento del número 14 de la Rue de la République, en el suburbio de Saint Denis. Como a la mayoría de los vecinos, los primeros disparos no la sorprendieron. Aunque République –el pasaje semipeatonal que lleva de la estación de trenes interurbanos a la basílica donde están enterrados los reyes de Francia– es relativamente seguro, en las calles vecinas existen varios puntos de microtráfico de drogas. “Es el crack lo que más daño hace a esta ciudad”, dice Ahmed, un hombre que trabaja en uno de los restaurantes del sector. “Ahora la venta se ha desplazado más hacia la parada del tren, pero los que hacen el negocio todavía se dan bala con frecuencia en las calles del centro”.

Con 120.000 habitantes, Saint-Denis es la capital del departamento de Seine Saint-Denis, aquel con los más altos índices de pobreza y desempleo de Francia continental. A pesar de que la ciudad alberga el Estadio de Francia, la Ciudadela del Cine y París 13, una de las más importantes universidades de la región parisina, y del intenso trabajo de terreno llevado a cabo por las asociaciones, sus habitantes siguen enfrentando graves problemas de discriminación a la hora de encontrar un trabajo en la vecina París.

“Si el código postal en tu hoja de vida empieza por 93 (que identifica al departamento de Seine Saint-Denis), nadie te va a contratar. Eso crea un círculo vicioso de desempleo que redunda en vandalismo y, en los casos más graves, en radicalización”, dice un responsable asociativo.

La ciudad tiene también graves problemas de vivienda, tanto por carencia como por sobreocupación y por eso abundan los inmuebles explotados por “mercaderes del sueño” que se aprovechan de personas que no tienen un trabajo fijo o los papeles necesarios ofreciéndoles apartamentos semiderruidos que por su estado no pueden ser arrendados legalmente. Fue en el tercer piso de uno de esos edificios, en la rue du Corbillon, donde la madrugada del miércoles una mujer kamikaze recibió inmolándose al equipo de policías que había venido a detener a un comando del que se sospecha haría parte el coordinador de los atentados del pasado viernes y que, según fuentes policiales, estaría preparando un nuevo ataque en el cercano distrito de La Defensa, sede francesa de numerosos bancos y empresas multinacionales.

“Yo vivo en el cuarto piso”, dice Tagara Lassina. “En el tercero vivía un señor egipcio que estaba enfermo y se internó en el hospital. A mediados de octubre unos tipos rompieron la puerta y se instalaron allí. Y eso lo arrendaban a gente que venía de paso. Esta mañana, cuando escuché las explosiones, recordé el ruido que hicieron ellos cuando arrojaron por la ventana las pertenencias del señor egipcio”.

Como Lassina, otro vecino, que prefiere no dar su nombre, habla de hombres jóvenes, con buzos de capucha, que apenas contestaban el saludo. “Había uno sentado siempre en la escalera, fumando”, dice. “Uno no se va a poner a preguntar, pero parece que era un tipo de apellido Jawal el que manejaba ese apartamento”.

El hombre tuvo tiempo de ponerse una chaqueta, pero Lassina aún lleva puestas las pantuflas y la sudadera marcada “Jamaica” con la que salió corriendo esta mañana. Dice que la policía usó reflectores para alumbrar la destartalada escalera y que le apuntaron antes de dejarlo pasar.

Un transeúnte tuvo menos suerte. A pesar de que levantó las manos y retrocedió cuando le indicaron que lo hiciera, la policía lo atacó con descargas eléctricas antes de inmovilizarlo. Sospecharon de él porque llevaba una djellaba, el vestido largo típico de ciertos países musulmanes.

Por Ricardo Abdahllah

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