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Brasil, más allá de Dilma Rousseff

Si la Cámara de Diputados vota hoy la apertura de un juicio que podría destituir a la presidenta, el país seguirá inmerso en una grave crisis política y económica. Con o sin juicio, los tiempos que se vislumbran para el país se antojan difíciles.

Daniela Franco García
17 de abril de 2016 - 02:00 a. m.
A menos de cuatro meses de los Juegos Olímpicos, la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, vive la peor crisis política.  / EFE
A menos de cuatro meses de los Juegos Olímpicos, la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, vive la peor crisis política. / EFE

“Hoy soy mucho más fuerte, serena y madura. ¡Brasil, esta, tu hija, no va a huir de la lucha!”, decía Dilma Rousseff tras su reelección en octubre de 2014. Apenas unos meses después, diezmada por la economía y por el escándalo de corrupción de Petrobras, su discurso se transformaba en un “tengan paciencia, que la crisis será pasajera”. La mandataria no vislumbraba el escenario que se avecinaba y que hoy la tiene al borde del abismo político.

Este domingo, la Cámara de Diputados votará si la moción de impeachment (juicio político con destitución) debe continuar su camino hacia el Senado. Rousseff será juzgada por supuestamente maquillar las cuentas públicas en 2014, no por corrupción. Si Cámara y Senado votan por el sí, la presidenta sería destituida, según el cronograma hecho por sus opositores políticos, a más tardar el 15 de mayo.

¿Qué llevó a Brasil a vivir la peor crisis de toda su historia? “El problema de la corrupción es hoy en día el principal tema de preocupación en Brasil. Supera al desempleo, la seguridad, la educación y la salud. La clase política y los partidos tienen una credibilidad nula. Este sistema está siendo cuestionado por una necesidad de reformas pero, mientras tanto, la democracia flaquea cada vez más”, señala Marco Antonio Carvalho, doctor en ciencia política brasileño y experto en relaciones internacionales.

Se refiere a la paradoja de la política de su país: mientras que Rousseff no tiene ninguna investigación por corrupción abierta, hasta ahora, el 53 % de los miembros de la Cámara de Diputados (513 miembros) y el 55 % de los del Senado (81 curules) están acusados por delitos que van desde lavado de dinero, tortura, hasta enriquecimiento ilícito, entre otros asuntos. Ellos son los que deberán decidir si Rousseff debe o no ir a un juicio político.

Carvalho no tiene claro si hay alguien que pueda remplazar a Rousseff en caso de progresar un impeachment. “Toda la línea de sucesión está siendo investigada, lo que nos deja ver la magnitud de la crisis de valores que hay en Brasil (…) mientras tanto, el vicepresidente, Michel Temer, también investigado, mueve sus fichas para reducir el apoyo al gobierno y ya ofrece cargos públicos a sus aliados en caso de que Rousseff sea destituida. La situación de Dilma es muy delicada y Brasil debe estar preparado para más sorpresas derivadas de la operación Lava-Jato (que investiga el escandaloso caso de corrupción en la estatal Petrobras)”.

Otros analistas, por el contrario, anticipan que una vez la presidenta sea sacada del gobierno, la investigación más grande de los últimos tiempos bajará su intensidad y probablemente quede en los archivos. El Congreso está atestado de diputados investigados y asustados con el caso Petrobras, así que no harán mucho para que continúe.

Rousseff lo sabe y por eso insiste en que hay más de “venganza y chantaje” en todo el proceso. Ella insiste en que así pierda en la votación de hoy, no va a renunciar y luchará para mantenerse en el Palacio de Planalto hasta 2018.

Pero con sus bajos niveles de popularidad pocos imaginan cómo logrará gobernar. La mandataria alcanzó en los últimos días los niveles más bajos de popularidad, 7 %. “Brasil tiene una presidenta con poca legitimidad. Sin embargo, la destitución depende de que se determine si cometió un crimen fiscal, no de cuan popular sea. No obstante, si el prestigio fuera mejor, la crisis sería menos delicada”.

