Barack Obama: el presidente al que derrotó la historia

Ocho años de gobierno cedieron contra más de un siglo de divisiones raciales y sociales. Obama desató la esperanza sin el brío de la acción.

Juan David Torres Duarte
16 de enero de 2017 - 02:00 a. m.
El presidente Barack Obama saluda a sus seguidores tras su discurso de despedida en Chicago. / AFP
El presidente Barack Obama saluda a sus seguidores tras su discurso de despedida en Chicago. / AFP
Foto: AFP - NICHOLAS KAMM

El puente Edmund Pettus, que se levanta sobre el río Alabama, honra con su nombre a un miembro nobiliario del Ku Klux Klan y es al mismo tiempo la plaza fundacional del movimiento afro de derechos civiles en Estados Unidos: en marzo de 1965, un grupo de activistas cruzó el puente de camino a Montgomery y se topó del otro lado con la fuerza bruta policiaca, que los dejó tendidos en el suelo, ensangrentados e inconscientes, porque entonces se los consideraba comunistas y conjuradores del caos.

Cinco décadas después, Barack Obama se irguió sobre aquel puente y pergeñó un discurso que les habría parecido inconcebible a los entonces defensores de la supremacía blanca: un afro que es presidente de la nación entera y a la vez transita el puente sin que encuentre policías atrabiliarios en la otra orilla. “Los estadounidenses que cruzaron este puente —dijo Obama— no se estaban imponiendo físicamente, pero dieron ánimo a millones. No tenían una oficina pública, pero lideraron una nación. (...) Somos lo inmigrantes que se embarcaron para alcanzar estas orillas, las masas acurrucadas que deseaban respirar libres. Somos los esclavos que construyeron la Casa Blanca”.

Durante su primer mandato, Obama había sido cauteloso al referirse a su color de piel como hecho político. En ese sentido, sus palabras sobre el puente avivaban la esperanza —su marca registrada— de un avance, aunque fuera nimio, en la brecha racial que ha seccionado a Estados Unidos por más de un siglo. Afroamericanos encarcelados con penas mayores por delitos menores; tiroteados por la Policía sin haber cometido una ofensa mayúscula; apartados en los barrios más pobres: en 2015, Obama hubo de recordar la obviedad de que los afros eran tratados de una manera muy distinta a los blancos.

Pero ya era tarde. Para entonces, estaba claro que Obama eludiría una lucha frontal contra el sistema en defensa de los afros. Shakeya Mervin, barbero en una peluquería en Harlem, dijo a la AFP: “Si hubiera hecho más, hubiera habido líos”. Rogelio Sáenz, decano del Colegio de Política Pública de la Universidad de San Antonio, Texas, concuerda: “En general, no hubo mejoras significativas en las vidas de las personas de color. El presidente Obama tuvo mucho cuidado de no hacerse ver como un presidente que sólo ayudaba a los afroamericanos y a otra gente de color. Por lo tanto, él hizo poco para mejorar su situación”.

Una encuesta reciente de la agencia Gallup encontró que el 52 % de los estadounidenses considera que el país retrocedió en cuestiones raciales, todo ello pese a que Estados Unidos es cada vez menos un país de blancos y más una nación de minorías: uno de tres votantes durante las pasadas elecciones era latino, afro, asiático o miembro de una minoría étnica. Peniel Joseph, profesor de historia en la Universidad de Texas, escribió en The Washington Post en 2015: “La victoria de Obama fue bautizada como la llegada de un Estados Unidos ‘posracial’, uno en el cual el pecado original de la esclavitud racial era por fin absuelto a través de la elección de un hombre negro como comandante en jefe. Por un momento, la nación se sumergió en un resplandor racial armonioso. (...) Siete años después, tal optimismo profundo parece fuera de lugar”. Obama fue consciente de ello durante su discurso final en Chicago: “Tras mi elección, algunos hablaban de un Estados Unidos posracial. Aunque tenían sin duda buenas intenciones, esa no era una visión realista”.

Su victoria fue, desde un principio, la justificación para que un contexto de decidida segregación proyectara su voz: el Tea Party lo despreciaba por el tono de su piel y hubo quienes intentaron desvirtuar, incluso, que fuera estadounidense (entre ellos el hoy presidente electo, Donald Trump). Obama se presentó pasivo e indiferente ante tales críticas y sólo hasta su segundo mandato, con el crecimiento de las protestas lideradas por el movimiento Black Lives Matter, principió un enfrentamiento determinado contra la política establecida.

Visitó Selma, rememoró a grandes figuras como Martin Luther King Jr., firmó un acto presidencial para reducir las penas a las que eran sometidas las personas de color que poseían drogas y alentó una fundación, My Brother’s Keeper, dedicada a la atención de jóvenes afros sin oportunidades. Aún así, su carácter político se encontró con la resistencia de algunos jueces y las prisiones federales siguieron hacinadas con afros sin que existiera una reforma penal y criminal a la vista.

Las minorías, entre ellos los inmigrantes, también tuvieron impulsos y retrocesos: al mismo tiempo que Obama firmaba el DACA, la ley que beneficiaba a los menores que ingresaron como inmigrantes ilegales al país, decidió la expulsión de 2,4 millones de ellos. Mark Elliott, profesor asociado en temas de derechos civiles de la Universidad del Norte de California en Greensboro, recuerda que los derechos civiles han tenido claras ganancias durante la presidencia de Obama: el matrimonio entre parejas del mismo sexo fue legalizado por la Corte Suprema, numerosos estados aprueban la marihuana y el mandatario anuló la tortura como método en la Guerra contra el Terror (a pesar del uso de drones, que se convirtieron en una vía para “ejecutar una sentencia de muerte sin juicio ni veredicto”).

Pese a todo, Obama, que “gobernó como un demócrata moderado y trabajó por mantener al partido unido”, prefirió una opción más práctica: en vez de convertirse en un heredero de Martin Luther King Jr., Obama decidió trocarse en un Abraham Lincoln, dijo Joseph en The Washington Post.

“Creo —apunta Elliott— que es muy temprano para decir si los años de Obama serán vistos como un gran avance para mejorar las relaciones de raza en Estados Unidos o como una provocación que incitó una respuesta racista de proporciones épicas. En las décadas de 1880 y 1890, la reacción contra la emancipación llevó a la segregación, la privación de derechos y a linchamientos rituales raciales en el sur rural. ¿Qué tan feo se pondrá ahora? No sé”.

Por Juan David Torres Duarte

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