De acuerdo con expertos, existe un 60 % de probabilidades de un impeachment. Apenas dos partidos apoyan a la presidenta, que en los últimos días sufrió todas las deserciones. Incluso varios ministros dejaron sus carteras para apoyar a la oposición. “Ni el prestigio con el que cuenta el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, mentor político de Rousseff, lograría impedir el avance del proceso”, explica Carvalho.

Después de la jornada de hoy, la suerte de Dilma Rousseff estará en manos del Senado, que en pleno año electoral no estará dispuesto a pagar el costo político de dar reversa a un impeachment.

El futuro del país se antoja complejo, pues con o sin juicio la presidenta ya no tiene la fuerza necesaria para seguir gobernando. Debido a la crisis política, Rousseff no cumplió con las promesas de campaña, no echó a andar su programa económico y ahora el país parece una nave sin rumbo. “El posible juicio de destitución en el Congreso es el epílogo de un proceso político importante de debilitamiento. Desde un punto de vista objetivo, el gobierno de Dilma comenzó debilitado desde su victoria en las elecciones de 2014. Durante el año pasado, además, empezó a perder poder político y, por tanto, las reformas económicas importantes no se hicieron. El gobierno de Dilma no tenía ningún apoyo político para avanzar en una agenda de desarrollo para el país”, señala Gustavo Andrey de Almeida, doctor en economía de la Universidad de São Paulo y experto en políticas públicas.

El peor escenario económico

Los números tampoco han ayudado. La economía de Brasil se contrajo en 2015 un 3,8 %, lo que supuso el peor resultado en los últimos 25 años, y cerró con una inflación del 10,67 %, que superó ampliamente el techo máximo oficial del 6,5 %, según datos oficiales. El país atraviesa un período de recesión que queda plasmado en un aumento del desempleo y una alta tasa básica para los tipos de interés, 14,25 %, la mayor en los últimos nueve años.

Livio Ribeiro, investigador del Instituto Brasileño de Economía y la Fundación Getulio Vargas, uno de los centros de aprendizaje e investigación más importantes del país, no es más optimista. En su concepto el bolsillo de sus connacionales se seguirá viendo afectado por un buen tiempo como consecuencia de la situación actual. “La incertidumbre posterga las inversiones del sector privado y disminuye la capacidad gubernamental de proponer reformas estructurales necesarias a la economía brasileña. Todos los agentes económicos están en “modo espera” y hay una oposición declarada de sectores del empresariado al actual gobierno”, señala, subrayando que las grietas en “las políticas de subsidios sectoriales, el activismo tributario y monetario, los cambios en la estructura de precios de la economía (especialmente en los precios de energía) y las políticas microeconómicas mal diseñadas seguirán llevando al país a una incertidumbre mayor”.

Es necesaria, apunta el experto, una reforma del Estado brasileño y de su presupuesto, pues si bien reconoce que sí hay dinero, éste todavía sigue siendo muy mal direccionado, por lo que el país no está, ni estará, por lo menos a corto plazo, en la mira de los inversores. “Una política fiscal responsable, una política monetaria creíble, una generación de un ambiente macroeconómico y microeconómico con reglas estables y conocidas; ése es el básico para permitir inversiones privadas, disminuir la incertidumbre y poner el país nuevamente en una trayectoria de crecimiento saludable y sustentable”, concluye, demostrando que, con juicio a Dilma Rousseff o no, en Brasil hay aún mucho por trabajar para que sea el “país de las oportunidades” que prometió la mandataria en su reelección.

El viernes, cuando todos los periódicos hacían cuentas y daban por descontada la aprobación del juicio en la Cámara, Dilma Rousseff, en pie de lucha, prometió revertir la tendencia. ¿Y si no hay juicio podrá seguir gobernando tras la crisis?

Por Daniela Franco García

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